CALENDARIO
LITÚRGICO
La Liturgia de la Iglesia
invita a todos los fieles católicos a celebrar la fe recordando
vivamente el ejemplo que nos ha dejado el Señor, Santa
María y los santos con un corazón agradecido y lleno de
gozo.
TIEMPOS
LITÚRGICOS
Síntesis para recordar el
HISTORIA
"La ordenación de
la celebración
del año
litúrgico se rige por el calendario, que puede
ser general o
particular, según esté concebido
para uso de todo el
rito romano o para alguna iglesia particular o familia religiosa"
(NUALC 48).
Estas palabras de
las
Normas universales sobre el Año litúrgico y el Calendario
definen
el objeto del calendario litúrgico
y establecen el
ámbito de su contenido,
según se
trate del calendario general o de
los
calendarios particulares.
El calendario general contiene el ciclo total de las
celebraciones del
misterio de Cristo, es decir, el
propio del tiempo,
que constituye la estructura fundamental del
año
litúrgico
(cf SC 102), al que se une el
santoral (cf SC
103-104).
Los calendarios particulares
han de combinarse
con el calendario general y recogen aquellas celebraciones
propias o
más relevantes de las iglesias particulares
-y también de
las naciones y
regiones- y de las familias religiosas, generalmente en
honor de los santos
y beatos que tienen alguna
vinculación especial
con aquéllas y
éstas. El calendario
general es obligatorio para todos
los fieles del rito romano, mientras que los calendarios particulares
lo
son en el ámbito que les
es propio.
La reforma
litúrgica del Vaticano II
se ocupó de
la revisión del calendario general y dio normas
para la
confección de los calendarios particulares de acuerdo con
el siguiente
principio: "Para
que las fiestas de los santos no prevalezcan sobre
los misterios de
la salvación, déjese la
celebración de muchas de ellas a las iglesias particulares,
naciones o
familias religiosas, extendiendo a
toda la iglesia aquellas que recuerden a santos de importancia realmente universal" (Sacrosanctum Concilium
111).
El calendario
litúrgico ha estado siempre formado por el conjunto de
fiestas observadas
por la iglesia, dispuestas en los días propios
del
año. Ahora bien, algunas fiestas no
han tenido nunca
día fijo. Son las llamadas
fiestas
movibles,
que varían cada
año juntamente con la
solemnidad de la
pascua, de la cual dependen. Las
fiestas fijas
se celebran todos los
años en el mismo día
del mes, salvo
traslado accidental.
La solemnidad de la
pascua de
resurrección,
cuya fecha ha estado siempre ligada a la pascua de los
judíos
-celebrada el 14
de nisán,
mes que cae entre el 13
de marzo y
el 11 de abril-, sufre una oscilación que va desde el 22 de marzo
como fecha más
temprana al 25 de abril
como fecha más tardía, ambos días inclusive. Esta movilidad
afecta no sólo a
las fiestas que están
relacionadas con pascua, sino también al número de semanas
del tiempo ordinario
entre el domingo del
bautismo del Señor y el comienzo de la cuaresma, y después del domingo de
pentecostés.
La fijación cada
año de
la
fecha
de la fiesta de
pascua y de las restantes celebraciones del calendario dio lugar al llamado
cómputo
eclesiástico o
conjunto de
cálculos
para determinar la
correspondencia
entre los ciclos lunar (del que depende la fecha de la pascua),
solar y
litúrgico, resolviendo también otros datos
como la epacta,
el
número
áureo,
la
indicción y
las
letras dominicales
del martirologio.
Las nociones principales del cómputo
eclesiástico
se
recogían en
los libros
litúrgicos anteriores al Vaticano II.
Actualmente el misal y la
liturgia de las
horas insertan al principio, junto con el calendario general y la tabla de la precedencia de los días litúrgicos,
las tablas de las principales fiestas
movibles del
año litúrgico para
un período de
años.
El uso
de un calendario estrictamente
eclesiástico se remonta a los
primeros siglos
cristianos. Probablemente su origen se encuentra en los dípticos o
tablillas donde estaban escritos los nombres de los
mártires y de los obispos de cada
iglesia, con la indicación
del día de
su muerte (el
dies natalis) o
sepultura (la depositio).
Los
dípticos tuvieron uso litúrgico en las
intercesiones de la
plegaria eucarística (rito romano) y en las preces por los oferentes (rito hispánico).
También dieron
origen al martirologio,
catálogo de santos dispuestos según
el orden del calendario y
en el que están
inscritas además las fiestas celebradas en fecha fija.
El más antiguo
calendario eclesiástico de la
iglesia de Roma llegado hasta
nosotros es el extracto
copiado por Furio Dionisio Filocalo
hacia el año 354. El documento se remonta, no obstante, al año
336, y
contiene la Depositio
Martyrum romana y
la
Depositio
Episcoporum romana,
catálogo de
los mártires y papas
venerados en
Roma a mediados del siglo IV. En
la
cabecera de la lista de los
mártires figura una
indicación preciosa:
VIII Kal. lan.: Natus Christus in
Betleem Iudae, la
primera noticia
existente sobre la fiesta
de navidad el 25 de
diciembre. También figura
el 29 de junio, el (dies natalis) Petri in Catacumbas el Pauli
Ostiense.
Más rico
aún que el calendario
de Filocalo son el
calendario de Polemio Silvio (siglo V) y el Kalendarium
Carthaginiense (siglo VI),
que
contiene los
natalicios y las
deposiciones
de los
mártires y obispos
africanos,
junto con los nombres de santos romanos y de otras regiones.
Todas las iglesias
de la antigüedad, hasta bien entrada la edad media,
contaban con sus catálogos de dies
fastos
y de
aniversarios de santos, entre los que predominaban los
mártires.
En España se
conoce el Ordo
sanctorum martyrum,
de los siglos
V, VII,
llamado también
calendario de
Carmona,
esculpido en dos
columnas, desgraciadamente con la mitad
de la lista: desde
navidad hasta san Juan Bautista (24 de junio). Contiene doce fiestas,
además de la natividad del
Señor, en las que son celebrados,
además de san Esteban, san Juan Evangelista y san Juan Bautista, los mártires hispanos
Fructuoso y
compañeros de Tarragona,
Vicente de Zaragoza, Félix de Sevilla y otros. Después hay
que esperar hasta los siglos X-XI para
encontrar los calendarios propiamente litúrgicos,
correspondientes a los
libros de la liturgia hispánica. Fueron publicados por primera vez por M. Ferotin en su edición
del Liber Ordinum, y
modernamente por J. Vives. El santoral de estos
calendarios abarca un mínimo de cien celebraciones comunes a todos ellos. Después de la
desaparición del
rito hispánico, los calendarios romanos en España siguieron conservando algunos de los santos
más venerados de
la liturgia hispánica.
En la liturgia romana
se puede
seguir la
evolución del calendario litúrgico a
través de los sacramentarios y de los comes
y capitularia
de
las lecturas. La
característica frecuente de estos testimonios, que llegan hasta finales del siglo VIII, es la no separación, como ocurre en
los libros
litúrgicos actuales, de las celebraciones del propio del tiempo y las del santoral; las fiestas de los
santos se intercalan entre el propio
del tiempo, y siempre tienen
lugar
en el dies natalis.
Cuando en un
mismo día coinciden varios
santos,
cada uno tiene su misa, a no ser
que tengan relación entre
sí. En
esta época de la liturgia
no habían
entrado aún en el
calendario las
celebraciones de santos marcados
por la leyenda.
A partir del siglo IX
y durante
toda la baja edad media el calendario se multiplica por
influjo de
actas y
pasionarios de mártires, apócrifos muchas
veces. Al mismo
tiempo se produce
una sistematización de las categorías de los santos
y se procura
completar éstas: por ejemplo, todos los apóstoles
debían tener su fiesta, se
ampliaban las
listas de papas
santos -a muchos se les suponía
mártires- y se
formaban colecciones de santos sin
apenas rigor
histórico.
Las reformas del Misal
Romano, publicado en 1570,
y del Breviario de 1568 supusieron
una drástica simplificación del calendario
litúrgico de acuerdo
con los principios de la
ciencia histórica y
hagiográfica de aquel tiempo. Sin embargo, a pesar de que desde san Pío V los
libros litúrgicos
estaban bajo la autoridad suprema
de la iglesia y solamente la Sagrada Congregación de Ritos (creada en 1578) podía
autorizar la misa y el oficio propios de un
santo, el hecho es que, en
vísperas
del Vaticano II, el santoral
amenazaba con ahogar la celebración de los
misterios del Señor, no habiendo
bastado las
reformas parciales de los
años 1671 (Clemente X), 1714 (Clemente XI), 1914 (san Pío
X) y
1960 (Juan XXIII).
En efecto, en los cuatro
siglos
que transcurren
desde la promulgación de los libros litúrgicos reformados
según las disposiciones del
concilio de
Trento hasta el Vaticano II,
se habían introducido ciento cuarenta y cuatro santos en el
misal y
el breviario. Entre
ellos estaban las grandes figuras de esta época,
pero
también
numerosos santos cuyo
culto era
muy restringido; por
ejemplo, los santos pertenecientes a
las casas reales
europeas. Por otra parte, la inmensa mayoría de los
santos con
misa y oficio
eran religiosos,
con enorme predominio de
los italianos y
franceses. El calendario litúrgico, en estas
condiciones, ni era
verdaderamente universal ni siquiera representativo de la santidad reconocida en la
iglesia.
LITÚRGICO
La Liturgia de la Iglesia
invita a todos los fieles católicos a celebrar la fe recordando
vivamente el ejemplo que nos ha dejado el Señor, Santa
María y los santos con un corazón agradecido y lleno de
gozo.
El año litúrgico desarrolla cíclicamente, en espiral, los diversos aspectos del único Misterio Pascual integrándonos de nuevo cada año en la historia de la salvación en sentido ascendente. El Domingo de Pascua es movible y se fija cada año según la luna llena del equinoccio de primavera. Puede oscilar del 22 de marzo al 25 de abril. Después de este Domingo, el gran Domingo del año, a los 50 días se celebra el Domingo de Pentecostés que concluye la cincuentena pascual. Su preparación, la Cuaresma, da comienzo el Miércoles de Ceniza, 44 días antes del Triduo Pascual que es, por el Misterio de la Resurrección, la fuente de luz que transfigura el año entero en "Año de gracia del Señor" (Lc 4,19). Las celebraciones en torno al Misterio de la Encarnación, Navidad (25 de diciembre), Epifanía, etc., conmemoran el comienzo de nuestra salvación, y nos comunican las primicias del misterio de Pascua (cf CIC 1168-71). Son precedidas por los 4 domingos de Adviento. El primero, que da comienzo a este tiempo y al mismo Año Litúrgico, coincide con el último domingo de noviembre o el primero de diciembre. Entre el ciclo de Navidad y el de Pascua y entre éste y el de Adviento, discurre el Tiempo Ordinario (T.O.). En él cada día tiene valor por sí mismo y celebrea el Misterio de Cristo en su plenitud, principalmente el Domingo (=el día del Señor), sacramento de la Pascua y día festivo primordial (SC 106). |
HISTORIA DEL CALENDARIO LITÚRGICO |
CALENDARIO LITÚRGICO 2004:Aciprensa. |
GUÍA LITÚRGICA |
CALENDARIO LITÚRGICO:Conferencia episcopal. |
TODO SOBRE LITURGIA |
TIEMPOS
LITÚRGICOS
|
ADVIENTO Comienzo del año litúrgico. |
SEMANA SANTA Celebración del Triduo Pascual. |
|||
NAVIDAD Celebración del nacimiento del Señor. |
PASCUA Celebración de la resurrección del Señor. |
||||
CUARESMA Tiempo de conversión. |
FESTIVIDADES
CRISTOLÓGICAS
FESTIVIDADES
MARIANAS
CRISTOLÓGICAS
FESTIVIDADES
MARIANAS
Síntesis para recordar el
Año Litúrgico:
- El año litúrgico empieza con El Adviento
(son las 4 semanas antes de Navidad). - Cuando llega la Navidad comienza el Tiempo de Navidad
(este tiempo va desde el Nacimiento de Jesús hasta el Bautismo
del Señor). - Después de la fiesta del Bautismo del Señor
empezamos el Tiempo Ordinario que son unas 33 ó 34
semanas en cuyos domingos no se celebra ningún acontecimiento
especial en la vida de Jesús. El tiempo ordinario queda
interrumpido por: - La Cuaresma (son los 40 días antes de Semana Santa).
- La Pascua (son los 50 días posteriores a la
Resurrección de Jesús. Este tiempo acaba con la fiesta de
Pentecostés). - Con la fiesta de Pentecostés volvemos de nuevo al Tiempo
Ordinario hasta llegar de nuevo a la fiesta de Jesucristo, Rey del
Universo con el que termina dicho tiempo. - Una vez terminado el tiempo ordinario volvemos otra vez a
comenzar el Adviento y vuelve a comenzar otra vez todo el proceso.
Los colores litúrgicos:
- Tiempo de Adviento: el morado.
- Tiempo de Navidad: el blanco.
- Tiempo Ordinario: el verde.
- Tiempo de Cuaresma: el morado.
- Tiempo de Pascua: el blanco.
- Tiempo Ordinario (segunda parte, después de Cuaresma y
Pascua y hasta la fiesta de Jesucristo Rey del Universo): el verde.
HISTORIA
DEL
CALENDARIO
LITÚRGICO
"La ordenación de
la celebración
del año
litúrgico se rige por el calendario, que puede
ser general o
particular, según esté concebido
para uso de todo el
rito romano o para alguna iglesia particular o familia religiosa"
(NUALC 48).
Estas palabras de
las
Normas universales sobre el Año litúrgico y el Calendario
definen
el objeto del calendario litúrgico
y establecen el
ámbito de su contenido,
según se
trate del calendario general o de
los
calendarios particulares.
El calendario general contiene el ciclo total de las
celebraciones del
misterio de Cristo, es decir, el
propio del tiempo,
que constituye la estructura fundamental del
año
litúrgico
(cf SC 102), al que se une el
santoral (cf SC
103-104).
Los calendarios particulares
han de combinarse
con el calendario general y recogen aquellas celebraciones
propias o
más relevantes de las iglesias particulares
-y también de
las naciones y
regiones- y de las familias religiosas, generalmente en
honor de los santos
y beatos que tienen alguna
vinculación especial
con aquéllas y
éstas. El calendario
general es obligatorio para todos
los fieles del rito romano, mientras que los calendarios particulares
lo
son en el ámbito que les
es propio.
La reforma
litúrgica del Vaticano II
se ocupó de
la revisión del calendario general y dio normas
para la
confección de los calendarios particulares de acuerdo con
el siguiente
principio: "Para
que las fiestas de los santos no prevalezcan sobre
los misterios de
la salvación, déjese la
celebración de muchas de ellas a las iglesias particulares,
naciones o
familias religiosas, extendiendo a
toda la iglesia aquellas que recuerden a santos de importancia realmente universal" (Sacrosanctum Concilium
111).
El calendario
litúrgico ha estado siempre formado por el conjunto de
fiestas observadas
por la iglesia, dispuestas en los días propios
del
año. Ahora bien, algunas fiestas no
han tenido nunca
día fijo. Son las llamadas
fiestas
movibles,
que varían cada
año juntamente con la
solemnidad de la
pascua, de la cual dependen. Las
fiestas fijas
se celebran todos los
años en el mismo día
del mes, salvo
traslado accidental.
La solemnidad de la
pascua de
resurrección,
cuya fecha ha estado siempre ligada a la pascua de los
judíos
-celebrada el 14
de nisán,
mes que cae entre el 13
de marzo y
el 11 de abril-, sufre una oscilación que va desde el 22 de marzo
como fecha más
temprana al 25 de abril
como fecha más tardía, ambos días inclusive. Esta movilidad
afecta no sólo a
las fiestas que están
relacionadas con pascua, sino también al número de semanas
del tiempo ordinario
entre el domingo del
bautismo del Señor y el comienzo de la cuaresma, y después del domingo de
pentecostés.
La fijación cada
año de
la
fecha
de la fiesta de
pascua y de las restantes celebraciones del calendario dio lugar al llamado
cómputo
eclesiástico o
conjunto de
cálculos
para determinar la
correspondencia
entre los ciclos lunar (del que depende la fecha de la pascua),
solar y
litúrgico, resolviendo también otros datos
como la epacta,
el
número
áureo,
la
indicción y
las
letras dominicales
del martirologio.
Las nociones principales del cómputo
eclesiástico
se
recogían en
los libros
litúrgicos anteriores al Vaticano II.
Actualmente el misal y la
liturgia de las
horas insertan al principio, junto con el calendario general y la tabla de la precedencia de los días litúrgicos,
las tablas de las principales fiestas
movibles del
año litúrgico para
un período de
años.
El uso
de un calendario estrictamente
eclesiástico se remonta a los
primeros siglos
cristianos. Probablemente su origen se encuentra en los dípticos o
tablillas donde estaban escritos los nombres de los
mártires y de los obispos de cada
iglesia, con la indicación
del día de
su muerte (el
dies natalis) o
sepultura (la depositio).
Los
dípticos tuvieron uso litúrgico en las
intercesiones de la
plegaria eucarística (rito romano) y en las preces por los oferentes (rito hispánico).
También dieron
origen al martirologio,
catálogo de santos dispuestos según
el orden del calendario y
en el que están
inscritas además las fiestas celebradas en fecha fija.
El más antiguo
calendario eclesiástico de la
iglesia de Roma llegado hasta
nosotros es el extracto
copiado por Furio Dionisio Filocalo
hacia el año 354. El documento se remonta, no obstante, al año
336, y
contiene la Depositio
Martyrum romana y
la
Depositio
Episcoporum romana,
catálogo de
los mártires y papas
venerados en
Roma a mediados del siglo IV. En
la
cabecera de la lista de los
mártires figura una
indicación preciosa:
VIII Kal. lan.: Natus Christus in
Betleem Iudae, la
primera noticia
existente sobre la fiesta
de navidad el 25 de
diciembre. También figura
el 29 de junio, el (dies natalis) Petri in Catacumbas el Pauli
Ostiense.
Más rico
aún que el calendario
de Filocalo son el
calendario de Polemio Silvio (siglo V) y el Kalendarium
Carthaginiense (siglo VI),
que
contiene los
natalicios y las
deposiciones
de los
mártires y obispos
africanos,
junto con los nombres de santos romanos y de otras regiones.
Todas las iglesias
de la antigüedad, hasta bien entrada la edad media,
contaban con sus catálogos de dies
fastos
y de
aniversarios de santos, entre los que predominaban los
mártires.
En España se
conoce el Ordo
sanctorum martyrum,
de los siglos
V, VII,
llamado también
calendario de
Carmona,
esculpido en dos
columnas, desgraciadamente con la mitad
de la lista: desde
navidad hasta san Juan Bautista (24 de junio). Contiene doce fiestas,
además de la natividad del
Señor, en las que son celebrados,
además de san Esteban, san Juan Evangelista y san Juan Bautista, los mártires hispanos
Fructuoso y
compañeros de Tarragona,
Vicente de Zaragoza, Félix de Sevilla y otros. Después hay
que esperar hasta los siglos X-XI para
encontrar los calendarios propiamente litúrgicos,
correspondientes a los
libros de la liturgia hispánica. Fueron publicados por primera vez por M. Ferotin en su edición
del Liber Ordinum, y
modernamente por J. Vives. El santoral de estos
calendarios abarca un mínimo de cien celebraciones comunes a todos ellos. Después de la
desaparición del
rito hispánico, los calendarios romanos en España siguieron conservando algunos de los santos
más venerados de
la liturgia hispánica.
En la liturgia romana
se puede
seguir la
evolución del calendario litúrgico a
través de los sacramentarios y de los comes
y capitularia
de
las lecturas. La
característica frecuente de estos testimonios, que llegan hasta finales del siglo VIII, es la no separación, como ocurre en
los libros
litúrgicos actuales, de las celebraciones del propio del tiempo y las del santoral; las fiestas de los
santos se intercalan entre el propio
del tiempo, y siempre tienen
lugar
en el dies natalis.
Cuando en un
mismo día coinciden varios
santos,
cada uno tiene su misa, a no ser
que tengan relación entre
sí. En
esta época de la liturgia
no habían
entrado aún en el
calendario las
celebraciones de santos marcados
por la leyenda.
A partir del siglo IX
y durante
toda la baja edad media el calendario se multiplica por
influjo de
actas y
pasionarios de mártires, apócrifos muchas
veces. Al mismo
tiempo se produce
una sistematización de las categorías de los santos
y se procura
completar éstas: por ejemplo, todos los apóstoles
debían tener su fiesta, se
ampliaban las
listas de papas
santos -a muchos se les suponía
mártires- y se
formaban colecciones de santos sin
apenas rigor
histórico.
Las reformas del Misal
Romano, publicado en 1570,
y del Breviario de 1568 supusieron
una drástica simplificación del calendario
litúrgico de acuerdo
con los principios de la
ciencia histórica y
hagiográfica de aquel tiempo. Sin embargo, a pesar de que desde san Pío V los
libros litúrgicos
estaban bajo la autoridad suprema
de la iglesia y solamente la Sagrada Congregación de Ritos (creada en 1578) podía
autorizar la misa y el oficio propios de un
santo, el hecho es que, en
vísperas
del Vaticano II, el santoral
amenazaba con ahogar la celebración de los
misterios del Señor, no habiendo
bastado las
reformas parciales de los
años 1671 (Clemente X), 1714 (Clemente XI), 1914 (san Pío
X) y
1960 (Juan XXIII).
En efecto, en los cuatro
siglos
que transcurren
desde la promulgación de los libros litúrgicos reformados
según las disposiciones del
concilio de
Trento hasta el Vaticano II,
se habían introducido ciento cuarenta y cuatro santos en el
misal y
el breviario. Entre
ellos estaban las grandes figuras de esta época,
pero
también
numerosos santos cuyo
culto era
muy restringido; por
ejemplo, los santos pertenecientes a
las casas reales
europeas. Por otra parte, la inmensa mayoría de los
santos con
misa y oficio
eran religiosos,
con enorme predominio de
los italianos y
franceses. El calendario litúrgico, en estas
condiciones, ni era
verdaderamente universal ni siquiera representativo de la santidad reconocida en la
iglesia.
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