MEDITACIÓN PARA EL PRIMER SÁBADO
3 er Misterio Gozoso

El Nacimiento de Nuestro Señor

Glorifiquemos a Dios, que vino al mundo para salvarnos









Introducción:




Atendiendo
el pedido de Nuestra Señora en Fátima de desagraviar su Inmaculado
Corazón, comencemos la práctica de la devoción de los Primeros Sábados
de mes.




Con
nuestra confesión, comunión, recitación del rosario y meditación de los
misterios del Rosario, ofrezcamos a la Madre Celestial la reparación
por las ofensas que se cometen contra su Inmaculado Corazón. A quien
practique esta devoción, Nuestra Señora promete gracias especiales de
salvación eterna.




Hoy
consideraremos el tercer misterio de Gozo: El nacimiento de Nuestro
Señor Jesucristo. El Rey del Cielo y de la Tierra viene al mundo
envuelto en un misterio de grandeza y de humildad, invitándonos desde el
primer instante a seguirlo como el Camino, la Verdad y la Vida.




Composición de lugar:




Imaginemos
la Gruta de Belén, en la noche de Navidad. En medio de una gran paz, en
un ambiente iluminado por la gracia divina, Nuestra Señora y San José
están alojados junto al Niño Jesús, reclinado en un pesebre. Alrededor
de ellos, pastoresadmirados veneran al recién nacido, rodeados por sus
ovejas, por la vaca y el burro. Afuera se oye el cántico celestial de
los ángeles que entonan su himno de gloria y alabanza al Dios nacido.




Oración preparatoria:
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Evangelio de San Mateo (5,1 y ss)
“Y
sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto
7 y dio a luz a su hijo primogénito[*], lo envolvió en pañales y lo
recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
8 En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al
aire libre, velando por turno su rebaño. 9 De repente un ángel del Señor
se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se
llenaron de gran temor. 10 El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una
buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: 11 hoy, en
la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. 12 Y
aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre». 13 De pronto, en torno al ángel, apareció una
legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: 14 «Gloria a
Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».
15 Y sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores
se decían unos a otros: «Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha
sucedido y que el Señor nos ha comunicado». 16 Fueron corriendo y
encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 17 Al
verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.”




I – Divinas enseñanzas en el Pesebre.




¡Oh
gruta dichosa, que tuviste la ventura de ver al Verbo nacer dentro de
ti! ¡Oh Pesebre dichoso, que tuviste la honra de recibir en tu interior
al Señor del Cielo! ¡Oh paja dichosa que serviste de lecho a Aquél cuyo
trono es sustentado por los Serafines!, exclama San Alfonso de Ligorio.




1- Humildad que confunde nuestro orgullo.




Un
Dios que quiere comenzar su infancia en un establo confunde nuestro
orgullo y, según las reflexiones de San Bernardo, ya predica con el
ejemplo lo que más tarde predicaría a viva voz: “Aprended de mí que soy
manso y humilde de corazón”. Por ello, al meditar el Nacimiento de Jesús
y al oír las palabras: pesebre, paja, gruta, deberíamos dejarnos
conmover y sentir en el alma una viva inclinación para la práctica de la
virtud y, sobre todo, de la humildad, que tanto nos aproxima a ese
Recién-nacido.




Consideremos
los sentimientos que surgieron en el Corazón de María cuando vio al
Verbo Divino reducido a tan extrema pobreza por amor a los hombres.
Consideremos la devoción y la ternura indecible que la Virgen
experimentó cuando apretaba al Hijo de Dios junto a su pecho. Unamos
desde ya nuestros afectos a los de Nuestra Madre Santísima y roguemos a
Dios que, por medio de Ella, derrame sobre nosotros las gracias
incomparables del Nacimiento de Jesús, y nos de fuerzas para vencer
cualquier inclinación de soberbia que de Ellos nos separen.




2- En el Pesebre, el Camino, la Verdad y la Vida




En
aquel Pesebre se encuentra “El Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,16).
En aquel Niño vemos al Redentor, iniciando sus enseñanzas, no por medio
de palabras, sino a través del ejemplo, indicando el único y excelente
medio para el restablecimiento de la antigua atmósfera de nuestro Edén
perdido.




Naciendo
en el establo de Belén, el Infante-Maestro se coloca a disposición de
los hombres, sean ellos ricos o pobres, grandes o pequeños, sin
distinción de personas. No podría haber escogido mejor medio. Nació en
un lugar de libre acceso, sin que nadie pudiese ser impedido de
aproximarse. Quiso ser todo para todos.




II – Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres por Él amados.




¡Jesús
nació! El Divino Infante, viniendo al mundo, ofrece al Padre Eterno un
culto perfecto, aparte de reconciliar con Dios a la humanidad,
volviéndola apta para glorificarlo. Esa es la causa de la gran gloria
que le prestan los Ángeles, exaltando la gran obra del Altísimo, en la
cual Él manifiesta a todo el Universo su sabiduría.




1- Júbilo de los Ángeles delante del Dios Niño.




Como
dice San Alfonso, junto a la Gruta de Belén los Ángeles entonaron
jubilosos cantos de alabanza: Gloria a la divina Misericordia que en vez
de castigar a los hombres rebeldes, el propio Dios hace tomar sobre sí
el castigo para salvarlos. Gloria a la divina Sabiduría, que encontró un
medio de satisfacer la justicia y librar al hombre de la muerte
merecida. Gloria al divino Poder, que de modo tan admirable venció las
fuerzas del infierno. Gloria finalmente al divino Amor que, para
salvarnos, indujo a Dios a hacerse hombre.




2- La paz cantada por los Ángeles se encuentra en la santidad de los llamados.




Gloria
a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres por Él amados,
cantaron los Ángeles en Belén. Esa paz ofrecida por los espíritus
celestes se encuentra en la santidad para la cual todos somos llamados.




Fuimos
creados por Dios y para Dios; mientras la suma Verdad no ilumine
nuestra inteligencia, mientras el Bien supremo no ocupe un lugar
primordial en nuestro corazón, nuestros esfuerzos en la búsqueda de la
paz serán frustrados. En un mismo corazón no pueden vivir juntos la paz y
el pecado. Por eso, cuanto más me aparte de las vías de la virtud, más
me acusará mi consciencia por el hecho de colocarme fuera del orden
deseado por Dios para mi alma y para todo el Universo. Pero si, además,
busco ahogar la voz de mi consciencia y endurecerme en el pecado, pues
en este caso, la perturbación ocupará el lugar dejado en mi alma por la
antigua paz.




En
medio de los múltiples dramas actuales, hoy hace eco, - como otrora a
los pastores de Belén - el cántico de los Ángeles. Ellos nos ofrecen la
verdadera paz a cada uno de nosotros, invitándonos a subordinar nuestras
pasiones a la razón y la razón a la Fe. En síntesis, para recibir esa
ofrenda de los Ángeles, tan ansiada por nosotros, es indispensable estar
en orden con Dios, reconociendo en Él a nuestro Legislador y Señor, y
amándolo con todo el entusiasmo.




Que
mi Ángel de la Guarda, mientras hago esta meditación, me diga en el
fondo del alma una palabra decisiva para que cambie en mi vida lo que
necesita ser cambiado y así pueda cumplir el fin para el cual fui
creado.




III - El ejemplo de los pastores.




Jesús
nació, y nació para todos. Él nos manda a avisar, dice San Alfonso de
Ligorio, que es la ”flor de los campos y la azucena de los valles” (Can.
2,1), para darnos a entender que, así como nació humilde, así los
humildes lo encontrarán. Por eso, el Ángel no fue a anunciar el
nacimiento de Cristo al César ni a Herodes, ni a los emperadores y
reyes, sino a los pobres y simples pastores, porque en la simplicidad de
sus corazones no se dejaron fascinar por el pecado, por el mundo y por
la carne.




Ellos
fueron los invitados a ir a la gruta a encontrar al Niño envuelto en
pañales y puesto en un pesebre. Ellos fueron los primeros en encontrar a
Jesús en el establo y en prestarle su tributo de adoración y de amor.




1- Como los pastores, también somos convidados a la Gruta de Belén




La
gruta está abierta para que todos puedan entrar a venerar al Recién
nacido. Allí está Él, como niño sobre pajas para atraer a quien viene a
buscarlo.




Como
los pastores, yo también estoy invitado a ir a Belén. ¿Qué sentimientos
pasarán en mi interior? ¿Tendré los mismos deseos que ellos sintieron
en esa ocasión?




No
es necesario que yo emprenda un viaje a la Gruta de Belén, pero sí que
yo tenga la misma reacción de los pastores, o sea, la total disposición
para, por ejemplo, adorar a Jesús guardado en el tabernáculo del altar o
en la Santa Eucaristía.




Cuantos
pretextos aparentemente legítimos podrían haber alegado los pastores
para no moverse con prisa en busca del Niño: la larga distancia a
recorrer, el riesgo de abandonar el rebaño, el frío del invierno, etc.
¡Cuántos católicos, hoy en día, por su frivolidad, dejaron de cumplir
sus obligaciones de culto, amparándose en justificaciones banales o
hasta en fantasiosas irrealidades!




Nada
pudo retardar el paso de aquellos piadosos campesinos y por eso, con
todo merecimiento, encontraron no sólo a Jesús, sino también a María y
José. Consideremos con admiración la heroica fe de aquellos hombres tan
simples. Delante de aquel Niño frágil, acostado en un pesebre, ¡no
dudaron un solo instante que se trataba de su Salvador, esperado hacía
milenios por la Humanidad!




¿Será esta mi fe en la Iglesia de Dios? ¿Será también este mi amor al Verbo Encarnado?




2- Glorificar y manifestar al Dios que se hace Hombre para nuestra salvación




Después
de venerar al Niño en la gruta de Belén, los pastores “Volvieron
glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído,
conforme les había sido dicho” por el Ángel. Es el primer efecto que la
fe produce cuando es sincera, o sea, el deseo de hacer participar de
ella a todos los que se encuentran por el camino. Esa fe es un tesoro
que no comporta egoísmos, ella exige ser compartida con otros, es
difusiva. Por eso, en ese período, encontramos a los pastores como
heraldos de la Buena Nueva, predicadores simples y sin mayores recursos
de oratoria pero elocuentes.




Esa
es también la obligación de todos los bautizados. Si nuestra fe es
viva, debemos comunicarla a todos los que podamos. Sigamos en este
apostolado, a ejemplo de los ángeles y de los fervorosos pastores de
Belén.




Súplica final




Roguemos
a Nuestra Señora de Fátima que en esta Navidad interceda por nosotros y
por nuestras familias junto a su Divino Hijo, y que nos alcance de Él
la gracia de tener una fe cada vez más intensa y un amor a Dios siempre
creciente. Y que, a ejemplo de los pastores y del Ángel de Belén,
sepamos con humildad y alegría glorificar al Verbo que se encarnó para
abrirnos las puertas del Cielo y ser verdaderamente santos como Dios
Nuestro Señor nos ordenó: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial
es perfecto” (Mt. 5, 48).
Con entera confianza digamos: Dios te Salve, Reina y Madre…




Notas bibliográficas
Basado en:
SANTO AFONSO DE LIGÓRIO, Meditações, volume I, Editora Herder e Cia., Friburgo, Alemanha, 1922.




MONSENHOR JOÃO CLÁ DIAS, Comentário ao Evangelho de Natal, in Revista Arautos do Evangelho nº 65, dezembro 2008.