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La Ética del Budismo
El Budismo es un completo sistema de vida, por lo que no es posible limitarse a hacer alguna de sus prácticas y pretender así progresar por el camino espiritual. Las enseñanzas del Buda deben integrarse en la vida con el propósito de alcanzar la liberación. De aquí que la ética deba ocupar un lugar importante en las preocupaciones del practicante.
En la visión budista del mundo todos los seres participan de la naturaleza de la mente iluminada y, dado que el universo no tiene ni principio ni fin, son también eternos y se mueven en una continua transmigración en el samsara mientras no se iluminan.
El Karma, o ley de causa y efecto, sujeta a los seres a las consecuencias de sus actos, sin necesidad de que ningún ente superior premie o castigue: es una fuerza impersonal y mecánica, por lo que son los mismos seres quienes deciden continuamente su futuro con los actos presentes y quienes sufren los resultados de sus actos pasados. Uno de los propósitos de la meditación es el de ser consciente en todo momento para observar el surgimiento de emociones conflictivas y transformarlas de modo que los actos individuales sean siempre correctos.
La Vida
Para un budista la acción más negativa es la de atentar deliberadamente contra la vida de otro ser, especialmente si es sensible y se utiliza premeditación y crueldad. La violencia de cualquier clase debe ser rechazada sin contemplaciones, sin que el fin pueda jamás justificar los medios.
Es evidente que esto excluye el asesinato de seres humanos, pero puesto que nos referimos a todos los seres, ¿deben los budistas ser siempre vegetarianos? Esto ha sido a veces interpretado así y el vegetarianismo es práctica común para la mayoría de los monjes y para todos los budistas en ciertas ocasiones, pero las respuestas tajantes y el casuismo detallado son ajenos a la vía media de Sakyamuni. La realidad es que el hombre, entre otros seres, no es naturalmente vegetariano y en determinadas fases de su vida y en muchos lugares del planeta, como el Tíbet, por ejemplo, vivir sin recurrir a las proteinas animales no es fácil. El cuidar la propia vida es un deber y no es lo mismo comer la carne de un animal que matarlo por deporte o disfrutar con su sufrimiento. Por otra parte, el karma de muchos seres les lleva a ser víctimas de otros. Sin embargo, nunca debemos perder de vista el carácter sagrado de la vida y debemos agradecer el sacrificio de los seres que mueren para que otros vivan. Nunca es excusable hacer sufrir innecesariamente a un ser por bajo que nos parezca en la escala biológica. Por ello, el budista tiene también una obligación hacia la naturaleza que le rodea, hábitat propio y de los demás seres y debe hacer lo posible por conservarla y no destruirla. En esta línea de razonamiento ¿qué pensar entonces del aborto? En principio debe ser considerado una acción muy negativa, puesto que impide a un ser alcanzar la existencia, pero tampoco es lo mismo un aborto frío y premeditado por razones egoístas, que un recurso para salvar la vida de la madre, el de un feto claramente inviable u otros casos que puedan disminuir o anular la negatividad de la acción. Prohibir el aborto por ley puede ser tan malo como alentarlo irresponsablemente; en última instancia es algo difícilmente evitable por la fuerza y que hay que cargar sobre el karma de quien lo lleva a cabo.
Lo mismo sucede con el suicidio, puesto que la vida propia debe ser también conservada. El suicida comete su acto por desesperación u orgullo y al cometerlo evita que madure su karma y deja su ser varado en lo más profundo de la emoción que le domina y más atado aún al samsara. Por esta razón, no debe llevarse el desapego budista hasta el extremo de que nuestra salud se resienta por exceso de ascetismo, ni aturdir la mente con drogas blandas o duras que la embotan, impiden cualquier clase de progreso espiritual y hacen más espesos los velos de las ilusiones. Debemos cuidar el cuerpo porque la humana es una existencia preciosa que no todos los seres alcanzan y la más ventajosa para elevarse en el camino hacia la iluminación. El suicida cree que pone fin a su sufrimiento, pero se hunde más en él.
¿Qué hacer entonces cuando nos llegan la enfermedad y el dolor? Los trataremos de la mejor forma posible, sin hacernos los duros ni padecer sufrimientos innecesarios, pero debemos aceptar el dolor inevitable y entender que es el resultado de nuestro propio karma.
Las emociones
De todas las emociones que nos causan conflicto la aversión y sus extremos, la ira y el odio, es una de las más fuertes y también la que más fácil resulta identificar. Debemos estar sobre aviso para detectarla en su nacimiento y reconducirla. La aversión es producto del dualismo que nos hace ver siempre todo como "yo y el otro". El odio es una energía muy negativa que nos puede llevar a la crueldad, la violencia y la injusticia. Siempre debemos vernos en el lugar de los demás e intentar comprender sus razones y sus modos de obrar. Nunca deberíamos considerar a otros como extraños y enemigos: todos los seres buscan la felicidad y participan de la naturaleza de buda.
A veces se llama amor a una pasión egoísta que controla, domina y no respeta. Esto es el apego, que puede darse respecto a cosas, personas y actos. No es tan fácil de reconocer como la aversión y parece mejor, pero es igual de negativo y productor de gran infelicidad. El apego nos conduce a la posesividad, los celos, la avaricia y las adicciones. El practicante budista debe ejercitarse en el desapego con la conciencia de que todo es impermanente, hasta las cosas que parecen más firmes y duraderas.
Esto no es incompatible con el amor a la familia, los amigos o la pareja, que es algo natural y para lo que no se requiere ningún entrenamiento, pero debemos mantener la idea de que estos afectos son limitados y tendrán necesariamente un fin y que, en la medida de lo posible, debemos extender el respeto y el cariño que sentimos por amantes, familiares y amigos a todos los seres sensibles sin excepción, con lo que desarrollaremos la compasión.
Es muy fuerte la tendencia a sentir apego por los placeres sensuales como la comida, la música, el sexo, etc. Estos placeres no son en sí mismos malos y, bien administrados, pueden ser fuente de paz y equilibrio interiores. El problema está en la excesiva afición o incluso adicción que algunos desarrollan por ellos, atándose así a algo muy pasajero y que también produce dolor y sufrimiento.
El sexo es, concretamente, algo que siempre causa muchas preocupaciones. En sí mismo es igual a cualquier otro placer sensual, pero suele tener más implicaciones por sus efectos inmediatos en otras personas. En principio, ninguna actividad sexual es mala siempre que no cause sufrimiento. Por eso el Buda, al hablar de la doctrina sexual incorrecta, sólo hizo referencia al adulterio, que supone inmiscuirse en una relación ajena, y a la tentación a los que han hecho votos, como los monjes y las monjas, a los que se aparta del camino que han pretendido escoger. Aparte de éstas u otras conductas que causen daño, en el sexo como en todo es aconsejable guardar la debida moderación, para evitar caer en una esclavitud sensual que nos hunda cada vez más en el mundo de los sentidos y las ilusiones del ego. Cada uno es el mejor juez de sí mismo en este punto.
El orgullo, el peor engaño del ego, es algo de lo que debemos guardarnos de modo muy especial. Es una lente deformante que nos hará sentir desprecio por cosas y personas y nos hará sufrir por creernos despreciados a nuestra vez. El orgullo ciega y conduce a menudo al aislamiento y la autodestrucción. Debemos combatir el orgullo con la humildad, reconociendo en los demás nuestra propia naturaleza de buda velada por la ignorancia, y en nuestras posibles ventajas mentales y materiales simples instrumentos para nuestro perfeccionamiento y el de los demás seres.
La envidia es también una emoción negativa y destructiva que corroe al que se deja dominar por ella y es causa de profunda infelicidad. Orgullo y envidia llevan a la maledicencia y la crítica indiscriminadas, que hacen más infeliz a quien las practica y pueden causar grandes males a otros. Nunca se debe juzgar lo que hacen los demás y menos aún entregarse a murmuraciones que pongan en cuestión la reputación ajena.
La pereza es, por último, algo a evitar con el entrenamiento en la diligencia. El continuo aplazamiento de los deberes a realizar, el dejarse caer en la inactividad impiden cualquier clase de desarrollo espiritual y nos fomentan la torpeza mental y los sentidos más bajos. El perezoso vive inútilmente, dejando pasar los días de su preciosa existencia humana.
La muerte
El fin de la existencia individual es algo inevitable en la cadena del samsara, pero nuestro ego se aferra a la vida de una forma irracional y de aquí proceden muchos miedos y una sensación de inutilidad y vacío. El budista debe entrenarse para la muerte física y aprender a considerarla como un paso más en su proceso hacia la iluminación. La muerte sólo es el fin del yo presente, que es algo no real y transitorio, y de las ilusiones que nos ha producido. Debemos aceptarla como algo para lo que nos hemos preparado con la meditación y la ética y esperar que nos conduzca hacia una existencia más cercana a la liberación o a la liberación misma. No hay que obsesionarse con la idea de la muerte ni hacer un culto de ella, sólo aceptarla como parte del proceso y perder el miedo, puesto que en sí misma no es peor que cualquier otra transición de las muchas que se dan en el samsara.
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