Diciembre 8, 2016 |
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San José |
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En el mes de Marzo la Iglesia venera y celebra a San José de Nazaret de forma especial, me gustaría compartir con todas nuestras hermanas y hermanos que visitan el sitio de www.diriamba.info algunas reflexiones sobre el Padre Adoptivo de nuestro Señor. San José se distingue en las páginas del Nuevo Testamento por su silencio, no tenemos ni siquiera una palabra que los Autores Sacros atribuyan al hombre escogido por Dios desde toda la eternidad para ser el Padre putativo del Cristo. Su vida, no obstante, como todo lo que se refiere a él es un misterio tremendo del Amor y la confianza que Dios Padre pueda tener en los hombres. Escribe San Agustín, obispo de Hipona, en el siglo V: "El que no tuvo madre en la eternidad, no tuvo padre en el tiempo," sin embargo, José es el padre verdadero legal de nuestro Señor si bien no biológicamente más dentro de una dimensión que supera todo lo que podamos pensar porque la vocación y misión de San José es única, irrepetible. La nueva economía de Salvación inicia, entonces, con dos adolescentes: María, tal vez de catorce o quince años y José antes de cumplir veinte. La tradición secular ha querido distorsionar, no con mala fe, sin embargo, la figura del Patriarca José al representarlo anciano, gordo, calvo y llevando un lirio en sus manos. José no era ni viejo ni gordo y ningún lirio jamás floreció en sus manos. Esta representación iconográfica responde a la necesidad de mostrar un hombre que, por su edad, iba a respetar la virginidad de su Esposa. La verdad, no obstante, es que todo lo que se ha transmitido de forma oral y/o escrita sobre San José no se basa en fuente histórica que la sostenga y apoye. Dios, para empezar, se caracteriza por trabajar con personas normales, verdaderamente de carne y hueso; desde su contexto histórico, con sus limitaciones y desde su propia realidad personal. En la pareja José y María, que eran unos adolescentes, encontramos a Dios actuando con toda fuerza en las existencias de ellos; más aún, Dios entra en sus vidas, la invade, me atrevo a afirmar, para llevar a cabo Sus planes en favor de nosotros y nuestra salvación. No sabemos dónde se conocieron José y María en el pueblecito de Nazaret que al tiempo de ellos no alcanzaba ni siquiera los 200 habitantes..., consecuentemente todos se conocían allá. En Nazaret no existían ni discotecas ni lugar de reunión para jóvenes ni nada de lo que encontramos hoy que propicia el encuentro de muchachas y muchachos que luego se enamoran e inician a vivir el noviazgo; en Nazaret los puntos de encuentro eran: el pozo, el mercado, la sinagoga y los talleres, entre ellos, naturalmente, el de José, que era carpintero y parece ser que igualmente trabajaba el hierro. Donde haya sido, entonces, el encuentro de estos dos adolescentes, María y José, no importa, lo que vale es que se vieron a los ojos y se enamoraron locamente, como las parejas de hoy día. De hecho, como las parejas de todos los tiempos. Se enamoran con la pasión propia de su edad, son dos adolescentes que quieren amar y ser amados, comparten sueños y deseos, esperanzas y proyectos. Nada los distingue de las demás parejas de Nazaret, se abrazan y se besan, juegan como todos los enamorados. Quizá se encontraban a diario y, como las parejas enamoradas, estaban atentos a la hora del "encuentro," porque el corazón humano se deja arrastrar por el objeto de su amor y no está feliz hasta que se cura con la presencia y la figura. José se une en matrimonio con María y Ella, sin duda alguna, como todas las muchachas hebreas de su época, sueña con tener muchos hijos con la esperanza de que el Mesías prometido en las antiguas profecías fuera uno de sus hijos. Nunca se imaginó esta jovencita, María de Nazaret, que Ella era la Inmaculada Concepción y que había sido escogida eternamente para vestir de carne el Corazón de Dios al Encarnarse en Su purísimo vientre. No tenemos ni siquiera la más remota idea de cómo habrán vivido estos dos enamorados, lo cierto, sin embargo, es que Dios interviene inmediatamente que José y María se casan para cambiar, literalmente, sus planes... Dios le anuncia a ambos, primero a María y luego a José, que el Mesías nacerá de esta adolescente y encarga a José que le imponga el nombre al Niño una vez que nazca (Mt 1, 21). Con esta instrucción, José se convierte en el padre verdadero del Cristo según la Ley. En la unión de María y José no hubo nada espectacular ni ruido ninguno. Dios trabaja siempre en el silencio, como cuando vemos nevar, como cuando en la noche se abre la más hermosa rosa, sin avisarle a nadie. No hubieron, pues, muchos pretendientes para la Madre del Señor, o quizá sí, esto, la verdad, no lo sabemos a ciencia cierta. Lo que sí nunca sucedió es la leyenda aquella, pobre y hueca, que afirma que el sumo sacerdote había dicho que "sería esposo de María el hombre a quien le floreciera un lirio en una vara seca." De aquí, entonces, la representación de José de Nazaret llevando un lirio en sus manos. Pero ya es tiempo de que descubramos al verdadero y auténtico José, que vive su juventud con el ardor propio del hombre que se forma, ya es tiempo de que conozcamos al hombre que arriesgó todo por ser fiel a la Llamada de Dios que le escoge, como a María, para ser el padre en la tierra del Verbo Encarnado. Si de María nunca será suficiente lo que digamos de Ella, igualmente de José porque ambos son los protagonistas de la Historia más sublime y preciosa que el mundo haya conocido jamás. Una historia dura y difícil, sin embargo, porque cuando uno se hace amigo de Dios, viene la prueba inmediatamente y José y María, por esta amistad, tuvieron que conocer inclusive el exilio cuando Herodes perseguía al Niño para matarlo (Mt 2, 13-18). En José encontramos al hombre del silencio, fruto, sin duda alguna, de su relación con Dios, con el Dios que él carga en sus brazos como un Infante. José, junto con María, se contemplan en los ojos del Niño Dios. La criatura carga a su Creador y se ve en la mirada del que vive eternamente. En el misterio de José encontramos al esclavo que enseña a caminar a su Dueño, le guía y forma, le enseña a leer y escribir. Le da, a medida que crece un oficio: el de carpintero. Dios ha abierto Su tienda en medio de los hombres y vive feliz entre ellos; se ha hecho uno de nosotros y se quedó igual acompañándonos desde Su Encarnación. Es elocuente el silencio de José que, a pesar de haber habido cantidad de oportunidades en el Nuevo Testamento para que él dijera al menos una sola palabra, el silencio es lo suyo... Y es que lo más que vivimos en Dios, el ruido desaparece de nosotros y el silencio se abre paso porque al ser una realidad interior, domina todo nuestro ser externo. En José encontramos al hombre contemplativo, basta pensar y recordar que él sabía perfectamente quién era ese Niño que cuidaba, alimentaba y aseaba... Esa estrecha relación con el Verbo hecho carne hizo de José el hombre que vive adorando el Misterio que vive en su propia casa... Sin alardes raros, sin genuflexiones ni expresiones de devoción, los padres de Jesús, María y José, viven con su Dios que crece día a día. En la cueva de Nazaret, José existe sumergido en la Luz del Hijo que le acaricia y llama "abbá," (papacito). ¿Cuál no habrá sido el gozo de José al escuchar a Dios llamarlo papacito? ¿Cómo habrá latido su corazón cuando el Niño posaba su cabeza en su pecho? Nos queda para reflexionar en el silencio de nuestra intimidad con Dios el misterio de la Casa de Nazaret, donde Dios empieza a vivir con los hombres. No tenemos información sobre el cómo se desarrolló la vida de José ni cuándo fue que falleció. Lo más probable es que haya muerto antes que el Señor iniciara Su Ministerio Público, esto porque teológicamente San José fue escogido por la Beatísima Trinidad por tres razones fundamentales, siguen a estas otras muchas, pero las más importantes son las siguientes: José fue necesario en el Misterio de la Encarnación para esconder de satanás el conocimiento de que Dios se hacía hombre. Igualmente, José es escogido para proteger el embarazo de la Madre del Señor, esto con la intención de que Jesús pasara como "el hijo del carpintero" mientras llegaba el momento de la automanifestación de Cristo como el Mesías y para evitar que la Inmaculada sufriera las consecuencias de la Ley de Moisés: embarazada sin esposo, tenía que morir lapidada. Finalmente, José es llamado para formar humanamente al Dios Hombre, para hacerlo útil a la sociedad por medio del trabajo honrado y responsable. José llevó a cabo esta misión con la perfección que sólo el amor puede medir y seguro que cada vez que conversaba con Jesús, José ilustraba sus enseñanzas con ejemplos sencillos. De allí, definitivamente, la forma en que Jesús hablaba a las multitudes: con ejemplos de las cosas de cada día, de los campos y los liros, de las aves, etc. Enseña San Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei, que "era necesario que Jesús tuviera un parecido físico con Su padre adoptivo, San José." El Santo Fundador del Opus Dei tiene verdaderamente toda la razón y, como para Dios no existen imposibles ¿le iba a ser difícil que las facciones físicas del Cristo fueran parecidas a las de Su padre legal? Para nada. ¡Qué Misterio enorme y sublime, Dios que deja la eternidad para entrar en el tiempo como hombre verdadero, naciendo de una mujer (Gal 4, 4) y teniendo un hombre como padre! Vive nuestra realidad en la cueva santa de Nazaret, conoce lo que es ser niño y se somete a las leyes de la naturaleza creciendo y desarrollándose como un adolescente, luego en joven y después como un hombre hecho y derecho. Y de este Misterio tremendo, José es el feliz recipiente: él vive cada etapa del Verbo que Encarnado "crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría y el favor de Dios lo acompañaba," (Lc 2, 40). En el Taller de José se forma la naturaleza humana de Cristo, Persona Divina, y este encargo lo deposita el Padre Dios en la persona de José de Nazaret. ¿Cuántos pensamientos cruzarían la mente de José cada vez que el Infante se acercaba a él y extendiendo Sus brazos le pedía que le cargara y abrazara? ¿Cuántos sentimientos de profundo amor ardían en el corazón de José al ver su rostro reflejado en la mirada del Creador del universo? Podría seguir, sin embargo, creo que todos nos hemos hecho la idea, al menos, de la grandeza de este Santo desconocido, el más grande de todos los Santos, sin duda ninguna: José de Nazaret.
La Iglesia le ha sido reconociente a José del Misterio que con su vida entera marca la Historia de la Salvación. El Beato Pio IX, en el año 1870 proclamó patrono de la iglesia católica a San José de Nazaret,, interesante que el Santo a cuya Custodia encargó la Iglesia su Patronazgo sea precisamente un seglar, un laico. Luego, en el siglo pasado, el Beato Juan XXIII incluyó su nombre en el Canon Romano que una antiquísima tradición afirma fue escrito o al menos inspirado por el Papa San Gregorio I el Magno (590-604). El Siervo de Dios Juan Pablo II escribió una magnífica Carta Apostólica: "El Custodio del Redentor," en la cual desglosa poderosa y magistralmente toda la vida y misión del humilde José de Nazaret. De la misma forma, los Santos de todos los tiempos han profesado una tierna y sólida devoción al Padre adoptivo de Cristo, destaca entre los devotos del Santo Patriarca, la Reformadora del Carmelo, Santa Teresa de Ávila quien afirma y escribe "que si buscas Maestro para la oración, acude a San José a quien todo le pido y nunca me ha negado nada." Teresa de Ávila escogió como Patrono del Carmelo Reformado a San José y le invocaba en todo momento, de la misma forma San Juan Bautista De la Salle, Fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, tiene y fomenta la devoción al Santo Patriarca en el Instituto fundado por él y le nombra, igualmente, Protector del mismo. La última Eucaristía de San Juan Bautista De la Salle es precisamente un 19 de marzo, en la Solemnidad de San José el Santo Protector de las Escuelas Católicas y Enseñantes, se levanta de su lecho donde yacía gravemente enfermo. Es su deseo profundo celebrar los Divinos Misterios en la Fiesta del Padre legal de Jesús, celebra la Eucaristía y regresa a su habitación para no levantarse más, de hecho, el Señor De la Salle fallece un 7 de abril. Los Santos cercanos a nosotros en el tiempo igualmente han profesado una constante devoción al Carpintero de Nazaret. La Iglesia, entre otras cosas, le invoca de manera especial para alcanzar una santa muerte, porque si José falleció antes que el Señor Jesús saliera definitivamente de Nazaret él murió entre los brazos de Jesús y María. La Iglesia, pues, le invoca como el "Protector de los agonizantes," y por lo tanto los Santos se han encomendado a él para obtener la gracia de una muerte en amistad con Dios. Un ilustre ejemplo de esta devoción particular es San Pío de Pietrelcina, O.F.M. Cap., (+23. IX. 1968), quien al sentirse ya bastante afectado por los años y sus interminables enfermedades, pidió a su Superior el permiso de tener en su celda una imagen de San José "para encomendarme a él en mi agonía." Igualmente, San Josemaría de Escrivá, el Fundador del Opus Dei, tuvo una profunda y filial devoción al Santo Esposo de la Inmaculada y le invocaba con ternura llamándole: "San José, Padre y Señor, ruega por nosotros." No ha habido Santo o Santa de Dios que no haya profesado una fuerte y fiel devoción al Santo Patriarca de Nazaret. Es que en José encontramos un manantial que no se agota de ejemplo, de santidad, de entrega, de fidelidad, de total y completo y radical amor a Dios y a Sus planes. José y María cambiaron todos sus proyectos una vez que el Señor les manifestó Su Voluntad. Esto es lo que tenemos que hacer todos, estar siempre abiertos a la Voz del Señor que nos llama, nos invita, nos guía y pide cosas que, a veces, no estaban contempladas en nuestros planes y sueños, por muy justos y buenos que sean. José, pues, es el Maestro de la total disposición a cumplir con alegría y serenidad la Voluntad del Padre, cualquiera esta sea, a estar siempre atentos a las inspiraciones del Espíritu y dejarnos seducir por Dios. La Iglesia, igualmente, invoca a San José como el Terror de los demonios, esto porque su misión más importante fue esconder del conocimiento de satanás la Encarnación del Verbo. En diversos exorcismos se ha visto poderosamente la intercesión de José de Nazaret en favor de los pobre poseídos. Como en el Antiguo Testamento, en tiempos de José, el hebreo, vendido por sus hermanos, vayamos donde San José y escuchemos la Voz del Señor que nos dice: "Diríjanse a José y hagan lo que él les diga" (Gn 41, 55). Que San José nos lleve a todos a un conocimiento atrevido de los misterios de Su Hijo adoptivo y por él conozcamos en profundidad al Verbo Encarnado a quien él llevó en sus brazos, le besó y acarició... Igualmente, que la presencia de José en nuestras vidas nos acerque a Santa María, la Virgen Madre de Dios y Madre nuestra. Él que fue su Esposo virgen nos lleve de la mano hacia la Señora para que le amemos como él, con ternura y delicadeza verdaderas. "¡San José, Padre y Señor, ruega por nosotros!" Así sea. Rev. Fausto Zelaya |
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