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Pueblo y Tierra (Israel). Leyendo las fuentes tradicionales
17 marzo, 2015shalomhistoria judía, Israel, Judaismo
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1.- LA TIERRA PROMETIDA.
En Génesis 13, 15-18 se dice:
“Y le dijo el Eterno a Abraham: Alza ahora tu ojos
y mira desde el lugar en donde estás en dirección al norte,
al sur, al oriente y al occidente, por cuanto toda
la tierra que puedes ver te la daré a ti y a tu simiente para siempre.
Y haré que tu simiente sea numerosa como el polvo de la tierra ….
Levántate pues y anda a todo lo largo y a todo lo ancho de la tierra,
porque te la daré”
Eretz Israel es la tierra destinada al Pueblo israelita. El Pueblo en cuanto tal no nació en la Tierra de Israel; sucedió que la Tierra fue prometida a los patriarcas mucho antes de que la nación fuese una realidad sólida, siendo repetida la promesa ante el Pueblo en el momento de emprender la huida de Egipto. En realidad, el Pueblo judío nace caminando hacia su Tierra, no en ella, no de ella. El concepto de “Tierra Prometida”, por paradójico que pueda parecer, permaneció cuando el Pueblo habitó su Tierra y en las épocas exílicas. El itinerario para el nacer del Pueblo cabe conectarlo en sus inicios con la salida de Abraham de su tierra natal, Ur Casdim, para dirigirse a Canaán, donde se concretaría el Pacto con Dios y donde este promete “daré esta tierra a tu simiente”, siendo después repetida a los demás patriarcas e incorporándose al legado de los israelitas ya antes de convertirse en Pueblo.
La historia del pueblo israelita hasta nuestra contemporaneidad, está marcada de forma profunda por la relación de intensa afectividad Tierra (Eretz)-Pueblo. Eretz Israel es la Patria del Pueblo judío, ocupando un lugar central en la identidad nacional. La “Patria” no viene determinada por nacer en determinado territorio o lugar concreto; así, los judíos nacieron y tuvieron su experiencia fundante fuera de la Tierra de Israel y desarrollaron una larga experiencia de exilio y vida en otros países, pero ello no implica que, en general, hayan considerado a esos países su patria; en cambio, sí tenía esa consideración para ellos la Tierra de Israel. La Patria viene a ser, en realidad, la Tierra sobre la que se asienta la existencia del Pueblo.
Dios decidió que cada pueblo de la Tierra debía poseer un territorio; Eretz Israel es la tierra destinada al pueblo de Israel. Y así, se establece en diversos textos que la tierra de Eretz Israel está destinada al pueblo y sólo al pueblo de Israel. Dirigiéndose a Abraham; Dios anuncia -en Génesis 17:8- que: “Te daré a ti y a tu simiente después de ti la tierra de tus peregrinaciones: toda la tierra de Canaán”, repitiéndose hasta 5 veces la promesa. También Itzjak -en Génesis 26:3- es interpelado: “porque a ti y a tu simiente entregaré todos estos países”. Finalmente -en Génesis 28:13 y 35:12- es Yaakov el receptor de los mensajes: “la tierra donde estás acostado te la daré a ti y a tu simiente”; “Y la tierra que le di a Abraham e Itzjak te la daré a ti y a tu simiente después de ti”. He aquí el Pacto Eterno, la imperecedera alianza entre el Pueblo judío y Dios.
Una serie de preguntas se plantean: ¿Qué tiene de específico la Tierra de Israel?, ¿Posee en sí características que la puedan definir como Tierra “Santa”?; ¿Por qué está “destinada” concretamente a este pueblo? La particular relación de Dios con el Pueblo es el factor determinante, pues de ella deriva la “atribución” de la Tierra.
La relación Pueblo-Tierra se basa en la promesa de Dios y, antes que ella, en su elección. No se basa en características físicas de la tierra ni tiene su base o fundamento en conquistas/anexiones territoriales realizadas por tribus en busca de tierras para su gente.
Exiliado y diseminado por el Planeta, mezclado con muchísimas naciones, el pueblo judío, generación tras generación, hizo de las relaciones con la Tierra de Israel seña de identidad fundamental y elemento central de “lo judío”, siempre presente en las fuentes escritas y en las tradiciones orales. Basada en la elección de Dios, la relación puede concebirse como histórica, como mística, como teológica, ……
La esencia de la relación entre el pueblo de Israel y su tierra es distinta de la de los demás pueblos con su territorio, y no podemos comparar el lazo que existe entre las demás naciones del mundo con sus territorios con el lazo que existe entre el pueblo de Israel y su tierra. ¿Por qué es específica y distintiva esta relación con la Tierra del Pueblo judío en comparación con otros?. En general, la conquista de un territorio por los antepasados y la transmisión a la descendencia -generaciones sucesivas- marca las relaciones Pueblo-Tierra y la base de la “Nación”, no hay un sentimiendo de pertenencia que aguante por décadas y siglos la relación con el territorio (lo “espiritual” no resiste los avatares de lo “material” y fáctico). Sucede, entre otras cosas, que es extraño en la historia de la humanidad que un pueblo plasme en un documento, cuente con escritos en los que se recoja una promesa de una tierra, menos aun una elección legalmente institucionalizada.
EXILIO. JERUSALÉM
En Salmos 137: 5-6 leemos:
“Si me olvido de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Péguese mi lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no enaltezco a Jerusalén sobre mi supremo gozo.”
En el anterior apartado abordábamos la relación Tierra-Pueblo desde la perspectiva de la (necesaria) presencia. Ahora aludimos a otra experiencia de la relación Tierra-Pueblo: la “ausencia”. Si en el anterior apartado aludíamos a la completa Tierra de Israel, ahora lo hacemos a su capital -material, a veces, pero espiritual siempre-. Hasta el día de hoy, los judíos que habitan los más diversos rincones del Planeta se giran hacia Jerusalém en el desarrollo de sus diarias oraciones. La oración invocando el regreso a Sión forma parte de la cotidianeidad de la acción de dar gracias a Dios por los alimentos que nos otorga. Así, las servicios festivos y el Seder de la cena de Pesaj tiene por colofón “El año que viene en Jerusalém”.
Aludimos al exilio, a la ausencia de la Tierra. La restauración de Israel y la reunión de los exiliados son seña de identidad del Pueblo y tema central de las oraciones, aspectos fuertemente ligados a la llegada del Mesías. Los rituales transmitidos de generación en generación vienen a hablarnos de la perenne esperanza de este regreso a Sión.
Nos referimos al exilio, pero también al Templo; la conmemoración de la destrucción del Primer y del Segundo Templo a través del duelo y el ayuno están ligados a la experiencia del exilio y son rasgos genuinos de la tradición judía. Para simbolizar la destrucción del Templo, por ejemplo, a la finalización de una boda judía es costumbre que, con el pie derecho, el novio rompa un vaso.
Es en el curso del exilio en Babilonia cuando Dios, fiel a su promesa, no abandona a su Pueblo. El profeta -y también sacerdote- Ezequiel proclama desde el exilio en Babilonia que el Templo de Jerusalém será restaurado y que también Israel resurgirá, retornando a su Patria, regresando a su Tierra. Se manifiesta así el profeta en Ezequiel 11:17: “Así dice Dios el Señor: Yo os recogeré entre los pueblos y os reuniré de las tierras en que habéis sido dispersados, y os daré la tierra de Israel“; de este modo, como se apunta en Ezequiel 11:20 “ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios“. También entre los Profetas, Jeremías -que ha contemplado la caída de Jerusalém- desde la experiencia vivencial del exilio preconiza una nueva alianza Dios-Pueblo. Alianza que se explicita en Jeremías 31:31-32: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá”; “No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová”. Renovación de la Alianza desde la profunda vivencia de la desgracia del exilio como ausencia. La relación Pueblo-Tierra es mediada por Dios, es la fidelidad a él la que devolverá al Pueblo al “recto camino”. Retorno a la Patria, restauración del templo (de Jerusalém) y Alianza están estrechamente vinculadas.
Israel permanece en el exilio entre los años 587 y 538 a.e.c. En el Salmo 137, con antetioridad al texto con que encabezábamos este apartado, se afirma con enorme fuerza expresiva aquella añoranza de la Tierra: “Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos, y llorábamos al acordarnos de Sión. En los álamos que había en la ciudad colgábamos nuestras arpas. Allí, los que nos tenían cautivos nos pedían que entonáramos canciones; nuestros opresores nos pedían estar alegres;nos decían: «¡Cántennos un cántico de Sión!». ¿Cómo cantar las canciones del Señor en una tierra extraña?”.
Es este impulso del exilio, del deseo (que será cumplido) del retorno a la Tierra, cumpliendo la promesa de Dios puesta en boca de los profetas, el que permite la reconstrucción del Templo de Jerusalém. No es un retorno como el -triunfal- de la época de Josué; entre otras cosas, un rey extranjero (Ciro, persa) había posibilitado la liberación. El retorno a la Tierra por el Pueblo es, en cualquier caso, un acto de liberación, de emancipación.
Jerusalém se graba para siempre en el corazón del Pueblo, como concrección material y gloriosa de la relación Tierra-Pueblo (particularmente en la experiencia de ausencia que supone el exilio y que representa la Diáspora). Ya era referente central, pero esta experiencia la consolida. Dios se reveló a Abraham pidiéndole el sacrificio de su hijo en el monte Moriah, donde después surgirá el Templo; David hace de la ciudad capital de su reino y su hijo Salomón levantará en ella el Templo; capital de la dinastía davídica por 400 años, destruida por Babilonia, el momento que analizamos permite la reconstrucción del Templo y (previamente) la vuelta del Pueblo a su Tierra. En este momento Jerusalém se consolida como referente eterno: cuando se profana el Templo por los seléucidas, ello desata la revuelta macabea y la independencia nacional, con Jerusalém como “centro”; bajo dominio romano, el el 70 e.c., los hebreos se revelan y la ciudad es destruida y sus habitantes nuevamente conocen el exilio y la dispersión; tras la rebelión de Bar Koba -136 e.c.-, pretende desjudaizarse la ciudad por los romanos y es denominada Aelia Capitolina, con el acceso prohibido para los judíos; tras los romanos, multitud de ocupantes se asientan sobre ella -bizantinos, persas, árabes-musulmanes, cruzados, mamelucos, turco-otomanos, británicos, … pero Jerusalém y lo que representa siempre ha representado la concrección más brillante y luminosa de la relación del Pueblo con su Tierra.
Se cuenta que Napoleón se atrevió a entrar en una sinagoga el día de Tishà be-Av. Viendo a los judíos sentados sobre el suelo en la oscuridad, sumergidos en un profundo lamento, preguntó cual sería la causa de aquella aflicción, obtendiendo la respuesta de que estaban de luto por la destrucción de Jerusalém. Obtenida esa respuesta preguntó, entonces: “¿Cuando sucedió esto? La respuesta fue: “Hace dos mil años”. Se le atribuye al emperador la siguiente reflexión conclusiva: “Un pueblo que recuerda su tierra por dos mil años sin duda volverá”.
Jerusalém, la ausencia de la tierra, el exilio, la diàspora …. el deseo de la vuelta a Sión. Atravesamos siglos, pero finalmente nos encontramos con la (casi) contemporaneidad: el sionismo, la concrección de una Tierra para el Pueblo que no la tenía. Por eso el tema es actual.
Profesora de filosofía en la roama Universidad La Sapienza, en su “Israele: terra, ritorno, anarchia”, Donatella di Cesre se interroga : “Si el Estado era el fin, ¿el sionismo político ha agotado su tarea?”. La autora nos explica que la denominación “Palestina”, impuesta por los romanos tras la destrucción del Templo, alude a los filisteos, un pueblo de invasores procedentes del mar. En la estela de Gustav Landauer (anarquista judeo-alemán) viene a decirnos que el pueblo judío es más que una nación y el sionismo no implica unicamente la creación de un Estado.
Con tantos exilios en la historia, el pueblo judío ha creado otros tantos exilios en su mentalidad y en el modo de vivir la historia. El exilio de Adán y Eva -del añorado Paraiso a la realidad de la vida cotidiana y terrenal-. El de Caín es otro exilio. Lo es el de la humanidad en el Arca de Noé. Despúés del intento de construir la Torre de Babel se da en realidad otro exilio. De algún modo es un exiliado Abraham, que transita no solo de Haran a la Tierra de Canaán, sino además de la idolatría a la fidelidad a un solo Dios. La esclavitud de Egipto, la experiencia del desierto, la opresión babilónica y romana, el legado de Sefarad y la expulsión de la Península Ibérica …. innumerables las experiencias en el que el judío es un exiliado. En definitiva, en el centro de la experiencia espiritual y cultural del pueblo judío está desde siempre la Tierra de Israel. Cada viaje, cada experiencia de separación, es exilio. Y el exilio siempre es carencia. Carencia de la Tierra que configura al Pueblo como tal, que lo congrega en su autoconsciencia, que lo dota de un camino, de una necesaria meta que hace menos doloroso y más esperanzador transitar activamente por la Historia.
Bibliografía consultada:
-Artículo en internet de “Moked” (portal del judaísmo italiano): Qui Ferrara – Israele, oltre lo Stato nazione, http://moked.it/blog/2014/04/30/qui-ferrara-israele-oltre-lo-stato-nazione/
-Donatella di Cesare: Israele: terra, titorno, anarchia. Bollati Boringhieri, Torino-2014.
-Maria Sechi, Giovanna Santoro, Maria Antonieta Santtoro: L ´ombra lunga dell éssilio. Ebraismo e memoria. La Giubtina, 2002
-Eliahu Birnbaum: Más allá del versículo. Fin de Siglo, 1995.
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