miércoles, 14 de diciembre de 2016

Roma en la historia bíblica | Un libro digno de confianza. Sexta parte

Roma en la historia bíblica | Un libro digno de confianza. Sexta parte






Testigos de Jehová




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¡DESPERTAD! ABRIL DE 2011


Busto de Nerón












Un libro digno de confianza. Sexta parte

Roma en la historia bíblica


























Esta es la sexta parte de la serie de artículos publicados en ¡Despertad! sobre
las siete potencias mundiales de la historia bíblica. Su objetivo es
demostrar que la Biblia es confiable e inspirada por Dios y que
transmite el esperanzador mensaje de que por fin acabará el sufrimiento
causado por la cruel dominación del hombre por el hombre.



La Vía Apia

Pablo viajó por la Vía Apia




JESÚS
fundó el cristianismo, y sus seguidores lo difundieron por todo el mundo
en tiempos del Imperio romano. Todavía pueden verse calzadas,
acueductos y monumentos romanos en países como Gran Bretaña, España y
Egipto. Esos vestigios son reales, y nos recuerdan que Jesús y sus
apóstoles —así como la historia de sus hechos y palabras— también lo
fueron. Por ejemplo, si uno camina por la antigua Vía Apia, estará yendo
por la misma ruta que el apóstol Pablo recorrió en su viaje a Roma (Hechos 28:15, 16).

Historia fiable

El
registro bíblico de las actividades de Jesús y sus discípulos incluye
numerosas referencias a hechos históricos del siglo primero. Observe la
precisión con que el escritor bíblico Lucas señaló el año que vio dos
acontecimientos  de excepcional
importancia, a saber, el comienzo del ministerio de Juan el Bautista y
el bautismo de Jesús, cuando este se convirtió en el Cristo, o Mesías.
Lucas dejó constancia de que ambos hechos ocurrieron en “el año
decimoquinto del reinado de Tiberio César [29 de nuestra era], cuando
Poncio Pilato era gobernador de Judea, y Herodes era gobernante de
distrito de Galilea” (Lucas 3:1-3, 21).
El evangelista mencionó también los nombres de otros cuatro
funcionarios importantes: Filipo (hermano de Herodes), Lisanias, Anás y
Caifás. Estos siete nombres han sido confirmados por historiadores
seglares. De momento, hablaremos de Tiberio, Pilato y Herodes.

Busto de Tiberio César

Tiberio César es una de las muchas autoridades romanas mencionadas en el Evangelio de Lucas




Tiberio César es
muy conocido, y su efigie aparece en varias obras de arte. El Senado
romano lo nombró emperador el 15 de septiembre del año 14 de nuestra
era, cuando Jesús tenía unos 15 años de edad.

Inscripción en piedra con el nombre de Poncio Pilato

Inscripción con el nombre de Poncio Pilato




Poncio Pilato: su
nombre y el de Tiberio se mencionan en un relato del historiador romano
Tácito fechado poco después de que se terminara de escribir la Biblia.
Con respecto al término cristiano, Tácito dijo: “El autor de
este nombre fue Cristo, el cual, imperando Tiberio, había sido
justiciado por orden de Poncio Pilato, procurador de la Judea”.
Herodes Antipas fue
famoso por haber fundado junto al mar de Galilea la ciudad de
Tiberíades, en la que instaló su residencia. Posiblemente fue allí donde
ordenó que se le cortara la cabeza a Juan el Bautista.
Los
relatos bíblicos también hacen referencia a sucesos notables ocurridos
en la época romana. Respecto al tiempo del nacimiento de Jesús, leemos:
“Ahora bien, en aquellos días salió un decreto de César Augusto de que
se inscribiera toda la tierra habitada (esta primera inscripción se
efectuó cuando Quirinio era el gobernador de Siria); y todos se pusieron
a viajar para inscribirse, cada uno a su propia ciudad” (Lucas 2:1-3).
Tanto
Tácito como el historiador judío Josefo nombran a Quirinio. Y la
confirmación de que se produjo este tipo de inscripciones se halla en un
edicto de un gobernador romano que se conserva en la Biblioteca
Británica. Dice así: “Siendo inminente el censo de cada casa, es
necesario intimar a todos los que por cualquier causa residan fuera de
los [distritos], que vuelvan a sus propios domicilios”.
Las Escrituras también dicen que hubo “una gran hambre [...] en el tiempo [del emperador romano] Claudio” (Hechos 11:28). Josefo, quien vivió en el primer siglo, corrobora  este hecho: “En aquel momento la ciudad sufría por el hambre, y muchos morían”.
Además, en Hechos 18:2
leemos que “Claudio había ordenado que todos los judíos se fueran de
Roma”. Esto queda confirmado por una biografía suya escrita por el
historiador romano Suetonio alrededor del año 121. Claudio “expulsó de
Roma a los judíos”, dice Suetonio, y añade que los judíos “provocaban
alborotos continuamente” debido a su hostilidad hacia los cristianos.
Más o
menos por el tiempo en que tuvo lugar aquella hambre, Herodes Agripa,
vestido con “ropaje real”, pronunció un discurso ante un público
entregado que respondió gritando: “¡Voz de un dios, y no de un hombre!”.
Entonces, “llegó a estar comido de gusanos, y expiró” (Hechos 12:21-23).
Josefo también documentó el hecho, agregando algunos detalles, entre
ellos que Agripa pronunció su discurso “cubierto con una vestidura
admirablemente tejida de plata”, que “empezó a sentir dolores en el
vientre, violentísimos desde el comienzo”, y que murió cinco días más
tarde.

Profecía confiable

Por
otra parte, la Biblia contiene profecías notables que se escribieron y
cumplieron en la época romana. Por ejemplo, cuando Jesús entró
cabalgando en Jerusalén, lloró y predijo cómo los ejércitos romanos
destruirían la ciudad: “Vendrán días sobre ti en que tus enemigos
edificarán en derredor de ti una fortificación de estacas
puntiagudas [...], y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque
no discerniste el tiempo en que se te inspeccionaba” (Lucas 19:41-44).
No
obstante, los seguidores de Jesús tendrían la posibilidad de escapar.
¿De qué forma? Jesús les dio por adelantado instrucciones concretas:
“Cuando vean a Jerusalén cercada de ejércitos acampados, entonces sepan
que la desolación de ella se ha acercado. Entonces los que estén en
Judea echen a huir a las montañas, y los que estén en medio de Jerusalén
retírense” (Lucas 21:20, 21). Es probable que los cristianos se hayan preguntado: “¿Cómo escaparemos de una ciudad sitiada?”.
Josefo
registró lo sucedido. En el año 66, cuando un gobernador romano se
llevó del tesoro del templo dinero para cobrar los impuestos atrasados,
los rebeldes judíos se indignaron y masacraron a las tropas romanas,
declarándose de hecho independientes. Posteriormente en aquel año,
Cestio Galo, gobernador romano de Siria, marchó hacia el sur con 30.000
soldados y llegó a Jerusalén durante una fiesta religiosa. Galo penetró
en la periferia de la ciudad e incluso empezó a minar la muralla del
templo, donde los rebeldes se habían refugiado. De pronto, sin ninguna
razón aparente, decidió marcharse, y los judíos, exaltados, atacaron al
ejército en retirada.
Los
cristianos fieles no se dejaron engañar por este giro de los
acontecimientos. Comprendieron que lo que habían visto era el
cumplimiento de la sorprendente profecía de Jesús: la ciudad había sido
rodeada por ejércitos acampados. Y ahora, como los ejércitos se habían
retirado, aprovecharon la oportunidad para huir. Muchos se fueron a Pela
—ciudad gentil políticamente neutral—, ubicada en las montañas al otro
lado del Jordán.
¿Qué
pasó con Jerusalén? Los ejércitos romanos volvieron —dirigidos por
Vespasiano y su hijo Tito—, esta vez con 60.000 soldados. Marcharon
sobre la ciudad antes de la Pascua del año 70, dejando atrapados en su
interior tanto a residentes como a peregrinos que se habían congregado
allí para la fiesta. Las tropas romanas despojaron de árboles el
distrito y edificaron una cerca de estacas puntiagudas, tal como Jesús
había predicho. Unos cinco meses después, la ciudad cayó.

El Arco de Tito (Roma)

El Arco de Tito, en Roma, conmemora la destrucción de Jerusalén en el año 70




A
pesar de que Tito ordenó que se conservara el templo, un soldado le
prendió fuego, y en el lugar no quedó piedra sobre piedra: precisamente
como había anunciado Jesús. Según Josefo, murieron 1.100.000 judíos y
prosélitos, la mayoría debido al hambre y la peste; otros 97.000 fueron
hechos prisioneros. Muchos terminaron como esclavos en Roma.  Hoy
día, quienes visitan esta ciudad pueden ver el famoso Coliseo, que
terminó de edificar Tito después de la campaña de Judea, así como el
Arco de Tito, el cual conmemora la conquista de Jerusalén. Como vemos,
la profecía bíblica es confiable hasta el último detalle; de ahí que sea
tan importante que prestemos atención a lo que dice respecto al futuro.

Una esperanza en la que usted puede confiar

Cuando
Jesús compareció ante el gobernador romano Poncio Pilato, habló de un
reino, o gobierno, que “no es parte de este mundo” (Juan 18:36).
De hecho, Jesús enseñó a sus seguidores a orar por ese gobierno con
estas palabras: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el
cielo, también sobre la tierra” (Mateo 6:9, 10). Notemos que este Reino hará que la voluntad de Dios —y no la de hombres orgullosos y ambiciosos— se cumpla en la Tierra.
Jesús es el Rey de ese Reino celestial y, en armonía con el propósito original de Dios, convertirá la Tierra en un paraíso (Lucas 23:43).
¿Cuándo
intervendrá el Reino de Dios en los asuntos humanos? Después de su
resurrección, Jesús dio una idea de la respuesta. Al apóstol Juan, que
para entonces se hallaba preso en la isla de Patmos —durante el mandato
del emperador romano Domiciano, hermano de Tito—, le reveló: “Hay siete
reyes: cinco han caído, uno es, el otro todavía no ha llegado, pero
cuando sí llegue tiene que permanecer un corto tiempo” (Revelación [Apocalipsis] 17:10).
Para
el momento en que Juan registró dichas palabras, habían caído ya cinco
“reyes”, o imperios, a saber: Egipto, Asiria, Babilonia, Medopersia y
Grecia. El que imperaba entonces era Roma. Por lo tanto, solo faltaba
uno: la última potencia de la historia bíblica. ¿Cuál resultó ser? ¿Cuánto tiempo gobernaría? Dichas preguntas se analizarán en el siguiente número de esta revista.

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