lunes, 24 de octubre de 2016

La Presencia real de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía Preguntas básicas y respuestas

La Presencia real de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía Preguntas básicas y respuestas



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La Presencia real de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía Preguntas básicas y respuestas

 
Introducción
Jesús Nuestro Señor, la víspera de su pasión en la cruz, tomó una
última cena con sus discípulos. Durante esta comida, nuestro Salvador
instituyó el sacramento de su Cuerpo y su Sangre. Lo hizo a fin de
perpetuar el sacrificio de la Cruz a través de los siglos y para
encomendar a la Iglesia su Esposa el memorial de su muerte y
resurrección. Como nos dice el Evangelio según S. Mateo:



Durante la cena, Jesús tomó un pan, y pronunciada la bendición, lo
partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman. Este es mi
Cuerpo”. Luego tomó en sus manos una copa de vino, y pronunciada la
acción de gracias, la pasó a sus discípulos, diciendo: “Beban todos de
ella, porque ésta es mi Sangre, Sangre de la nueva alianza, que será
derramada por todos, para el perdón de los pecados”.
(Mt 26:26-28; cf. Mc 14:22-24, Lc 22:17-20, 1 Co 11:23-25)



Recordando estas palabras de Jesús, la Iglesia Católica profesa que en
la celebración de la Eucaristía, el pan y el vino se convierten en el
Cuerpo y la Sangre de Jesucristo por el poder del Espíritu Santo y
mediante el ministerio del sacerdote. Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo
que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y
el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida. . .
. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn
6:51-55). Cristo entero está verdaderamente presente, cuerpo, sangre,
alma y divinidad, bajo la apariencia de pan y vino: el Cristo
glorificado que se levantó de entre los muertos después de morir por
nuestros pecados. Esto es lo que quiere decir la Iglesia cuando habla de
la “presencia real” de Cristo en la Eucaristía. Esta presencia de
Cristo en la Eucaristía se denomina “real” sin excluir otros tipos de
presencia como si no pudieran entenderse como reales (cf. Catecismo,
no. 1374). Cristo resucitado está presente en su Iglesia de muchas
maneras, pero muy especialmente a través del sacramento de su Cuerpo y
su Sangre.



¿Qué significa que Jesucristo esté presente en la Eucaristía bajo la
apariencia de pan y vino? ¿Cómo sucede esto? La presencia de Cristo
resucitado en la Eucaristía es un misterio inagotable que la Iglesia
nunca puede explicar cabalmente con palabras. Debemos recordar que el
Dios trino es el creador de todo lo que existe y tiene el poder de hacer
más de lo que nos es posible imaginar. Como dijo S. Ambrosio: “Si la
palabra del Señor Jesús es tan poderosa como para crear cosas que no
existían, entonces con mayor razón las cosas que ya existen pueden ser
convertidas en otras” ( De Sacramentis, IV, 5-16). Dios creó el
mundo para compartir su vida con personas que no son Dios. Este gran
plan de salvación revela una sabiduría que rebasa nuestro entendimiento.
Pero no se nos deja en la ignorancia: por su amor a nosotros, Dios nos
revela su verdad en formas que podamos comprender mediante el don de la
fe y la gracia del Espíritu Santo que habita en nosotros. Así podemos
entender, al menos en cierta medida, lo que de otro modo quedaría
desconocido para nosotros, aunque nunca podamos conocer por nuestra sola
razón completamente el misterio de Dios.



Como sucesores de los Apóstoles y auténticos maestros de la Iglesia, los
obispos son obligados a transmitir lo que Dios nos ha revelado y
alentar a todos los miembros de la Iglesia a profundizar su
entendimiento del misterio y don de la Eucaristía. A fin de promover tal
profundización de la fe, hemos preparado este texto para responder a
quince preguntas que surgen comúnmente con respecto a la Presencia Real
de Cristo en la Eucaristía. Ofrecemos este texto a pastores y educadores
religiosos como ayuda en sus responsabilidades de enseñanza.
Reconocemos que algunas de estas preguntas contienen ideas teológicas
bastante complejas. Sin embargo, es nuestra esperanza que el estudio y
análisis del texto ayude a muchos de los fieles católicos de nuestro
país a enriquecer su comprensión de este misterio de la fe.



1. ¿Por qué se da Jesús a nosotros como comida y bebida?

Jesús se da a nosotros como alimento espiritual en la Eucaristía porque
nos ama. Todo el plan de Dios para nuestra salvación está dirigido a
hacernos partícipes de la vida de la Trinidad, la comunión del Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. Empezamos a participar en esta vida con
nuestro Bautismo, cuando, por el poder del Espíritu Santo, nos unimos a
Cristo, y nos convertimos así por adopción en hijos e hijas del Padre.
Esta relación se fortalece y acrecienta en la Confirmación, y se nutre y
profundiza mediante nuestra participación en la Eucaristía. Comiendo el
Cuerpo y bebiendo la Sangre de Cristo en la Eucaristía llegamos a
unirnos a la persona de Cristo a través de su humanidad.



“El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Jn
6:56). Al estar unidos a la humanidad de Cristo estamos al mismo tiempo
unidos a su divinidad. Nuestra naturaleza mortal y corruptible se
transforma al unirse con la fuente de la vida. “Como el Padre, que me ha
enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come
vivirá por mí” (Jn 6:57).



Al estar unidos a Cristo por el poder del Espíritu Santo que habita en
nosotros, nos hacemos parte de la eterna relación de amor entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Como Jesús es por naturaleza el Hijo
eterno de Dios, así nosotros nos hacemos hijos e hijas de Dios por
adopción mediante el sacramento del Bautismo. Mediante los sacramentos
del Bautismo y la Confirmación (Crismación), nos convertimos en templos
del Espíritu Santo, que habita en nosotros, y al habitar en nosotros,
somos ungidos con el don de la gracia santificante. La promesa última
del Evangelio es que participaremos de la vida de la Santísima Trinidad.
A esta participación en la vida divina los Padres de la Iglesia la
llamaron “divinización” ( theosis). En esto vemos que Dios no
simplemente nos envía buenas cosas desde el cielo; por el contrario,
somos introducidos también a la vida interior de Dios, a la comunión
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En la celebración de la
Eucaristía (que significa “acción de gracias”) damos alabanza y gloria a
Dios por este sublime don.



2. ¿Por qué la Eucaristía no es sólo una comida sino también un sacrificio?

Aunque nuestros pecados hacían imposible que tuviéramos parte en la vida
de Dios, Jesucristo fue enviado a quitar este obstáculo. Su muerte fue
un sacrificio por nuestros pecados. Cristo es “el Cordero de Dios, el
que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). Mediante su muerte y
resurrección, venció al pecado y la muerte, y nos reconcilió con Dios.
La Eucaristía es el memorial de este sacrificio. La Iglesia se congrega
para recordar y reactualizar el sacrificio de Cristo, en el cual
participamos por la acción del sacerdote y el poder del Espíritu Santo.
Mediante la celebración de la Eucaristía, nos unimos al sacrificio de
Cristo y recibimos sus inagotables beneficios.



Como dice la Carta a los Hebreos, Jesús es el eterno y sumo sacerdote
que vive para siempre e intercede por el pueblo ante el Padre. De esta
manera, supera a todos los sumos sacerdotes que a lo largo de los siglos
ofrecían sacrificios por el pecado en el templo de Jerusalén. El eterno
y sumo sacerdote Jesús ofrece el sacrificio perfecto, que es su persona
y no alguna otra cosa. “[Cristo] penetró una sola vez y para siempre en
el ‘lugar santísimo’. . . . No llevó consigo sangre de animales, sino
su propia sangre, con la cual nos obtuvo una redención eterna” (Heb
9:11-12).



El acto de Jesús pertenece a la historia humana, pues él es
verdaderamente humano y ha entrado a la historia. Pero al mismo tiempo
Jesucristo es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; es el Hijo
eterno, que no está limitado al tiempo o a la historia. Sus actos
trascienden el tiempo, que es parte de lo creado. Entrando “a través de
una tienda, que no estaba hecha por mano de hombre, ni pertenecía a esta
creación” (Heb 9:11), Jesús el Hijo eterno de Dios realizó su
sacrificio en presencia de su Padre, que vive en la eternidad. El
sacrificio perfecto de Jesús está así eternamente presente ante el
Padre, que eternamente lo acepta. Esto significa que, en la Eucaristía,
Jesús no se sacrifica una y otra vez, sino que, por el poder del
Espíritu Santo, su eterno sacrificio se hace presente una vez más, se
reactualiza, a fin de que podamos tomar parte en él.



Cristo no tiene que dejar su lugar en el cielo para estar con nosotros.
Nosotros, más bien, participamos de la liturgia celestial en la que
Cristo intercede eternamente por nosotros y presenta su sacrificio al
Padre, y en la que los ángeles y santos glorifican constantemente a Dios
y dan gracias por todos sus dones: “Al que está sentado en el trono y
al Cordero, / la alabanza, el honor, la gloria y el poder, / por los
siglos de los siglos” (Ap 5:13). Como indica el Catecismo de la Iglesia Católica,
“Por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y
anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos” (no. 1326).
La proclama-ción del “Sanctus”, “Santo, Santo, Santo es el Señor. . .”,
es la canción de los ángeles que están en la presencia de Dios (Is 6:3).
Cuando en la Eucaristía proclamamos el “Sanctus”, hacemos eco en la
tierra de la canción con la que los ángeles adoran a Dios en el cielo.
En la celebración eucarística no recordamos simplemente un
acontecimiento de la historia, sino que, mediante la acción misteriosa
del Espíritu Santo en la celebración eucarística, el Misterio Pascual
del Señor se hace presente y se actualiza a su Esposa la Iglesia.



Asimismo, en la actualización eucarística del eterno sacrificio de
Cristo ante el Padre, nosotros no somos simples espectadores. El
sacerdote y la comunidad de fieles están activos de maneras diferentes
en el sacrificio eucarístico. El sacerdote ordenado, de pie ante el
altar, representa a Cristo como cabeza de la Iglesia. Todos los
bautizados, como miembros del Cuerpo de Cristo, participan del
sacerdocio del Salvador, como sacerdote y víctima a la vez. La
Eucaristía es también el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, Cuerpo y
Esposa de Cristo, participa en la ofrenda sacrificial de su Cabeza y
Esposo. En

la Eucaristía el sacrificio de Cristo se convierte en el sacrificio de
los miembros de su Cuerpo que unidos a Cristo forman una sola ofrenda
sacrificial (cf. Catecismo, no. 1368). Como el sacrificio de Cristo, se
hace presente de manera sacramental, unidos a Cristo, nosotros nos
ofrecemos como sacrificio al Padre. “La Iglesia, al desempeñar la
función de sacerdote y víctima juntamente con Cristo, ofrece toda entera
el sacrificio de la misa, y toda entera se ofrece en él” ( Mysterium Fidei, no. 31; cf. Lumen Gentium, no. 11).



3. Cuando el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la
Sangre de Cristo, ¿por qué tienen todavía aspecto y sabor de pan y vino?


En la celebración de la Eucaristía, Cristo glorificado se hace presente
bajo la apariencia de pan y vino de una manera única, una manera
adecuada singularmente a la Eucaristía. En el lenguaje teológico
tradicional de la Eucaristía, en el acto de consagración durante la
Eucaristía la substancia del pan y del vino es transformada por el poder
del Espíritu Santo en la substancia del Cuerpo y de la Sangre de
Jesucristo. Al mismo tiempo, los “accidentes” o apariencia de pan y
vino, se mantienen. “Substancia” y “accidente” son empleados aquí como
términos filosóficos que han sido adaptados por grandes teólogos
medievales como S. Tomás de Aquino en sus esfuerzos por entender y
explicar la fe. Tales términos son empleados para comunicar el hecho de
que lo que parece ser en todos los aspectos, pan y vino (a nivel de
“accidentes” o atributos físicos, es decir, lo que puede ser visto,
tocado, saboreado o medido), de hecho es ahora el Cuerpo y la Sangre de
Cristo (a nivel de “substancia” o de la realidad más profunda). A este
cambio a nivel de la substancia, de pan y vino en Cuerpo y Sangre de
Cristo, se le llama “transubstanciación”. Según la fe católica, podemos
hablar de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía porque se ha
realizado esta transubstanciación (cf. Catecismo, no. 1376).



Este es un gran misterio de nuestra fe que sólo podemos comprender por
las enseñanzas de Cristo que traen las Escrituras y por la Tradición de
la Iglesia. Los cambios que ocurren regularmente en el mundo, uno
implica un cambio en sus accidentes o características. A veces los
accidentes cambian, mientras que la substancia sigue siendo la misma.
Por ejemplo, cuando un niño llega a la madurez, las características de
la persona humana cambian de muchas formas, pero el adulto sigue siendo
la misma persona: la misma substancia. En otros casos, cambian a la vez
la substancia y los accidentes. Por ejemplo, cuando una persona come una
manzana, la manzana se incorpora al cuerpo de dicha persona. Sin
embargo, cuando ocurre este cambio de substancia, los accidentes o las
características de la manzana también cambian. A medida que la manzana
experimenta cambios en el cuerpo de la persona, adopta los accidentes o
las características del cuerpo de dicha persona. La presencia de Cristo
en la Eucaristía es única en el sentido de que, aunque el pan y el vino
consagrados son en substancia verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, no tienen ninguno de los accidentes o las características de un
cuerpo humano, sino sólo los de pan y vino.



4. ¿Deja el pan de ser pan y el vino de ser vino?

Sí. Para que Cristo entero esté presente, cuerpo, sangre, alma y
divinidad, el pan y el vino no pueden quedar como tales, sino que deben
dar lugar a la presencia de su cuerpo y su sangre glorificados. Así, en
la Eucaristía, el pan deja de ser pan en substancia y se convierte en el
Cuerpo de Cristo, mientras que el vino deja de ser vino en substancia y
se convierte en la Sangre de Cristo. Como observó S. Tomás de Aquino,
Cristo no es citado diciendo “Este pan es mi cuerpo”, sino “ Esto es mi cuerpo” ( Summa Theologiae, III q. 78, a. 5).



5. ¿Es adecuado que el Cuerpo y la Sangre de Cristo se hagan presentes en la Eucaristía bajo la apariencia de pan y de vino?

Sí, puesto que esta manera de estar presente corresponde perfectamente a
la celebración sacramental de la Eucaristía. Jesucristo mismo se da a
nosotros en una forma que emplea el simbolismo inherente a comer pan y
beber vino. Además, estando presente bajo la apariencia de pan y vino,
Cristo mismo se da a nosotros en las formas de comida y bebida propias
de los seres humanos. Asimismo, esta clase de presencia se relaciona con
la virtud de la fe, pues la presencia del Cuerpo y la Sangre de Cristo
no puede ser percibida o discernida de ninguna otra manera más que por
la fe. Por ello S. Buenaventura afirmaba: “No hay dificultad en el hecho
de que Cristo esté presente en el sacramento como en un signo: la gran
dificultad está en el hecho de que él está realmente en el sacramento,
como lo está en el cielo. Y así, creer en esto es especialmente
meritorio” ( In IV Sent., dist. X, P. I, art. un., qu. I). Por
la fe, que se apoya en la autoridad de Dios que se revela ante nosotros,
creemos lo que no puede ser aprehendido por nuestras facultades humanas
(cf. Catecismo, no. 1381).



6. El pan y el vino Consagrados, ¿son “simplemente símbolos”?

En el lenguaje cotidiano, llamamos “símbolo” a algo que señala alguna
otra cosa que está más allá de sí, a menudo a otras diferentes
realidades a la vez. El pan y el vino transformados que constituyen el
Cuerpo y la Sangre de Cristo no son simplemente símbolos, porque son
verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Como escribió S. Juan
Damasceno: “El pan y el vino no son una prefiguración del cuerpo y la
sangre de Cristo, ¡de ninguna manera!, sino el verdadero cuerpo
deificado del Señor, porque el Señor mismo dijo: ‘Esto es mi cuerpo’; no
‘una prefiguración de mi cuerpo’, sino ‘mi cuerpo’, y no ‘una
prefiguración de mi sangre’ sino ‘mi sangre’” ( De la fe ortodoxa, IV [PG 94, 1148-49]).



Al mismo tiempo, sin embargo, es importante reconocer que el Cuerpo y la
Sangre de Cristo llegan a nosotros en la Eucaristía en una forma
sacramental. En otras palabras, Cristo está presente bajo la apariencia
de pan y vino, no en su propia y verdadera forma. No podemos presumir
que sabemos todas las razones subyacentes a los actos de Dios. Sin
embargo, Dios emplea el simbolismo inherente a comer pan y beber vino en
el ámbito de lo natural para iluminar el significado de lo que se está
realizando en la Eucaristía por medio de Jesucristo.



Son diversas las maneras con las que el simbolismo de comer pan y beber
vino devela el significado de la Eucaristía. Por ejemplo, tal como el
alimento natural da sustento al cuerpo, así el alimento eucarístico da
sustento espiritual. Asimismo, al compartir una comida ordinaria se
establece una cierta comunión entre las personas que la comparten; en la
Eucaristía, el Pueblo de Dios comparte una comida que lo lleva a la
comunión no sólo mutua sino con el Padre, Hijo y Espíritu Santo. De
igual modo, como nos dice S. Pablo, el pan compartido entre muchos
durante el banquete eucarístico es un indicador de la unidad de los que
han sido congregados por el Espíritu Santo como un solo cuerpo, el
Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 10:17). Para dar otro ejemplo, los granos
individuales del trigo y las uvas individuales tienen que cosecharse y
ser molidos y triturados antes de que queden unidos como pan y como
vino. Por esta razón, el pan y el vino señalan tanto la unión de muchos
que se produce en el Cuerpo de Cristo como el sufrimiento padecido por
Cristo, sufrimiento que debe ser también aceptado por sus discípulos.
Podría decirse mucho más sobre las muchas maneras en que el comer pan y
el beber vino simbolizan lo que hace Dios por nosotros a través de
Cristo, pues los símbolos contienen múltiples significados y
connotaciones.



7. ¿El pan y el vino consagra-dos dejan de ser el Cuerpo y la Sangre de Cristo cuando la misa ha terminado?

No. Durante la celebración de la Eucaristía, el pan y el vino se
convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y como tales permanecen.
No pueden volver a ser pan y vino, pues ya no son en absoluto pan y
vino. No hay entonces razón para que cambien nuevamente a su estado
“normal” ya que han pasado las circunstancias especiales de la misa. Una
vez que la substancia ha cambiado realmente, la presencia del Cuerpo y
la Sangre de Cristo “dura todo el tiempo que subsistan las especies
eucarísticas” ( Catecismo, no. 1377). En contra de quienes
sostenían que el pan consagrado durante la Eucaristía no tiene poder
santificante si se reserva para el día siguiente, S. Cirilo de
Alejandría replicó, “ni se altera Cristo, ni se muda su sagrado Cuerpo,
sino que persevera siempre en él la fuerza, la potencia y la gracia
vivificante” ( Epístola 83 a Calosyrium, obispo de Arsinoe [PG
76, 1076]). La Iglesia enseña que Cristo permanece presente bajo la
apariencia de pan y vino todo el tiempo que subsiste la apariencia de
pan y vino (cf. Catecismo, no. 1377).



8. ¿Por qué se reservan después de la misa algunas de las hostias consagradas?

Si bien fuera posible comer todo el pan consagrado durante la misa, se
suele reservar algo en el sagrario. El Cuerpo de Cristo bajo la
apariencia de pan guardado o “reservado” después de la misa suele
recibir el nombre de “Santísimo Sacramento”. Hay varias razones
pastorales para reservar el Santísimo Sacramento. Ante todo, es empleado
para distribuirlo a los moribundos (viático), los enfermos y los que
legítimamente no pueden estar presentes en la celebración de la
Eucaristía. En segundo lugar, el Cuerpo de Cristo en la forma de pan
debe ser adorado cuando es expuesto, como en el Rito de la Sagrada Comunión y del Culto Eucarístico fuera de la Misa,
cuando es llevado en procesiones eucarísticas, o simplemente cuando es
depositado en el sagrario, ante el cual los fieles puedan orar en
privado. Estas devociones se basan en el hecho de que Cristo mismo está
presente bajo la apariencia de pan. Muchas santas personas bien
conocidas por los católicos estadounidenses, como S. John Neumann, S.
Elizabeth Ann Seton, S. Katharine Drexel y el beato Damien de Molokai,
practicaron gran devoción personal a Cristo presente en el Santísimo
Sacramento. En las Iglesias Católicas Orientales, la devoción al
Santísimo Sacramento reservado es practicada del modo más directo en la
Divina Liturgia de los Dones Presantificados, ofrecida en los días de
semana de Cuaresma.



9. ¿Qué señales de reverencia son apropiadas con respecto al Cuerpo y la Sangre de Cristo?

El Cuerpo y la Sangre de Cristo presentes bajo la apariencia de pan y
vino son tratados con la mayor de las reverencias tanto durante como
después de la celebración de la Eucaristía (cf. Mysterium Fidei,
nos. 56-61). Por ejemplo, el sagrario en que se reserva el pan
consagrado debe estar situado “en una parte de la iglesia u oratorio
verdaderamente noble, destacada, convenientemente adornada y apropiada
para la oración” ( Código de Derecho Canónico, can. 938, §2).
Según la tradición de la Iglesia Latina, se debe doblar la rodilla en
presencia del sagrario que contiene el sacramento reservado. En las
Iglesias Católicas Orientales, la práctica tradicional es hacer la señal
de la cruz e inclinarse profundamente. En ambas tradiciones, los
ademanes litúrgicos expresan reverencia, respeto y adoración. Es
apropiado que los miembros de la asamblea se saluden en el área de
recepción de la iglesia (es decir, en el vestíbulo o narthex), pero no
es apropiado hablar en voz alta o tono bullicioso en el cuerpo de la
iglesia (decir es, en la nave), debido a la presencia de Cristo en el
sagrario. Además, la Iglesia requiere que todos ayunen antes de recibir
el Cuerpo y la Sangre de Cristo, como señal de reverencia y recolección
(a menos que por enfermedad no se pueda hacerlo). En la Iglesia Latina,
generalmente se debe ayunar al menos una hora; los miembros de las
Iglesias Católicas Orientales deben seguir la práctica establecida por
su propia Iglesia.



10. Si alguien sin fe come y bebe el pan y el vino consagrados, ¿recibirá el Cuerpo y la Sangre de Cristo?

Si “recibir” significa “consumir”, la respuesta es sí, pues lo que la
persona consume es el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Si “recibir”
significa “aceptar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, consciente y
voluntariamente, como lo que son, para obtener el beneficio espiritual”,
entonces la respuesta es no. La falta de fe de parte de la persona que
come y bebe el Cuerpo y la Sangre de Cristo no puede cambiar lo que
éstos son, pero sí impide a la persona obtener el beneficio espiritual,
que es la comunión con Cristo. Recibir así el Cuerpo y la Sangre de
Cristo sería en vano y de hacerlo conscientemente sería sacrilegio (cf. 1
Co 11:29). Recibir el Santísimo Sacramento no es un remedio automático.
Si no deseamos la comunión con Cristo, Dios no nos obliga a ello. Por
el contrario, debemos aceptar, por la fe, la ofrenda que nos hace Dios
de comunión en Cristo y en el Espíritu Santo, y cooperar con la gracia
de Dios a fin de que nuestros corazones y mentes se transformen y
nuestra fe y amor de Dios se acrecienten.



11. Si un o una creyente, estando consciente de haber cometido
un pecado mortal, come y bebe el pan y el vino consagrados, ¿recibirá
aun así el Cuerpo y la Sangre de Cristo?


Sí. La actitud o disposición de quien recibe no pueden cambiar lo que
son el pan y el vino consagrados. La cuestión aquí, entonces, no
consiste principalmente en la naturaleza de la Presencia Real, sino en
cómo afecta el pecado la relación entre un individuo y el Señor. Antes
de acercarse a recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Santa
Comunión, hay que estar en una relación correcta con el Señor y su
Cuerpo Místico, la Iglesia, es decir, en estado de gracia, libre de todo
pecado mortal. Aunque el pecado daña dicha relación, e incluso puede
destruirla, el sacramento de la Penitencia puede restaurarla. S. Pablo
nos dice que “quien come del pan o bebe del cáliz del Señor de manera
indigna, se hace culpable de profanar el cuerpo y la sangre del Señor.
Así pues, que cada uno de nosotros examine su conciencia antes de comer
el pan y beber del cáliz” (1 Co 11:27-28). Toda persona que esté
consciente de haber cometido un pecado mortal debe reconciliarse
mediante el sacramento de la Penitencia antes de recibir el Cuerpo y la
Sangre de Cristo, a menos que exista una grave razón para comulgar y no
haya oportunidad de confesión. En este caso, la persona debe tener muy
presente su obligación de hacer un acto de contrición perfecta, es
decir, un acto de pesar por los pecados, pesar que “brota del amor de
Dios amado sobre todas las cosas” ( Catecismo, no. 1452). El
acto de contrición perfecta debe ir acompañado de la firme intención de
recurrir a la confesión sacramental tan pronto sea posible.



12. ¿Se recibe a Cristo entero si se recibe la Santa Comunión bajo una sola especie?

Sí. Cristo Jesús, nuestro Señor y Salvador, está en la Eucaristía
completamente presente, ya sea bajo la apariencia del pan o bajo la
apariencia del vino. Además, Cristo está totalmente presente en
cualquier fracción de la Hostia consagrada o en cualquier gota de la
Preciosísima Sangre. No obstante, es preferible recibir a Cristo en
ambas especies durante la celebración de la Eucaristía. Esto permite que
la Eucaristía aparezca más perfectamente como un banquete, un banquete
que es un anticipo del banquete que se celebrará con Cristo al final de
los tiempos cuando el Reino de Dios se haya establecido en su plenitud
(cf. Eucharisticum Mysterium, no. 32).



13. Durante la celebración de la Eucaristía, ¿está Cristo
presente de otras maneras además de su Presencia Real en el Santísimo
Sacramento?


Sí. Cristo está presente durante la Eucaristía de varias maneras. Está
presente en la persona del presbítero que ofrece el sacrificio de la
misa. Según la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio
Vaticano II, Cristo está presente en su palabra “pues cuando se lee en
la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla”. También está
presente en el pueblo reunido que ora y canta, “pues él prometió: ‘donde
están dos o

tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos’ (Mt 18:20)” ( Sacrosanctum Concilium,
no. 7). Asimismo, él está presente también en los otros sacramentos;
por ejemplo, “cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza” (ibíd.).



Hablamos de la presencia de Cristo bajo la apariencia de pan y vino como
“real”, con el fin de enfatizar la naturaleza especial de dicha
presencia. Lo que parece ser pan y vino es en su misma substancia el
Cuerpo y la Sangre de Cristo. Cristo entero está presente, Dios y
hombre, cuerpo y sangre, alma y divinidad. Si bien los otros modos en
que Cristo está presente en la celebración de la Eucaristía no dejan,
ciertamente, de ser reales, este modo supera a los demás. “Esta
presencia se denomina ‘real’, no a título exclusivo, como si las otras
presencias no fuesen ‘reales’, sino por excelencia, porque es
substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente
presente” ( Mysterium Fidei, no. 39).



14. ¿Por qué hablamos del “Cuerpo de Cristo” en más de un sentido?

En primer lugar, el Cuerpo de Cristo se refiere al cuerpo humano de
Jesucristo, quien es la divina Palabra hecha hombre. Durante la
Eucaristía, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo. Como humano, Jesucristo tiene un cuerpo humano, un cuerpo
resucitado y glorificado que en la Eucaristía nos es ofrecido en la
forma de pan y de vino.



En segundo lugar, como nos enseñó S. Pablo en sus cartas, usando la
analogía del cuerpo humano, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en el cual
muchos miembros están unidos con Cristo su cabeza (cf. 1 Co 10:16-17,
12:12-31; Rom 12:4-8). A esta realidad se le llama frecuentemente el
Cuerpo Místico de Cristo. Todos unidos a Cristo, los vivos y los
difuntos, forman juntos un solo Cuerpo en Cristo. Esta no es una unión
que pueda ser vista por ojos humanos, pues es una unión mística llevada a
cabo por el poder del Espíritu Santo.



El Cuerpo Místico de Cristo y el Cuerpo de Cristo eucarístico están
vinculados inseparablemente. Por el Bautismo entramos en el Cuerpo
Místico de Cristo, la Iglesia, y al recibir el Cuerpo de Cristo
eucarístico somos fortalecidos e incorporados en el Cuerpo Místico de
Cristo. El acto central de la Iglesia es la celebración de la
Eucaristía; los creyentes individuales son sostenidos como miembros de
la Iglesia, miembros del Cuerpo Místico de Cristo, al recibir el Cuerpo
de Cristo en la Eucaristía. Jugando con los dos significados de “Cuerpo
de Cristo”, S. Agustín dice a quienes van a recibir el Cuerpo de Cristo
en la Eucaristía: “Sean lo que ven, y reciban lo que son” (sermón 272).
En otro sermón dice, “Si reciben dignamente, son lo que han recibido”
(sermón 227).



La obra del Espíritu Santo en la celebración de la Eucaristía es de dos
aspectos, de un modo que corresponde al doble significado de “Cuerpo de
Cristo”. Por un lado, mediante el poder del Espíritu Santo, el Cristo
resucitado y su acto de sacrificio se hacen presentes. En la oración
eucarística, el sacerdote pide al Padre que envíe el Espíritu Santo
sobre los dones del pan y el vino para transformarlos en el Cuerpo y la
Sangre de Cristo (oración conocida como la epíclesis o
invocación). Por otro lado, al mismo tiempo el sacerdote pide al Padre
que envíe el Espíritu Santo sobre toda la asamblea para que “quienes
toman parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu” ( Catecismo,
no. 1353). Es mediante el Espíritu Santo que el don del Cuerpo de
Cristo eucarístico viene a nosotros y mediante el Espíritu Santo nos
unimos a Cristo y nos unimos entre nosotros para formar el Cuerpo
Místico de Cristo.



Por lo tanto, podemos ver que la celebración de la Eucaristía no
solamente nos une a Dios como individuos aislados entre sí. Por el
contrario, somos unidos a Cristo junto con todos los demás miembros del
Cuerpo Místico. La celebración de la Eucaristía debe acrecentar así
nuestro amor recíproco y hacernos recordar nuestros compromisos mutuos.
Asimismo, como miembros del Cuerpo Místico, tenemos el deber de hacer
presente a Cristo y de traerlo al mundo. Tenemos la responsabilidad de
compartir la Buenas Noticias de Cristo no sólo con nuestras palabras
sino también con el modo en que vivimos nuestras vidas. Tenemos también
la responsabilidad de trabajar contra todas las fuerzas que en nuestro
mundo se oponen al Evangelio, incluyendo todas las formas de injusticia.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña: “La Eucaristía
entraña un compromiso en favor de los pobres. Para recibir en la verdad
el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos
reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos” (no. 1397).



15. ¿Por qué llamamos “misterio” a la presencia de Cristo en la Eucaristía?

La palabra “misterio” suele referirse a algo que escapa a la plena
comprensión de la mente humana. En la Biblia, sin embargo, esta palabra
tiene un significado más profundo y específico, pues se refiere a
aspectos del plan de salvación de Dios para la humanidad, que ha
empezado ya pero será concluido sólo al final de los tiempos. En el
antiguo Israel, por el Espíritu Santo Dios fue revelando a los profetas
algunos de los secretos de lo que iba a cumplir para la salvación de su
pueblo (cf. Am 3:7; Is 21:28; Dn 2:27-45). Igualmente, por la
predicación y enseñanza de Jesús, el misterio del “Reino de Dios” se fue
revelando a sus discípulos (Mc 4:11-12). S. Pablo explicaba que los
misterios de Dios pueden desafiar nuestro entendimiento humano o incluso
parecer locuras, pero su significado es revelado al Pueblo de Dios
mediante Jesucristo y el Espíritu Santo (cf. 1 Co 1:18-25, 2:6-10; Rom
16:25-27; Ap 10:7).



La Eucaristía es un misterio porque participa del misterio de Jesucristo
y del plan de Dios para salvar a la humanidad por Cristo. No nos
debería sorprender que haya aspectos de la Eucaristía que no son fáciles
de entender, pues el plan de Dios para el mundo ha rebasado
repetidamente las expectativas humanas y el entendimiento humano (cf. Jn
6:60-66). Por ejemplo, ni los discípulos comprendieron al principio que
era necesario que el Mesías fuera condenado a muerte y luego resucitara
de entre los muertos (cf. Mc 8:31-33, 9:31-32, 10:32-34; Mt 16:21-23,
17:22-23, 20:17-19; Lc 9:22, 9:43-45, 18:31-34). Asimismo, cada vez que
hablamos de Dios hemos de tener presente que nuestros conceptos humanos
nunca aprehenden enteramente a Dios. No debemos limitar a Dios a nuestro
ntendimiento sino de permitir que nuestro entendimiento, por la
revelación de Dios, se extienda más allá de sus limitaciones normales.





Conclusión


Por su Presencia Real en la Eucaristía, Cristo cumple con su promesa
de estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt
28:20). Como escribió S. Tomás de Aquino, “Es la ley de la amistad que
los amigos deban vivir juntos. . . Cristo no nos ha dejado sin su
presencia corpórea en este nuestro peregrinaje, sino que nos une a él en
este sacramento en la realidad de su cuerpo y su sangre” ( Summa Theologiae,
III q. 75, a. 1). Con este don de la presencia de Cristo en medio de
nosotros, la Iglesia es verdaderamente bendita. Como Jesús dijo a sus
discípulos, refiriéndose a su presencia entre ellos, “yo les aseguro que
muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo
vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron” (Mt 13:17). En la
Eucaristía, la Iglesia a la vez recibe la ofrenda de Jesucristo y da
profundas gracias a Dios por tal bendición. Esta acción de gracias es la
única respuesta adecuada, pues mediante esta ofrenda de sí mismo en la
celebración de la Eucaristía, bajo la apariencia de pan y de vino,
Cristo nos da la ofrenda de la vida eterna.



Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben
su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe
mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne
es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. . . . Como el
Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el
que me come vivirá por mí.
(Jn 6:53-57)



Para Lectura Adicional


Congregación para las Iglesias Orientales, Instrucción sobre la Liturgia (enero 1996).



Congregación de los Ritos, Eucharisticum Mysterium, Instrucción sobre el Culto de la Eucaristía (25 mayo, 1967).



Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, Constitución sobre la Sagrada Liturgia (4 diciembre, 1963).



S.S. Juan Pablo II, Dominicae Cenae, Carta a los Obispos de la Iglesia sobre el Misterio y Culto de la Eucaristía (24 febrero, 1980).



S.S. Pablo VI, Mysterium Fidei, Encíclica sobre la Santa Eucaristía (3 septiembre, 1965).



S.S. Pío XII, Mediator Dei, Encíclica sobre la Sagrada Liturgia (20 noviembre, 1947).



Subcommittee on the Third Millennium, National Conference of Catholic Bishops, A Book of Readings on the Eucharist: A Eucharistic Jubilee (Washington, D.C.: United States Catholic Conference, 2000); sólo en inglés.



Theological-Historical Commission for the Great Jubilee of the Year 2000, The Eucharist, Gift of Divine Life (New York: The Crossroad Publishing Company, 1999); sólo en inglés.







La presencia real de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía: Preguntas básicas y respuestas
ha sido elaborado por el Comité sobre Doctrina de la National
Conference of Catholic Bishops y aprobado por el pleno de los obispos en
su Asamblea General de junio de 2001. Su publicación ha sido autorizada
por el abajo firmante.



Mons. William P. Fay

Secretario General, USCCB





Las citas bíblicas fueron tomadas de Lecturas para la Liturgia de la Palabra,
segunda edición, © 1985 Editorial El, S.A. de C.V. Propriedad de la
Comisión de Liturgia, Música y Arte Sacro de México, Obra Nacional de la
Buena Prensa, A.C., Ciudad de México. Se usan con permiso.



Las citas de los documentos del Concilio Vaticano II han sido tomadas de la página web oficial del Vaticano.



ISBN 1-57455-866-8



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Washington, D.C. Se reservan todos los derechos. Ninguna porción de este
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