domingo, 13 de noviembre de 2016

Martín Lutero - Enciclopedia Católica

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Domingo, 13 de noviembre de 2016






Martín Lutero





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Las siete cabezas de Martín Lutero de Hans Brosamer, 1529
Respuesta protestante al grabado anterior. La Bestia papal de siete cabezas, 1530
Martín Lutero, Lucas Cranach
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Líder
de la gran revolución religiosa del s. XVI en Alemania; nació en
Eisleben el 10 de noviembre de 1483 y murió en Eisleben el 18 de febrero
de 1546.
Su padre, Hans, era un minero áspero, duro, de carácter irascible que
en opinión de muchos de sus biógrafos hubo de huir de Mohra, lugar de
su familia, por una expresión de rabia incontenida, una herencia
congénita que transmitió a su hijo mayor, para escapar de la pena u
oprobio de homicidio. Esto, aunque expuesto por primera vez por
Wicelius, un convertido del luteranismo, ha sido admitido en la
tradición e historia protestante. Melanchton dice de su madre Margaret
Ziegler que destacaba por su "modestia, temor de Dios y devota de la
oración" (Corpus Reformatorum", Halle 1834).


La vida en su hogar se caracterizó por una extrema simplicidad y
severidad inflexible, de manera que las alegrías de la niñez le fueron
prácticamente desconocidas. Su padre le golpeó una vez de forma tan
inmisericorde que huyó de casa y estaba tan "amargado contra él que tuvo
que ganarme para él de nuevo". Su madre "por una simple nuez me golpeó
hasta que corrió la sangre y por este rigor y severidad de la vida en su
compañía me llevó a huir a un monasterio y hacerme monje". La misma
crueldad experimentó en sus primeros días de escuela cuando, una mañana,
fue castigado no menos de quince veces. Resulta difícil reconstruir su
infancia por la escasez de datos. De la escuela en Mansfeld, a donde sus
padres habían vuelto, no hay nada que contar. Asistió a la escuela de
latín en la que se enseñaban los Diez Mandamientos, "La Fe de los
Niños", la Oración del Señor y la gramática latina de Donato, que
aprendió rápidamente. A los 14 años (1497) entró en una escuela en
Magdeburgo donde, en palabras de su primer biógrafo, "como muchos niños
de padres acomodados, cantaba y mendigaba el pan” --panem propter Deum
(Mathesius op. cit.). Con 15 años lo encontramos en Eisenach y a los 18
(1501) entró en la universidad de Erfurt para estudiar a petición de su
padre. En 1502 recibió el grado de Bachiller en Filosofía, quedando el
número trece entre cincuenta y siete candidatos.


En el día de la Epifanía de 1505 se le promovió al grado de
maestro , quedando el segundo entre 17 candadatos. Sin duda cursó sus
estudios filosóficos con Jodocus Trutvetter von Eisenach, entonces
rector de la universidad y con Bartholomaus Arnoldi von Usingen. El
primero era el Doctor Erfordiense que no tuvo rival en Alemania de su
tiempo. Lutero se dirigió a él en una carta (1518) no sólo como "el
primer teólogo y filósofo" sino también como el primero de los
dialécticos de su tiempo. Usingen era un fraile agustino, que sólo cedía
en sabiduría ante Trutvetter, pero que le superaba en productividad
literaria. Aunque el tono de la universidad, especialmente entre los
estudiantes, era pronunciada y entusiásticamente humanista y aunque
Erfurt lideraba el movimiento en Alemania y se suponía que sus
tendencias teológicas eran "modernas", sin embargo "de ninguna manera
mostró falta de respeto por el sistema (escolástico) dominante"(ibid.).
El mismo Lutero a pesar de conocer a algunos de los más activos
espíritus del humanismo no parece que se dejara influir mucho por él,
viviendo en la periferia del movimiento sin hacer méritos para entrar en
su círculo "poético".


La repentina e inesperada entrada de Lutero en el monasterio
agustiniano de Erfurt ocurrió el 17 de julio de 1505. Los motivos que le
llevaron a dar este paso fueron varios, conflictivos y tema de
considerable debate. El mismo alega, como se ha dicho arriba que la
brutalidad en la vida del hogar y en de la escuela le llevó al
monasterio. Hausrath, su biógrafo y uno de los estudiosos especialistas
en Lutero, se inclina sin reservas por esta creencia. "la casa de
Mansfeld más que atraerle, le repelía", (Beard, "Martin Luther and the
Germ. Ref.", London, 1889, 146), y respecto a la cuestión ¿Por qué entró
Lutero en el monasterio?", la respuesta que el mismo Lutero da es la
más satisfactoria" ( Hausrath, "Luthers Leben" I, Berlin, 1904, 2, 22).
Lutero , en una carta a su padre explicando su defección de la antigua
iglesia, escribe : "Cuando estaba aterrorizado y abrumado por el miedo
de una muerte inmediata hice un voto involuntario y forzado". Se han
dado varias explicaciones a este episodio. Melancthon lo atribuye a una
profunda melancolía que llegó a un punto crucial "cuando perdió uno de
sus camaradas en un accidente mortal" (Corp. Ref., VI, 156). Cochlaeus,
oponente de Lutero, relata que "en una ocasión estaba tan asustado en el
campo, en medio de una tormenta o sintió tanta angustia por la muerte
de un compañero que murió en una tormenta, que en breve tiempo, para
asombro de muchas personas pidió la admisión a la Orden de S. Agustín.
Mathesius, su primer biógrafo, lo atribuye " a la fatal muerte de un
compañero alcanzado por un rayo en una tormenta" (op.cit.), Seckendorf ,
tras cuidadosa investigación, siguiendo a Bavarus (Beyer), un discípulo
de Lutero, da nombre al fallecido amigo de Lutero: Alexius, y atribuye
su muerte a un rayo (Seckendorf, "Ausfuhrliche Historie des
Lutherthums", Leipzig, 1714,51). D'Aubigné cambia el nombre de Alexius
por Alexis y dice que fue asesinado en Erfurt. (D'Aubigné, "History of
the Reformation", New York, s.d., I, 166). Oerger ("Vom jungen Luther",
Erfurt, 1899, 27-41) ha probado la existencia de este amigo, llamado
Alexius o Alexis, pero su muerte por rayo o asesinato, pura leyenda
carente de toda verificación histórica. Kostlin-Kawerau (I, 45) relata
que volviendo de su "casa en Mansfeld fue sorprendido por una terrible
tormenta con una alarmante aparato eléctrico de rayos y truenos.
Aterrorizado, grita: "Socorro, Santa Ana, seré monje". "La historia
interior del cambio es más difícil de narrar. No tenemos evidencia
contemporánea en la que apoyarnos; mientras que los recuerdos del mismo
Lutero, de los que dependemos principalmente, están coloreados por sus
últimas experiencias y sentimientos"(Beard, op.cit., 146).


Sobre la vida monástica de Lutero tenemos poca información
auténtica, está basada en sus propias expresiones y sus mismos biógrafos
admiten que son muy exageradas, con frecuencia contradictorias y en
general llevan a la confusión. Así, la supuesta costumbre por la que se
le obligó a cambiar el nombre recibido en su bautismo, Martín, por el
nombre monástico de Agustín, un proceder que denuncia como malvado y
sacrílego, no existía en la Orden Agustiniana. Su descubrimiento
accidental de la Biblia en la biblioteca del monasterio de Erfurt "un
libro que no había visto en su vida" o la afirmación de Lutero de que
"nunca había visto una Biblia hasta que tuvo 20 años" o la aún más
enfática afirmación de que Carlstadio al recibir el doctorado "no había
visto hasta entonces ninguna Biblia y sólo yo leía la Biblia en el
monasterio de Erfurt", todas ellas tomadas en el sentido literal no sólo
son contrarias a hechos demostrables sino que han perpetuado una
equivocación y es muy difícil entender cómo ha perdurado durante tanto
tiempo. La regla de S. Agustín da especial importancia a que en la
formación, el novicio " lea la Escritura asiduamente, la oiga con
devoción y la aprenda con fervor (Constitutiones Ordinis Fratr. Eremit.
Sti. Augustini", Rome, 1551, cap. xvii).Los estudios bíblicos florecían
por entonces en la universidad, de manera que su historiador afirma que
"es asombroso encontrar tan gran número de comentarios bíblicos, lo que
nos fuerza a concluir que hay un estudio activo de la Sagrada escritura"
(Kampschulte, op.cit., I, 22). Escritores protestantes de reputación
han abandonado totalmente esa leyenda. Hay que hacer mención de que
carecen de base las denuncias acumuladas contra el maestro de novicios
de Lutero - por encomendarle los oficios más bajos y por tratarle con
una indignidad ultrajante - por parte de Mathesius, Ratzeberger, y
Jurgens, y que fueron copiadas con docilidad exenta de crítica por sus
transcriptores. Estos escritores "evidentemente se dejan llevar por
rumores y siguen las historias legendarias que se desarrollaron sobre la
persona del reformador" (Oerger, op.cit., 80). El maestro de novicios
de nombre desconocido de quien hasta el mismo Lutero dice que era "un
hombre excelente y sin duda aún bajo la condenada capucha, un verdadero
cristiano", debió ser "un digno representante de su orden"(Oerger,
op.cit.).


Lutero fue ordenado sacerdote en 1507. La fecha es incierta. Un
extraño resumen, que ha circulado durante tres siglos, coloca la fecha
de la ordenación y la de la primera misa en el mismo día dos de mayo, lo
que es una coincidencia imposible. Kostlin que lo repitió (Luther's
Leben, I, 1883, 63) suprime la fecha en su última edición. Oerger la
fija en el 27 de febrero, lo que deja un intervalo sin precedente de dos
meses entre la ordenación y la primera misa. ¿Pudo quizá ser que
pospusiera la celebración de su primera misa por cuestión de los
escrúpulos que jugaron una parte importante en el último período de su
vida monástica?


No hay razón para dudar de que hasta entonces la carrera
monástica de Lutero era ejemplar, tranquila y feliz: su corazón en
reposo, su mente tranquila y su alma en paz. Las disquisiciones
metafísicas, las disertaciones sicológicas, los altibajos pietísticos
sobre sus conflictos interiores, sus luchas teológicas, su ascetismo
torturado, su irritación por las condiciones monásticas no pueden tener
otro valor que el académico o quizás el psicopático. Carecen de datos
verificables. Desafortunadamente el mismo Lutero apenas puede ser tomado
como un seguro guía en su auto-revelación. Más aún, Deniflé ha puesto
fin al debate con sus impresionantes evidencias, investigaciones
exhaustivas, conocimiento total y maestría sin rival en el conocimiento
del monasticismo, escolasticismo y misticismo. "Lo que Adolf Hausrath ha
hecho en un ensayo para la parte Protestante, fue acentuado y
confirmado por el penetrante trabajo de Deniflé. El joven Lutero de su
autorevelación es ahistórico: no fue un agustino descontento, quejoso de
la vida monástica, perpetuamente torturado por su conciencia, ayunador,
rezador, mortificado y demacrado. No, él era feliz en el monasterio,
encontró allí la paz, y a todo ello volvió la espalda más tarde.(Kohler,
op.cit., 68-69).


Durante el invierno de 1508-09 fue enviado a la universidad de
Wittemberg, que estaba en sus comienzos (fundada el 2 de julio de 1502) y
tenía 156 estudiantes. El lugar era bastante insignificante, con 356
propiedades taxables y acreditada como la ciudad más llena de borrachos
de la provincia más bebedora (Sajonia) . Mientras enseñaba filosofía y
dialéctica, continuaba con el estudio de la teología. El 9 de marzo de
1509, siendo deán Staupitz, consiguió el bachillerato bíblico en el
curso de teología, un paso necesario para alcanzar el doctorado. Ese
mismo año fue llamado a Erfurt.


En 1511 - algunos creen que en 1510 - ocurrió su viaje a Roma que
duró unos cinco meses, uno de los cuales lo pasó en la Ciudad Eterna.
Este viaje jugó una parte muy importante en sus primeras biografías y
aún hoy es importante en la investigación de la Reforma. Sin embargo aún
no ha sido satisfactoriamente aclarado. Mathesius le hace ir desde
Wittemberg por asuntos del monasterio; Melanchton lo atribuye a unas
"disputas monásticas; Cochlaeus, que es seguido en general por los
investigadores católicos, lo hace aparecer como representante delegado
de siete monasterios agustinianos aliados contra algunas innovaciones de
Staupitz, pero que abandonó a su cliente y se pasó su causa. Los
protestantes dicen que fue enviado a Roma como abogado de Staupitz. El
mismo Lutero dice que fue una romería para cumplir un voto de confesión
general en la ciudad eterna. El resultado del viaje, como el motivo del
mismo, aun permanece rodeado de misterio. ¿Qué efecto produjo su visita a
Roma en su vida espiritual o en su pensamiento teológico? ¿Acaso esta
visita "tornó en aversión su reverencia hacia Roma"? ¿Encontró " un pozo
de iniquidad, sacerdotes infieles, y cortesanos papales, hombres de
vidas desvergonzadas"? (Lindsay, "Luther and the German Reformation",
New York, 1900). "Regresó de Roma tan fuerte en su fe como a la ida. En
cierto sentido su estancia en Roma fortaleció sus convicciones
religiosas"(Hausrath, op.cit., 98), "En sus cartas de esos años nunca
menciona su estancia en Roma: ni en su conferencia con el cardenal
Cayetano ni en sus disputas con el Dr, Eck, ni sus cartas al papa León,
ni en sus tremendamente amplias invectivas y acusaciones contra todo lo
romano, ni en su "Dirigido a la Nobleza de la Nación Alemana", ni una
sola vez ni por equivocación se menciona que hubiera estado en Roma.


Así pues toda la evidencia nos lleva a sostener que cuando el más
furioso asaltante que Roma ha tenido nunca describía desde la distancia
de diez años los incidentes de un viaje a Roma través de Italia, los
pocos puntos de luz en su descripción son más dignos de confianza que
“sus negras y sombrías exhalaciones ” (Bayne, "Martin Luther", I, 234).
Toda su experiencia romana tal como la expresó en su vida posterior es
un asunto no cerrado. "Podemos realmente cuestionar la importancia dada a
comentarios que en gran medida datan de los últimos años de su vida,
cuando ya era un hombre distinto. Mucho de lo que resalta como
experiencia personal es manifiestamente el producto de un explicable
autoengaño. (Hausrath, op.cit., 79). Uno de los incidentes de la misión
romana, durante un tiempo considerado como un punto crucial de su
carrera, de manera que dio un carácter inspiracional a la doctrina
central de la Reforma, y que aún se detalla por sus biógrafos, es la
supuesta experiencia mientras subía la Scala Sancta. Mientras subía de
rodillas, un pensamiento cruzó como un relámpago por su cabeza: "Los
justos vivirán por la fe". E inmediatamente dejó de subir abandonando
esa pía costumbre. La anécdota se apoya en una frase autógrafa de su
hijo Pablo en una Biblia que ahora está en la biblioteca de Rodolstadt.
En ella asegura que su padre le contó el incidente. Hay que calibrar el
valor histórico con la consideración de que son recuerdos personales de
un muchacho inmaduro (nacido en 1533) escritos veinte años después del
suceso al que ni su padre ni sus primeros biógrafos, ni su compañero de
mesa, ante el que se dice que se realizó la confidencia, aluden a ello
aunque podía considerarse de importancia capital. "Es fácil ver aquí la
tendencia a fechar la actitud (teológica) del Reformador retrocediendo a
los días de su fe monástica (Hausrath, op.cit., 48).


Habiendo salido airoso y con éxito evidente, agradando a ambas
partes, Lutero volvió a Wittemberg en 1512 siendo nombrado subprior. Las
promociones académicas siguieron a buen ritmo. El 4 de octubre alcanzó
la licenciatura y el 19 de octubre, siendo deán Carlstadio -
sucesivamente amigo, rival y enemigo - fue admitido al doctorado; tenía
30 años.


El 22 de octubre fue formalmente admitido al claustro de la
facultad de teología y en 1513 recibió el encargo de enseñar Biblia. Su
posterior nombramiento en 1515 como vicario del distrito le hizo ser el
representante del vicario general de Turingia y Sajonia. Su obligaciones
eran muy variadas y su vida muy ocupada. Le quedaba poco tiempo para
los proyectos intelectuales y la creciente irregularidad en el
cumplimiento de sus deberes religiosos no podía ser algo bueno para su
futuro. El mismo nos dice que necesitaba dos secretarios o cancilleres,
escribía cartas todo el día, predicaba en la mesa, también en monasterio
y en las iglesias parroquiales, era superintendente de estudios, y como
vicario de la orden tenía tanto que hacer como once priores; daba
clases sobre los Salmos y S. Pablo, además de preocuparse por los
recursos económicos del monasterio de 22 sacerdotes, 12 jóvenes, un
total de 41 personas. Sus cartas manifiestan una profunda solicitud por
los irresolutos, amable simpatía por los caídos; muestran profundos
detalles de sentimiento religioso y un raro sentido práctico, aunque
salpicadas de consejos de tendencias no ortodoxas. La plaga que afectó a
Wittemberg en 1516 le encontró valientemente en su puesto y a pesar de
las preocupaciones de sus amigos, no lo abandonó.


Pero ya se podían discernir cambios significativos en su vida
espiritual que no auguraban nada bueno. Ya sea que entrase "en el
monasterio y abandonase el mundo para huir de la desesperación (Jurgens,
op.cit., I,522) y no encontrase la codiciada paz; sea que las sospechas
de su padre de que la "llamada del cielo" a la vida monástica fuese "un
engaño satánico", el caso es que le desataron pensamientos de duda. Si
la repentina y violenta resolución era el resultado de uno de esos
"tremendos letargos que le interrumpían el sistema circulatorio y hasta
el pulso. (Hausrath, "Luthers Leben", I, 22), herencia de su depresiva
infancia y situación crónica que le duró hasta el fin de su vida; o si
estudios más profundos, para los que apenas tenía tiempo crearon dudas
que no pudo resolver y le revolvieron una conciencia que no lograba la
calma, es evidente que su vocación, si es que existió, corría peligro, y
que el insano conflicto interior indicaba que iba soltando las antiguas
amarras y que los mismos remedios adoptados para reestablecer la paz de
forma más efectiva, más bien le privaban de ella. Esta situación
morbosa derivó en la formación de escrúpulos. A continuación se
sucedieron rápidamente con creciente gravedad infracciones de las
reglas, rupturas de la disciplina, y prácticas ascéticas distorsionadas
que, seguidas por reacciones convulsivas espasmódicas, convertían la
vida en una agonía. Descuidaba la obligación solemne bajo pecado mortal
de recitar diariamente el oficio divino con el fin de conseguir más
tiempo para el estudio, con el resultado de abandono del breviario
durante semanas. Entonces Lutero, en un paroxismo de remordimientos, se
encerraba en su celda y como en un acto retroactivo remediaba todo lo
que había descuidado; se abstenía de toda comida y bebida, se torturaba
con mortificaciones horrorosas de manera que sufría insomnios de hasta
cinco semanas, lo que amenazaba con llevarle a la locura. Dejaba a un
lado arbitrariamente los ejercicios ascéticos regulados y sin hacer caso
a la reglas monásticas ni a los consejos de su confesor, se inventaba
los suyos propios, lo que, naturalmente, le daba un carácter singular en
la comunidad. Como todas las víctimas de escrúpulos no veía en si mas
que maldad y corrupción. Dios era el ministro de la ira y de la
venganza. Su dolor por el pecado no tenía ni caridad humilde ni
confianza en el perdón misericordioso de Dios y de Jesucristo. Su temor
de Dios, que le perseguía como una sombra, podía ser evitado por “su
propia rectitud “por la “eficacia de las obras serviles”. Tal actitud
mental era seguida necesariamente por un desánimo desesperanzado y un
pesimismo taciturno que creaban unas condiciones en el alma en las que
de hecho “odiaba a Dios y estaba enfadado con El”, blasfemaba contra
Dios y deploraba hasta el haber nacido. Esta anormal condición producía
en él una siniestra melancolía y una depresión física, mental y
espiritual que más tarde, en un largo proceso de razonamiento la
atribuía a las enseñanzas de la Iglesia sobre las buenas obras, mientras
él vivía todo el tiempo en oposición directa y absoluta a sus
enseñanzas doctrinales y a su disciplina.


Naturalmente este ascetismo hipocondríaco y voluntaria
determinación, como suele suceder en casos de naturalezas escrupulosas
mórbidas, no encontraba alivio en los sacramentos. Sus confesiones
generales en Erfurt y Roma no tocaron la raíz del mal. Todo su ser
estaba en una tensión aguda hasta tal punto que lamentaba que sus padres
no hubieran muerto aún para conseguirles un aval de los que se
facilitaban en Roma para salvarlos del Purgatorio. Estaba dispuesto a
convertirse en el “más brutal asesino” por motivos religiosos, “…a matar
a todos los que rehusaban sumisión al papa” (Sämmtliche Werke, XXXX,
Erlangen, 284). Una condición física tan tensa y neurótica exigía una
reacción y, como suele ocurrir con frecuencia en casos análogos, se fue
al extremo diametralmente opuesto: rechazó completa y totalmente la
indebida importancia que había puesto en sus propias fuerzas en el
proceso espiritual de justificación. Se convenció de que el hombre, como
consecuencia del pecado original, estaba totalmente depravado, carente
de voluntad libre y que todas sus obras, aun las dirigidas al bien, no
eran otra cosa que una excrecencia de su voluntad corrompida y, para
Dios, verdaderos pecados mortales. El hombre sólo puede ser salvado por
la fe. Nuestra fe en Cristo hace que sus méritos sean nuestra posesión,
nos envuelvan en una túnica de corrección que ocultan nuestra culpa y
pecabilidad y supla abundantemente los defectos de la rectitud humana.
“Sé un pecador y peca fuertemente, pero ten una fe más fuerte en Cristo,
vencedor del pecado, de la muerte y del mundo. No te imagines ni por un
momento que esta vida es el lugar donde habita la justicia: se ha de
cometer pecado. Para ti debería ser suficiente reconocer al Cordero que
quita los pecados del mundo, el pecado no puede separarte de El aunque
cometas adulterio cien veces al día y cometas otros tantos asesinatos”
(Enders, "Briefwechsel", III, 208).La nueva doctrina de justificación
por la fe que entonces comenzaba fue desarrollándose gradualmente y fue
por fin fijada por Lutero como una de las doctrinas centrales de la
Cristiandad. El suceso que hizo época en Alemania y que provocó la
crisis de sus dificultades espirituales, fue la publicación por León X
de la Bula de las Indulgencias, una adaptación renovada de la de Julio
II, con el fin de conseguir fondos para la construcción de la iglesia de
San Pedro de Roma.


Alberto de Brandenburgo estaba lleno de deudas, pero no por la
cuestión de su pallium, como relatan los historiadores católicos y
protestantes, sino por pagar sobornos a un agente desconocido en Roma,
para deshacerse de un rival, y que el arzobispado disfrutara de una
variedad de oficios eclesiásticos. Por este pago, que apestaba a
simonía, el papa permitiría una indemnidad, que en este caso tomaba la
forma de indulgencia. Con estos innobles arreglos de los negocios con
Roma, una transacción comercial indigna tanto del arzobispo como del
papa, los beneficios se iban a dividir en partes iguales para ambos,
además de un bono de 10.000 ducados de oro que se añadiría a la parte de
Roma.


Se eligió a Juan Tetzel, un dominico con una personalidad
impresionante, dotado para la oratoria popular y con la reputación de
exitoso predicador de la indulgencia, como subcomisario general de la
misma.
La historia presenta pocos personajes más desafortunados y patéticos que
Tetzel. Entre sus contemporáneos fue la víctima del más corrosivo
ridículo: se le atribuían toda clase de tonterías y expresiones
blasfemas; se construye su personalidad con fábulas y mentiras, fue
despreciado como un saltimbanqui o un arlequín al que se negó hasta la
simpatía y apoyo de sus propios aliados. Tetzel hubo de esperar al
escrutinio de la crítica moderna para conseguir no sólo su
rehabilitación moral sino su reputación como sólido teólogo y monje de
comportamiento irreprochable. Sus sermones en Juteborg y Zerbst,
ciudades vecinas de Wittemberg, que atrajeron a una audiencia que
después se presentaba a confesarse con Lutero y que llevaron a éste a
dar el paso que había contemplado desde hacía más de un año. Algunos
aspectos sobre la doctrina de las indulgencias estaban aún bajo
discusión en la escuela y no se niega que podía llevar a confusión a los
laicos y que los predicadores al calor de del entusiasmo retórico
hicieran afirmaciones exageradas o que las consideraciones financieras
que las acompañaban, aunque no eran de carácter obligatorio, podían
llevar a abusos y escándalos. La oposición a las indulgencias no era
oposición a la doctrina, que permanece la misma hasta hoy, sino a los
métodos mercantiles utilizados al predicarlas, de hecho el duque Jorge
de Sajonia las prohibió en su territorio y el cardenal Cisneros en
España, ya en 1513.


El 31 de octubre de 1517, vigilia de Todos los Santos, Lutero
clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo, que servía
como tablón de anuncios de la universidad y en la que se ponían las
noticias de las defensas de tesis, disputas y otras funciones
académicas. El acto no fue una declaración de guerra sino la simple
invitación a una discusión académica. “Tales discusiones eran
consideradas en las universidades medievales como un medio reconocido
para definir y elucidar la verdad y también como una especie de gimnasia
mental que era parte de la educación de los estudiantes. Se
sobreentendía que un hombre no tenía por que adoptar las ideas que
defendía en la arena académica y de igual manera el que aceptaba el reto
de la discusión podía atacar proposiciones ortodoxas sin que su
reputación de ortodoxia se viera en peligro (Beard, op. cit.). El mismo
día envió al arzobispo una copia de las tesis con una carta
explicatoria. Éste a su vez las envió al concilio de Aschaffenburg y a
los profesores de la Universidad de Maguncia. Los cancilleres fueron de
la opinión unánime de su carácter herético y debía incoarse un proceso
contra el agustino de Wittemberg. Este informe fue enviado al papa,
junto con una copia de las tesis. Así se verá que el primer proceso
judicial contra Lutero no se debió a Tetzel. Sus armas iban a ser
literarias.
Tetzel se dio cuenta del contenido revolucionario de las tesis antes que
algunos de los brillantes teólogos contemporáneos. Aunque apuntaban
ostensiblemente al abuso de las indulgencias, eran un ataque encubierto
al sistema penitencial de la Iglesia y golpeaban el la mismísima raíz de
la autoridad eclesiástica. Las tesis de Lutero dan la impresión al
lector de que ”se han puesto juntas con alguna precipitación” en vez de
mostrar “ pensamiento claramente digerido y delicada intención
teológica”; le ” llevan un momento a la rebelión audaz y le devuelven
otro a la obediencia y conformidad” (Beard, 218, 219). Las Anti-Tesis de
Tetzel se defendieron parcialmente en una disputa de doctorado en
Francfort del Oder (20 enero., 1518), y publicadas con otras en una
lista no numerada y se las conoce comúnmente como las Ciento Seis Tesis.
Pero no eran de autoría de Tetzel sino que fueron enseguida atribuidas
correctamente a Conrad Wimpina, su maestro en Leipzig. Se admite en
general que este hecho significa que no hay ignorancia de la teología o
poca familiaridad con el latín por parte de Tetzel, como se ha asumido
generalmente, y así lo aceptan los escritores protestantes. Era
simplemente una costumbre legítima en los círculos académicos, como
sabemos por el mismo Melancthon.


Las tesis de Tetzel – ya que asumió toda la responsabilidad –
opusieron la enseñanza tradicional de la iglesia a las innovaciones de
Lutero, pero hay que admitir que a veces sancionaban de forma
intransigente y hasta dogmáticamente lo que eran meras opiniones
teológicas que no siempre estaban en consonancia las enseñanzas más
acertadas de los teólogos.
En Wittemberg crearon mucha expectación. Un desafortunado vendedor
ambulante que las ofrecía a la venta fue asaltado por los estudiantes y
las cerca de ochocientas copias que tenía fueron quemadas públicamente
en la plaza del mercado – con la desaprobación de Lutero. Se admite que
el pretexto que entonces se puso y aún se repite, venganza por la quema
por parte de Tetzel de las tesis de Lutero, no era correcto, aunque lo
defienda el mismo Melancthon. En vez de contestar a Tetzel, Lutero
trasladó la controversia de la arena académica al foro público al
publicar en lengua vernácula su “Sermón de la Indulgencia y de la
Gracia”. En realidad era un folleto en el que se abandonaba la forma de
sermón y se sostenían veinte proposiciones. Al mismo tiempo estaba
preparando la defensa en latín de sus Tesis, las “Resoluciones” que
fueron enviadas a su ordinario, el obispo Scultetus de Brandenburgo
quien aconsejó silencio y abstención de toda publicación de momento ya
que la aquiescencia expresada por Lutero era la de un verdadero monje:
“Estoy listo y y prefiero obedecer que hacer milagros para justificarme”


En este momento aparece un nuevo motivo de discusiones: Johann
Eck, Vicecanciller de la universidad de Ingoldstadt, generalmente
reconocido como uno de los teólogos más importantes de su tiempo, dotado
de una memoria fenomenal y un rara habilidad dialéctica, admitida por
Lutero antes de la disputa de Leipzig, se vio envuelto inocentemente en
la controversia. A petición del obispo von Eyb de Eichstatt, sometió las
Tesis a un estudio más detenido; seleccionó dieciocho de ellas como
portadoras del germen de la herejía husita, como violadoras de la
caridad cristiana, subvertidotas del orden de la jerarquía eclesiástica y
alimentadoras de la sedición. Estos “obeliscos” (“obelisco”, la forma
en que los antiguos editores anotaban los pasajes dudosos o espurios)
fueron enviados al obispo en forma manuscrita, pasados de mano en mano
entre conocidos, y sin la intención de publicarlos. Una de esas copias
le llegó a Lutero y le produjo una grandísima indignación. Eck trató de
suavizar los agitados temperamentos de Carlstadio y Lutero y con tonos
corteses y urgentes les pidió que no hicieran públicas sus disputas ni
en sus clases ni en la imprenta.


A pesar de que Carlstadio advirtió a Lutero, éste sacó sus
“Asteriscos” (el 10 de agosto de 1518). La escaramuza llevó a la Disputa
de Leipzig. Sylvester Prierias, fraile dominico como Tetzel, teólogo
doméstico de la corte en Roma, en su capacidad oficial como Censor
Librorum de Roma, envió a continuación su informe "In praesumtuosas M.
Lutheri, Conclusiones Dialogus", en el que defendía la absoluta
supremacía del papa, en términos no completamente libres de exageración,
especialmente extendiendo su teoría más allá de lo debido al tratar de
las indulgencias. Esto provocó la respuesta de Lutero "Responsio ad
Silv. Prierietatis Dialogum". Hoogstraten, cuya inmisericorde sátira en
Epistolae Obscurorum Vivorum" estaba en la memoria de todos, entró
también en la refriega en defensa de las prerrogativas papales aunque
Lutero se despachó con él en su "Schedam contra Hochstratanum", de una
ligereza y vulgaridad tales que hasta uno de los estudiosos y más
vehemente defensor de Lutero lo caracteriza apologéticamente como “a
tono con el gusto mayoritario del tiempo y de las circunstancias, pero
no recomendable como digno de imitación “ (Loscher, op.cit., II, 325).


Antes de que el “Dialogus” de Prierias llegara a Alemania, llegó
una citación papal para Lutero (7 de agosto) para que se presentara en
persona en Roma antes de 60 días para una audiencia. Enseguida se
refugió en la excusa de que tal viaje no podía emprenderse sin poner en
peligro su vida; buscó influencias para asegurarse de que se le negaría
el salvoconducto para atravesar el electorado y trató de ejercer presión
sobre el elector Federico y el Emperador Maximiliano a fin de que la
audiencia y se celebrara en Alemania ante jueces nombrados allí.
La universidad envió cartas a Roma y al nuncio Miltitz que sostenía la
alegación de “salud enferma” y hacia votos por su ortodoxia. Su
actividad literaria siguió sin disminución. Envió al papa (30 de mayo)
sus “Resoluciones”, que ya estaban terminadas. La carta de
acompañamiento respira las más leales expresiones de confianza en la
Santa Sede, pero redactada en tales términos de servilismo y excesiva
adulación que se cuestiona inmediatamente su sinceridad y franqueza, a
juzgar por la casi instantánea cambio de de parecer que siguió. Más aún,
antes de que esta carta fuera escrita su ya se había anticipado al
predicar su “Sermón sobre el poder de la Excomunión” (16 de mayo) en el
que se dice que la unión visible con la iglesia no se rompe por la
excomunión sino sólo por el pecado, lo que refuerza la sospecha de falta
de buena fe. El mismo reconoció el carácter incendiario del sermón.


Las influencias hicieron que se fijara la audiencia durante la
Dieta de Ausgburgo que había sido convocada para constituir una alianza
entre la Santa Sede, el Emperador Maximiliano, el rey Cristian de
Noruega Dinamarca y Suecia. En la convocatoria oficial de la Dieta no
figura la causa de Lutero
Cayetano, el legado papal, y Lutero se vieron cara a cara por primera
vez en Ausgburgo el 11 de octubre. Cayetano (nacido en 1470) era una “de
las más notables figuras relacionadas con la Reforma desde el ponto de
vista romano…un hombre de erudición y vida intachable” Weizacker): era
doctor en filosofía antes de llegar a los 21 años y desde esa temprana
edad ocupaba cátedras con distinción en las universidades más
sobresalientes; en los estudios humanísticos estaba tan bien versado que
entró en polémica contra Pico de la Mirandola con sólo 24 años. Sin
duda alguna no había un hombre mejor cualificado para ajustar las
dificultades teológicas. Pero las audiencias estaban condenadas al
fracaso. Cayetano venía a pronunciar una sentencia; Lutero a defender.
El primero exigió sumisión el segundo se lanzó a la protesta: el uno
mostró un espíritu de paciencia mediadora y el otro se equivocó al
creerlo miedo y aprehensión; como el detenido ante el juez que no puede
controlarse en sus réplicas. El legado “que tenía la reputación de ser
el más conocido y seguramente el primer teólogo de su tiempo” quedó
desagradablemente impresionado por el tono rudo, poco educado y de voz
alterada del fraile y habiendo resultado inútiles todos sus esfuerzos le
despidió con la advertencia de que no volvieran sin antes haberse
retractado.


Pero la ficción y el mito influyeron ampliamente al tratar de
esta reunión y han tejido una red de oscuridad a su alrededor imposible
de desenredar y debemos seguir o las narraciones muy coloreadas de
Lutero y sus amigos o guiarnos por el criterio más confiable de la
conjetura lógica
El Breve papal a Cayetano ( 23 de agosto), que se entregó a Lutero en
Nüremberg, camino de vuelta a casa, y que contra todo precedente
canónico, demanda la acción inmediata respecto al no condenado ni
excomulgado “hijo de la iniquidad”, pide la ayuda del emperador en el
caso de que Lutero rehusara presentarse en Roma y reclama el arresto a
la fuerza, es una falsificación evidente (Beard, op. cit., 257-258;
Ranke, "Deutsche Gesch." VI, 97-98) que fue escrita en Alemania. Como
todos los documentos papales falsificados aún muestra una sorprendente
vitalidad y se encuentra en todas las biografías de Lutero
La vuelta de Lutero a Wittemberg ocurrió en el aniversario del día en
que clavó las tesis en la puerta de la iglesia del castillo (31 Octubre,
1518). Habiendo fallado todos los esfuerzos para conseguir una
retractación y ahora que se había asegurado la simpatía y apoyo de los
príncipes temporales, Lutero en vez de al papa, apeló al concilio
ecuménico (28 Noviembre, 1518) aunque, como veremos más tarde, negó la
autoridad de ambos y acabó apelando a la Biblia.
La elección del joven noble sajón Karl von Miltitz, que tenía las
órdenes menores, como nuncio para entregar al elector Federico la Rosa
de Oro fue muy desafortunada. La Rosa de Oro no se le ofreció al elector
como don para conseguir sus favores sino en respuesta a una inoportuna y
prolongada agitación por su parte para conseguirla (Hausrath, "Luther",
I, 276). Miltitz no sólo carecía de prudencia y tacto sino que en sus
frecuentes borracheras perdió todo el sentido de la reserva diplomática y
se colocó en una posición que inspiraba desprecio al estar pidiendo
prestado continuamente a los amigos de Lutero. Aunque es verdad que sus
intentos no autorizados lograron sonsacar a Lutero algo que “si no es
una retractación se le parece mucho” (Beard, op.cit., 274).En ella
promete: observar silencio si sus adversarios también lo hacían,
completa sumisión al papa, publicar un documento dirigido al publico
admitiendo su lealtad a la iglesia y dejar todos los aspectos del
fastidioso caso en manos del obispo.


Toda esta transacción se celebró con un banquete en el que hubo
abrazos, lágrimas de alegría y un beso de la paz – todo ello fue
despreciado y ridiculizado después por Lutero.
El tratamiento dado a Tetzel por el nuncio fue severo e injusto. Tetzel,
enfermo y dolorido no pudo acudir debido que el sentimiento público
contra él estaba era muy fuerte. Miltitz en su visita a Leipzig le mandó
llamar a una reunión en la que llenó de reproches y acusaciones y le
estigmatizó como causante de todo aquel infortunado asunto, le amenazó
con el disgusto del papa y sin duda aceleró la muerte inminente de
Tetzel ( 1 de agosto de1619)
Mientras estaban pendientes los preliminares de la Disputa de Leipzig,
se pueden discernir los verdaderos puntos de vista de Lutero hacia el
papado en sus propias cartas. El 3 de marzo de 1519 escribe a León X:
“Ante Dios y todas sus criaturas, doy testimonio de que yo no deseaba ni
deseo tocar la autoridad del papa ni intrigar para eliminar la
autoridad de la Iglesia Romana ni la de Su Santidad” " (De Wette, op.
cit., I, 234). Dos días después (5 de marzo) escribe a Spalatin:” Nunca
fue mi intención rebelarme contra la Sede Apostólica” (De Wette, op.
cit., I, 236). Diez días después (13 de marzo) le vuelve a escribir: “
No sé si el anticristo es el papa o su apóstol (De Wette, op. cit., I,
239). Un mes antes (20 Feb.) agradece a Scheurl que le haya enviado el
sucio "Dialogo de Julio y S. Pedro “, un ataque muy venenoso contra el
papado, diciéndole que está tentado de publicarlo en lengua vulgar (De
Wette, op. cit., I, 230).” Para probar la consistencia de Lutero - para
reivindicar su conducta en todos los puntos, sin falta tanto en la
veracidad como en la valentía – en aquellas circunstancias - debe
dejarse a los simplones creadores de leyendas.“(Bayne, op. cit., I,
457).


La Disputa de Leipzig fue un factor importante para fijar las
posiciones de ambos contrincantes y que forzó la evolución teológica de
Lutero. Fue un producto de los “Obeliscos” y “Asteriscos”, retomados por
Carlstadio durante la ausencia de Lutero en Heidelberg en 1518. Lutero
precipitó la Disputa sin que Eck lo pidiera ni buscara. Se pusieron
todos los obstáculos para que hubiera tal reunión y fue abandonada
inmediatamente después. Los obispos de Merseburgo y Brandenburgo
publicaron sus inhibiciones oficiales; la facultad teológica de la
universidad de Leipzig envió a una carta de protesta a Lutero para que
no se metiera en un asunto que era exclusivamente de Carlstadio y otra
al duque Jorge para prohibirla. Scheurl, por entonces íntimo de Lutero
trató de disuadirlo de que asistiera a la reunión y Eck en términos
pacíficos y dignos, replicó a la ofensiva de Carlstadio y las polémicas
cartas de Lutero, en un intento inútil de de evitar la controversia
pública tanto impresa o en las lecciones universitarias; el mismo
Lutero, obligado por la prohibición de discursos públicos o impresos,
pidió al duque Federico que intentara que se celebrara la reunión(De
Wette, op.cit., I, 175) al mismo tiempo que él personalmente apelaba al
duque para conseguir el permiso para que la autorizara, a pesar del
hecho de que ya había entregado al público las tesis contra Eck. Ante
estas presiones, Eck no podía sino aceptar el reto. En este momento aún
eran Eck y Ecolampadio los contendientes acreditados y la admisión
formal de Lutero al debate sólo llegó a determinarse cuando los
disputantes estaban ya en Leipzig.


La disputa sobre las doce y después trece tesis de Eck se abrió
con solemnidad y ceremonia el día trece 27 de junio y siendo el aula
universitaria demasiado pequeña se celebró en el castillo de
Pleissenburg. La batalla verbal entre Eck y Carlstadio era sobre la
gracia divina y la libre voluntad. Como es bien sabido acabó en
humillante desconcierto de de Carstadio. La discusión de Lutero y Eck,
el 4 de julio, era sobre la supremacía papal. El primero, aunque dotado
con una brillante dominio de palabra, carecía – lo que admiten hasta sus
más devotos seguidores - de la compostura tranquila, autocontrol y
temperamento ecuánime de un buen polemista. El resultado fue que la
serenidad imperturbable y confianza sin errores de Eck tuvieron un
efecto exasperante en él. “Quejumbroso y criticón “, “arbitrario y
amargo” (Mosellanus), lo que no contribuyó a darle ventaja en su causa
ya en la argumentación o con sus oyentes. Negó la supremacía papal
porque no encontraba justificación en la Sagrada Escritura o en el
derecho divino. Al comentario de Eck sobre los errores “pestilentes” de
Wiclef y Hus, condenados por el concilio de Constanza, contestó que
respecto a la postura de los husitas, había entre ellos muchos que eran
“muy cristianos y evangélicos”. Eck llevó a su antagonista a admitir que
el individuo estaba en posición de entender mejor la Biblia que los
papas, concilios, doctores y universidades y forzando el argumento
afirmó que los bohemios condenados no dudarían en saludarle como su
patrón, lo que llevó a Lutero a la afirmación poco amable de que aquello
era “una mentira desvergonzada”. Eck sin inmutarse y con el instinto
del polemista entrenado llevó a su antagonista aún más allá hasta que
finalmente admitió la falibilidad del concilio ecuménico, tras lo que
cerró el debate con un lacónico ”Si crees que un concilio convocado
legítimamente puede errar, entonces eres para mí como un pagano o un
publicano” (Köstlin-Kawerau, op. cit., I, 243-50). Esto sucedía el 15 de
julio. Lutero volvió a Wittemberg alicaído por el poco éxito del
certamen.


El desastroso resultado de la disputa le llevó a tomar medidas
imprudentes y desesperadas. En este momento no tuvo escrúpulos en
coaligarse con los elementos más radicales de humanismo nacionalista y
los caballeros filibusteros que en su propaganda le saludaban como su
aliado más valioso. Sus compañeros de armas eran ahorra Ulrich von
Hutten y Franz von Sickingen y la horda de seguidores que suele
encontrarse bajo tales liderazgos. Con Melancthon, también un humanista,
como intermediario se abrió una correspondencia secreta con Hutten y
casi con toda seguridad estaba en frecuente contacto directo o indirecto
con Sickingen. Hutten aunque era un hombre de talento e inteligencia
poco comunes, era un degenerado moralmente sin conciencia o carácter.
Sickingen, el príncipe de los condottieri, era un mercenario y
conspirador cuyas fechorías y atrocidades asesinas han llegado a ser
legendarias en Alemania. Con sus tres inexpugnables fortalezas,
Ebernburg, Landstuhl y Hohenburg con la soldadesca aventurera, su
caballería ligera y magnífica artillería “quien se dedicó al robo como
si fuera comercio y consideraba un honor ser comparado con los lobos”
(Cambridge Hist., II,154), era una amenaza para el mismo imperio, pero
muy útil como compañero. Tenían muy poco en común con Lutero porque
ambos eran impermeables a todo impulso religioso, excepto en el mortal
odio al papa y en la confiscación de las propiedades y tierras de la
iglesia. El descontento entre los caballeros era especialmente agudo. El
florecimiento de la industria perjudicaba los intereses de los pequeños
propietarios agrarios; los nuevos modos de llevar la guerra hacían
disminuir su importancia política; la adopción de Derecho Romano que
reforzaba a los señores territoriales amenazaba con reducir a la
servidumbre a la pequeña nobleza.


Un cambio, aunque llevara consigo una revolución, era bienvenido y
Lutero y su movimiento fueron recibidos como la causa y guía
sicológica. Hutten ofreció su pluma, arma formidable, Sickingen sus
fortalezas, un refugio de seguridad: el primero le aseguró el apoyo
entusiasta de los humanistas nacionales y el segundo “le ofreció
mantenerse firme y rodearle de espadas (Bayne, op. cit., II,59). El
ataque se haría a los príncipes eclesiásticos que se oponían a las
doctrinas luteranas y a los privilegios de los caballeros. Mientras
tanto Lutero se iba saturando con literatura humanística anticlerical,
publicada o no, de manera que se puede hallar en ella el origen de su
apasionado odio a Roma y al papa, el génesis de su Anticristo, el
desprecio de sus opositores teológicos, su efusiva profesión de
patriotismo, su adquisición de las amenidades literarias "Epistolae
Obscurorum Vivorum", hasta la absorción en cuerpo y alma de los
argumentos de Hutten, por no mencionar otras llamativas observaciones de
sus relaciones y asociación con los agitadores políticos humanistas. En
esta atmósfera sobrecargada por esas influencias publicó su primer
manifiesto que hizo época “A la Nobleza Cristiana de la Nación Alemana,
que es “en su forma una imitación de la carta circular de Hutten al
emperador y a la nobleza alemana” y la mayor parte de su contenido un
resumen del "Vadiscus o Trinidad Romana", de Hutten de su “Lamento y
Exhortación” y de las sus cartas al elector Federico de Sajonia. Esto es
admitido, al parecer, por especialistas luteranos competentes. Lutero
da el paso desde la arena de la seriedad académica y precisión verbal al
foro público de la invectiva y de la retórica deslumbrante. Se dirige a
las masas con la lengua del populacho; abandona su actitud teológica;
su elocuencia arrastra a la naturaleza emocional de sus oyentes –
mientras aun en calma, la razón crítica permanece pasmada, muda, él se
convierte en un intérprete hierático, la voz articulada de unas
aspiraciones nacionales durmientes, latentes. En un apasionado arranque
corta todas sus amarras católicas – su furia parece intensificarse ante
las más insignificantes huellas que quedan. Su oratoria ardiente e
incomparable toca todos los temas, Iglesia y Estado, religión y
política, reforma eclesiástica y avance social. Habla con audacia
temeraria y actúa con un atrevimiento que quita la respiración. Ni
guerra ni revolución le acobardan - ¿no tiene acaso el apoyo de Ulrich
von Hutten, Franz von Sickingen, Sylvester von Schaumburg? ¿No es el
primero de ellos el espíritu maestro revolucionario de de su tiempo?
¿Acaso no puede el segundo hacer que hasta un emperador se incline ante
sus condiciones? La Buena Nueva – ahora lo ve – “No puede ser
introducida sin tumulto escándalo y rebelión”; “la palabra de Dios es
una espada, una guerra, una destrucción, un escándalo, una ruina, un
venero” (De Wette, op.cit., I, 417). Y en lo que toca al papa,
cardenales, obispos “y todo el género de Sodoma romana” por qué no
atacarla “ con toda clase de armas y lavar nuestras manos en su sangre”
(Walch, XVIII, 245).


Lutero el reformador se ha convertido en Lutero el
revolucionario, la agitación religiosa se ha transformado en rebelión
política. La actitud teológica de Lutero en esta época, en cuanto puede
ser deducida para formularla de forma coherente, era la siguiente: La
Biblia es la única fuente de la fe; contiene la plena inspiración
divina; su lectura está investida de un carácter quasi-sacramental. La
naturaleza humana ha sido corrompida totalmente por el pecado original y
el hombre, en consecuencia, está privado de la libre voluntad.
Cualquier cosa que haga, sea buena o mala, no es su propia obra, sino la
de Dios. Sólo la fe puede obrar la justificación y el hombre se salva
creyendo con confianza que Dios le perdonará. Esta fe no sólo incluye un
completo perdón del pecado, sino una absolución incondicional de sus
penas. La Jerarquía y el sacerdocio no son instituciones divinas ni
necesarias, y el ceremonial y la adoración externa no son esenciales ni
útiles. Las vestiduras eclesiásticas, peregrinaciones, mortificaciones,
votos monásticos, oraciones por los muertos, intercesión de los santos,
no sirven de nada al alma. Todos los sacramentos son rechazados, con la
excepción del bautismo, sagrada eucaristía y la penitencia, pero su
ausencia puede ser sustituida por la fe. El sacerdocio es universal,
todo cristiano debe asumirlo. Es innecesario que haya una corporación de
hombres especialmente entrenados y ordenados para dispensar los
misterios de Dios, lo que sería una usurpación. No hay iglesia visible o
una especialmente establecida por Dios en la que los hombres puedan
obrar su salvación. En sus tres primeros panfletos apela al emperador
para destruir el poder del papa, confiscar para su propio uso las
propiedades eclesiásticas, abolir las fiestas, fastos y celebraciones
eclesiásticas, eliminar las misas por los difuntos etc. En su
“Cautividad de Babilonia”, en particular, trata de levantar el
sentimiento nacional contra el papado y apelando al los apetitos más
bajos de las masas estableciendo un sensual código de ética matrimonial,
como sacado del paganismo, que “de nuevo resurgió en la Revolución
Francesa” (Hagen, "Deutsche literar. u. religiöse Verhaltnisse", II,
Erlangen, 1843, 235). Su tercer manifiesto “Sobre la libertad del
cristiano”, de tono más moderado, pero radical sin compromiso, lo envió
al papa.


En abril de 1520, Eck apareció en Roma con las obras alemanas
traducidas al latín, que contenían la mayoría de esas doctrinas. Fueron
entregadas y discutidas con paciente cuidado y calma crítica. Cuatro
miembros de los cuatro consistorios que se celebraron entre el 21 de
mayo y el 1 de junio aconsejaron paciencia y amabilidad. Pero se
impusieron los que exigían procedimientos sumarios. Así que el 15 de
julio se emitió la Bula de excomunión "Exsurge Domine". Condenaba
formalmente 41 proposiciones sacadas de sus escritos, se ordenaba la
destrucción de los libros que contenían los errores y se conminaba a
Lutero a retractarse dentro del plazo de 60 días o recibiría la
totalidad de las penas del castigo eclesiástico.


Tres días después (18 de julio) Eck fue nombrado protonotario
papal con la misión de publicar la bula en Alemania. El nombramiento de
Eck no fue ni sabio ni prudente. La actitud de Lutero hacia él era de un
odio personal implacable; el disgusto hacia él por parte de los
humanistas era decididamente virulento, a lo que hay que añadir además
su conocida impopularidad entre los católicos. Más aún, sus sentimientos
personales como implacable antagonista de Lutero podían difícilmente
ser obviados, de manera que una causa que requería el más exquisito
ejercicio de imparcialidad judicial y de caridad cristiana, difícilmente
podía encontrar su mejor exponente en un hombre al que el triunfo
individual se impondría sobre el puro amor a la justicia. Eck lo vio y
sólo aceptó el encargo, por fuerza mayor.
Su llegada a Alemania se produjo una explosión de protesta popular y de
resentimiento académico, que los humanistas nacionalistas amigos de
Lutero no perdieron tiempo en extender como un terrible incendio. Apenas
pudo publicar la bula en Meissen (21 sept.), Merseburg (25 sept.) y
Brandenburg (29 sept.). Era recibido en todas partes con igual
resistencia. Fue sometido a insultos personales y a violencia de la
masa. La bula misma se convirtió en objeto de ultrajes. Costó mucho
tiempo que los obispos le dedicaran alguna atención. El mayor de los
desprecios le esperaba en Wittemberg, donde (10 diciembre), en respuesta
a una llamada de Melancthon, los estudiantes universitarios se
concentraron en la puerta de Elster y entre el canto burlón del "Te Deum
laudamus", y "Requiem aeternam", intercalando canciones de taberna, el
mismísimo Lutero le prendió fuego.


Al parecer la bula le afectó poco. Si acaso le llevó a mayores
extremos y dio un nuevo impulso a la agitación revolucionaria. Ya el 10
de julio, cuando la bula estaba discutiendo, la desafió desdeñosamente:
“Para mi, la suerte está echada”: desprecio igualmente el favor que la
furia de Roma; no quiero reconciliarme con ella o mantener jamás
comunión alguna con ella. Que condene y queme mis libros; yo, a mi vez, a
no ser que no encuentre fuego, condenaré y quemaré públicamente toda la
ley pontificia, esa ciénaga de herejías “(De Wette, op. cit., 466).


El siguiente paso, la ejecución de las provisiones de la Bula,
era obligación del poder civil. Esto iba a hacer , a la vista de la
creciente oposición, en la Dieta de Worms, cuando Carlos V, el joven
emperador recién coronado, iba a reunirse por primera vez con los
estados alemanes reunidos en solemne deliberación. Carlos, aunque no
está en la línea de los más grandes caracteres de la historia, era “un
honorable caballero cristiano, que a pesar de defectos físicos,
tentaciones morales e imposibilidades políticas, en un estado de vida al
que una Providencia poco amable le había llamado, intentaba cumplir con
su deber “(Armstrong, "The Emperor Charles V", II, London, 1902, 383).


Grandes cuestiones, nacionales y religiosas, sociales y
económicas iban a ser sometidas a consideración – pero la de Lutero
enseguida se convirtió en la más importante. El papa envió dos legados
para representarle -- Marino Carricioli a quien se confiaban los
problemas políticos, y Jerónimo Aleander, que debía encargarse de la más
urgente cuestión religiosa. Aleander era un hombre brillante, de
fenomenal dotación intelectual y lingüística, un hombre de mundo, casi
moderno por sus ideas progresivas, un hombre de estado bien entrenado,
no carente de la astucia y celo que a veces requiere el juego de la
diplomacia. Como su incondicional protector, el Elector de Sajonia, era
no sólo de mente lo suficientemente abierta para admitir la deplorable
corrupción de la iglesia, la codicia de los procedimientos curiales
romanos, el frío comercialismo y la bien asentada inmoralidad que
infectaba a muchos del clero, pero, como él, era lo suficientemente
valiente para denunciarlo con libertad apuntando al mismo papa.


El problema, en este singular devenir de los acontecimientos, iba
a convertirse en el más grave a que se enfrentaba no solo la Dieta sino
la misma Cristiandad. El éxito o fracaso de la solución estaban
preñados con el destino del Estado y de la Iglesia e iban a guiar el
curso de la historia del mundo.


Alemania estaba viviendo sobre un volcán político – religioso.
Todo estaba en una situación convulsa y en un estado de inquietud que
presagiaba males para la Iglesia y el Estado. Las apasionadas denuncias
de Lutero sobre el papa y el clero desataron un huracán incontrolable de
odio religioso y racial que iba a acabar en la Guerra de los Campesinos
y en las orgías del Saco de Roma; su hábil yuxtaposición de los
relativos poderes y riqueza de los estados espiritual y temporal fomentó
los celos y la avaricia; los embustes de los propagandistas
revolucionarios o poetastros panfletistas iluminó la nación con fuegos
artificiales retóricos, en los que la sedición y la impiedad, bien
vestida de de fraseología bíblica y santurrones lugares comunes
presentados como libertad “evangélica” y puro patriotismo. Los
tranquillos campesinos, víctimas de la opresión y la pobreza, tras
esporádicos y fútiles levantamientos, cayeron en un descontento
malhumorado y terco; las quejas no satisfechas de los burgueses y
trabajadores de las ciudades populosas reclamaban cambios y las víctimas
estaban listas para adoptar cualquier método para deshacerse de los
impedimentos que cada día se hacían más molestos; el encarecimiento de
la vida, el empeoramiento de de la economía llevaron a la pequeña
nobleza a la desesperación, ya que sus vidas desde 1495 se habían
convertido en una simple lucha por la subsistencia, mientras los señores
territoriales miraban con envidia las tierras de los monasterios y la
ostentación principesca de los dignatarios de la iglesia y no tenían
escrúpulos en ver el futuro de una Alemania autónoma que tratara al
soberano “español” con arrogancia dictatorial o con complacencia
tolerante. La misma ciudad de Worms no estaba lejos de caer la anarquía,
libertinaje y asesinatos. Desde la madriguera de Sickingen en
Ebernburg, a solo 6 millas de la ciudad, Hutten iba lanzando sus
truculentas filípicas, amenazando con ultrajes y muerte al legado (al
que no logró asaltar) a los príncipes espirituales y dignatarios de la
iglesia, hasta al emperador, aunque acababa de recibir una pensión como
soborno para que guardara silencio.


Alemania estaba en el reino del terror, las mentes paralizadas
por la consternación. Se murmuraba que se iba a propinar un golpe fatal a
los clérigos y los hambrientos nobles se arrojarían sobre sus
propiedades. Se temía la amenazadora aparición de Sickingen, quien en
opinión de Aleander era “el único rey de Alemania ahora; porque tiene
tantos seguidores como desea, cuando los quiere. El emperador está
desprotegido, los príncipes están inactivos; los prelados tiemblan de
miedo. Sickingen es en este momento el terror de Alemania ante el que
todos se acobardan” (Brieger, "Aleander u. Luther", Gotha, 1884, 125).
“Los elementos de la revolución estaban preparados y solo esperaban una
señal para estallar, la aparición de un líder apropiado.(Maurenbrecher,
op. cit., 246).
Tal era el fermento crítico local y nacional cuando Lutero, en ese
momento psicológico, fue proyectado al primer plano por la Dieta de
Worms, donde “ los diablos que estaban en los tejados de las casas eran
más bien amistosos…que otra cosa” (Cambridge Hist., II, 147),
apareciendo como el campeón contra la corrupción romana, que en la
locura del momento se convirtió en la expresión del patriotismo
nacional. “El era el héroe del momento solamente por permanecer como la
oposición nacional a Roma” (ibid., 148). Pero en su primera audiencia
antes de la Dieta no se encontraba precisamente en un estado de
confianza. Al reconocer sus obras se le preguntó que las mencionara y
contestó en un tono tan bajo, que apenas se le pudo oír, que se le
concediera tiempo para reflexionar. Su firmeza no le falló en la segunda
audiencia (18 de abril), cuando su esperada resolución se confirmó, y
emitió el rechazo con una compostura segura y una voz firme, en latín y
en alemán, que no se retractaría a no ser que se le convenciera de sus
errores por la Escritura o por la razón. “Yo ni puedo ni quiero
retractarme, porque no es seguro ni correcto actuar contra la propia
conciencia”, añadiendo en alemán—“Dios me ayude .Amén”. “El emperador
actuó al día siguiente (19 de abril) escribiendo personalmente a los
Estados, que fiel a la tradición católica de sus progenitores, él ponía
su fe en la doctrina cristiana y en la Iglesia Romana, en los Padres, en
los concilios que representaban a la cristiandad, más que en la
enseñanza de un monje individual”, y ordenó la partida de Lutero. “ La
palabra que yo le garanticé “, concluye, “y el salvoconducto prometido,
lo recibirá”. Estad seguros que volverá a donde vino sin ser molestado”.
(Forstemann," Neues Urkundenbuch", I, Hamburg, 1842, 75). Habiendo
fallado todas las negociaciones emprendidas para llegar a un acuerdo, se
ordenó a Lutero volver, pero se le prohibió predicar o publicar
mientras volvía. El edicto, redactado (8 mayo) fue firmado el 26 de mayo
pero se promulgó después de que expiró el tiempo permitido en el
salvoconducto. Colocaba a Lutero bajo la proscripción del imperio y se
ordenaba la destrucción de sus escritos.
No estará de más constatar que la historicidad de la famosa declaración
de Lutero ante la Dieta “Aquí estoy. No puedo hacer otra cosa. Que Dios
me ayude. Amén” ha sido cuestionada con éxito y declarada inadmisible
por historiadores protestantes. El que se mantenga esta anécdota en las
más extensas biografías e historias, aunque nunca o rara vez sin
reservas, debe ser atribuido que las ficciones sobre lo sagrado son
difíciles de suprimir, o a una ausencia de rectitud histórica por parte
del escritor.
Abandonó Worms el 26 de abril, hacia Wittemberg, protegido por un grupo
formado en parte o en la totalidad por amigos personales. Por un acuerdo
secreto, del que era conocedor, ya que fue advertido la noche anterior
por el elector Federico, fue capturado en una emboscada hecha por amigos
el 4 de mayo, y aunque él no sabía el destino, fue llevado al castillo
de Wartburg, cerca de Eisenach.
El año de estancia en Wartburg marca un nuevo y decisivo período de su
vida y carrera. Dejado en reclusión con sus pensamientos y reflexiones,
sin ser molestado por la excitación de la agitación política y polémica,
acabó siendo la víctima de una lucha interior que le hacía retorcerse
de agonía en una tortura de de ansiedad, dudas angustiosas y agonizantes
reproches de conciencia.
Con una franqueza que no permitía escapatoria se enfrentaba a las
patéticas dudas que surgían del precipitado curso de los
acontecimientos: ¿Estaba justificada su atrevida acción sin
precedentes?¿No eran sus acciones algo diametralmente opuesto a la
historia y experiencia del orden espiritual y humano que existía desde
los tiempos apostólicos?¿ Acaso era él ,“solamente él” el barco elegido ,
preferido a todos los santos de la cristiandad para inaugurar esos
cambios radicales?¿ No era el responsable de los levantamientos sociales
y políticos, la ruptura de la caridad y unidad cristiana y la
consecuente ruina de las almas inmortales? Hay que añadir la explosión
de sensualidad que le asaltó con furia desatada, tanto más fiera por la
ausencia de las armas aprobadas de defensa espiritual, de la misma forma
que el estímulo intensificado por su imprudente gratificación de su
apetito de comer y beber. Añadido a estos horrores, sus tentaciones,
morales y espirituales se convirtieron en realidades vivas; se daban
frecuentes y alarmantes manifestaciones satánicas que no consistían en
meros encuentros verbales sino colisión personal. Su disputa con Satán
sobre la Misa se ha convertido en histórica. Su vida como Junker George,
su abandono de las viejas restricciones dietéticas monásticas
atormentaban su cuerpo en un paroxismo de dolor “que no dejó de colorear
sus escritos polémicos” (Hausrath, op. cit., I, 476), ni dulcificar lo
acerbo de su temperamento, ni suavizar lo áspero de su discurso. Sin
embargo, muchos escritores ven esas manifestaciones satánicas como puras
ilusiones.
Mientas estaba en estas siniestras disposiciones de ánimo, sus amigos
temían que en el flujo de sus interminables abusos y groserías sin
paralelismo se lanzara contra el papado, la iglesia y el monacato.
”Maldeciré y reprenderé a los canallas hasta que me vaya a la tumba, y
nunca oirán de mí una palabra civilizada. Tocaré a muerto en sus tumbas
con rayos y truenos, porque no soy capaz de rezar al mismo tiempo que
maldigo. Si digo “bendito sea Tu nombre, debo añadir: “malditos,
condenados, maldito sea el nombre de los papistas. Si digo “Venga a
nosotros tu Reino” a la fuerza he de añadir “que el papado sea maldito,
condenado y destruido”. En verdad rezo con mi boca y mi corazón todos
los días sin interrupción “(Sammtl. W., XXV, 108). Acaso nos sorprenderá
que uno de sus antiguos admiradores cuyo nombre figura con el suyo en
la bula original de excomunión, concluya que Lutero “ con su lengua
desvergonzada e ingobernable debe haber caído en la locura o haber sido
inspirado por un espíritu malo ( Pirkheimer, ap. *Döllinger, "Die
Reformation", Ratisbon, I, 1846-48)
Mientras estuvo en Wartburg publicó “Sobre la Confesión” que corta aún
más profundamente en el mutilado sistema sacramental que conservó,
cercenando la penitencia. Lo dedicó a Franz von Sickingen. Sus réplicas a
Latomus de Lovaina y a Emser, su antiguo antagonista y a la facultad
teológica de París, se caracterizan por su proverbial rencor y
descortesía. Hace invariablemente “una caricatura arbitraria de las
obras de de sus antagonistas a las que vapulea con rabia ciega y les
lanza unas contestaciones de lo más apasionado” (Lange, "Martin Luther,
ein religioses Characterbild", Berlin, 1870, 109). En su respuesta a la
bula papal "In coena Domini", escrita en alemán coloquial, utiliza el
sentido del humor más grosero y chanzas sacrílegas.
Mientras estuvo en Wartburg, tradujo al alemán el Nuevo Testamento,
hecho que permanecerá para siempre unido a su nombre. El invento de la
Imprenta dio un vigoroso ímpetu a la multiplicación de copias de la
Biblia. Se sabe que hubo catorce ediciones y reimpresiones de la
traducción alemana entre 1466 y 1522. Pero su lenguaje anticuado, su
revisión poco crítica y las glosas pueriles apenas contribuyeron a su
divulgación. Para Lutero la Biblia vernacular se convirtió en un
accesorio necesario e indispensable. Su subversión del orden espiritual,
la abolición de la ciencia eclesiástica, el rechazo de los sacramentos,
supresión de las ceremonias, degradación del arte cristiano, requerían
ser sustituidos y nada mejor ni más a mano que la “pura palabra de
Dios”, junto con “la predicación evangélica
En menos de tres meses la primera copia de del Nuevo Testamento
traducido estaba lista para la prensa. Con la versión griega de Erasmo
como base y asistido por Melancthon, Spalatin y otros cuyos servició
usó, con notas, comentarios cargados de espíritu polémico y grabados de
Cranach, de carácter vulgar y ofensivo vendidos por cantidades
triviales, se publicó en Wittemberg en septiembre. Se vendió tan
rápidamente que en diciembre se tiró otra edición. Sus méritos
lingüísticos eran indiscutibles y su influencia en la literatura
nacional, muy potente. Todos sus escritos en el idioma popular
impresionaron y encantaron el oído nacional. Desdobló la afluencia, la
claridad y el vigor de la lengua alemana de tal manera y con resultados
que no tienen paralelo en la historia de la literatura alemana. Sin
embargo no está en armonía con los hechos y las investigaciones de la
moderna ciencia filológica que sea el creador del Alto Alemán como
lengua literaria. Mientras desde el punto de vista de la filología es
digno de las mayores recomendaciones, desde el punto de vista teológico
falló en los elementos esenciales de una traducción fiel. A través de
atribuciones, supresiones y mutilaciones arbitrarias lo convirtió en un
medio de ataque a la vieja iglesia y de reivindicación de sus doctrinas
individuales.
En Wartburg tuvo también su origen “Opinión sobre las ordenes
monásticas”, el libro que ayudó a despoblar los santuarios y monasterios
alemanes, del que el mismo lutero dijo que era su más inasaltable
pronunciamiento, que Melancthon alabó como libro de rara sabiduría y que
muchos especialistas de la Reforma declaran que es su obra más
importante tanto en los contenidos como en los resultados. Expresado con
la impetuosidad de un torbellino que hacía de él un líder tan poderoso,
fue la proclamación de un código ético: que la concupiscencia es
invencible, los institutos sexuales irreprimibles, la gratificación de
las tendencias sexuales como naturales e inexorables como la realización
de cualquier necesidad natural de nuestro ser. Era una trompeta que
llamaba a los curas monjas y monjes a romper sus votos de castidad y
entrar en el matrimonio. La “imposibilidad “de éxito en la resistencia a
nuestras pasiones naturales fue conectado con tal fascinación retórica a
la salvación del alma que la salud del cuerpo exigía inmediata
derogación de las leyes del celibato. Los votos se hacían a Satán, no a
Dios. Tomando esposa o marido se renunciaba absolutamente a la ley del
diablo. Las consecuencias de tal código moral fueron inmediatas y
generales. Son evidentes desde la mordaz reprimenda de su antiguo
maestro, Staupitz, ya que menos de un año después de su promulgación,
los principales abogados de su antiguo discípulo eran los frecuentadores
de las notorias casas de prostitución. Para nosotros todo el tratado no
hubiera tenido otro interés que el de lo arcaico si no hubiera
inspirado el libro de Deniflé “Lutero y el luteranismo” (Maguncia,
1904), la más notable contribución a la historia de la Reforma, en el
que las doctrinas, escritos y dichos de Lutero han sido sometidas a un
análisis tan exhaustivo que han demostrado flagrantemente que su
concepción del monasticismo es una caricatura, su conocimiento de la
escolática muy superficial, su errónea representación de la teología
medieval tan desvergonzada, su interpretación del misticismo tan errónea
, y todo ello con un inmisericorde dominio de los detalles como para
arrojar sombras de duda en toda la fábrica de la reforma de la historia
de la Reforma.
A mediados del verano de este mismo año (4 de agosto) envió su respuesta
a libro “Defensa de los Siete Sacramentos” del rey Enrique VIII, del
que sólo vale la pena recordar su proverbial tono áspero y grosero. El
rey no sólo es un “descarado mentiroso”, sino que está anegado en un
torrente de sucio abuso y le atribuye todos los motivos indignos. Esto
significó, como demostraron los acontecimientos, a pesar de las serviles
y tardías disculpas de Lutero, la pérdida de Inglaterra para el
movimiento reformador alemán. Por estos días editó en latín y alemán su
“Contra el falsamente llamado estado espiritual del papa y los obispos”
en el cual su injurioso vocabulario llega a alturas a las que sólo había
llegado él mismo y aún las supera. Consciente al parecer de lo
incendiario de su lenguaje, pregunta burlón: “Pero ellos dicen “hay
miedo de que surja una rebelión contra el Estado espiritual”. Entonces
la contestación es ¿Es justo que las almas sean atormentadas eternamente
para que estos saltimbanquis puedan divertirse tranquilamente? Es mejor
que asesinen a todos los obispos y que derriben todos los monasterios y
fundaciones religiosas que una sola alma perezca, para no hablar de las
almas arruinadas por estos zopencos y maniquíes. (Sammtl. W., XXVIII,
148)
Durante su ausencia en Wartburg ( del 3 de abril de 1521- al 6 de marzo
de 1522) el centro de la tormenta de la agitación reformadora estaba en
Wittemberg, donde Carlstadio tomó las riendas del liderazgo, ayudado por
Melancthon y los frailes agustinos. En la narración de la historia
convencional de la Reforma se hace a Carlstadio chivo expiatorio de
todos los salvajes excesos que barrieron Wittemberg durante esos días y
hasta en una historia más critica se le dibuja como un conjurador, cuyos
manejos oficiosos casi hacen naufragar la obra de la Reforma. Sin
embargo últimamente su carácter y su obra han sufrido una asombrosa
rehabilitación en manos de investigadores protestantes científicos, que
requiere una revalorización de todos los valores históricos en los que
figura. Aparece no sólo como “hombre de extensos saberes, valor
trepidante y brillante entusiasmo por la verdad (Thudichum, op. cit., I,
178), como precursor de Lutero al que se anticipó en muchas de sus más
relevantes doctrinas e innovaciones audaces. Así, por ejemplo, esta
nueva valoración establece los siguientes hechos: Hacia el 13 de abril
de 1517 publicó sus 152 tesis contra las indulgencias; que el 21 de
junio de 1521 abogó y defendió el derecho de los sacerdotes a casarse y
asombró a Lutero al incluir a los monjes; que el 22 de julio de 1521
exigió la retirada de todas la imágenes y estatuas de los santuarios e
iglesias ; que el 13 de mayo de 1521 protestó públicamente contra la
reserva del Santísimo Sacramento, la Elevación de la Ostia y denunció la
privación del Cáliz a los laicos, de manera que ya tan temprano como el
uno de marzo de 1521, mientras Lutero estaba aún en Wittemberg, él
habló contra las oraciones por los muertos y exigió que la misa se
dijera en alemán vernacular. Mientras que en esta nueva reevaluación aún
retiene el carácter de un disputador y polemista puritano, de conducta
errática, de maneras hoscas, de temperamento irascible y mordiente
discurso, es que cada vez tiene menos reticencia en adoptar acciones
radicales sin la aprobación de la congregación o sus representantes
acreditados. A la luz de esas mismas investigaciones fue el suave y
gentil Melancthon el que empujó a Carlstadio hasta que se encontró en el
vórtice de los inminentes desórdenes y disturbios. “Debemos comenzar
alguna vez, trata de convencernos, o nada se hará. El que pone la mano
en el arado no debiera mirar atrás”.
Una vez abiertas las compuertas, sobrevino la inundación. El 9 de
octubre de 1521, 39 de los 40 frailes agustinos se negaron a seguir
celebrando misas en privado y Zwinglio uno de los más fanáticos,
denunció la misa como una institución diabólica; Justus Jonas
estigmatizó las misas por los difuntos como pestilencias sacrílegas del
alma; la comunión bajo las dos especies se administró públicamente.
Trece frailes ( el 12 de noviembre) se quitaron los hábitos y huyeron
del convento con demostraciones tumultuosas, con otros quince siguiendo
inmediatamente su estela; los que permanecieron fieles fueron sometidos a
malos tratos e insultos por un furiosa chusma dirigida por Zwinglio; se
impedía la celebración de la misa con alborotos; el 4 de diciembre, 40
estudiantes, entre burlas y chanzas entraron en el monasterio
franciscano y demolieron los altares; rompieron las ventanas de la casa
de los canónigos residentes y amenazaron con el pillaje. Estaba claro
que estos excesos, que el poder civil no controlaba ni los líderes
religiosos refrenaban, eran síntomas de la revolución social y
religiosa. Lutero, que visitó subrepticiamente Wittemberg (entre el 4 y 9
de diciembre) no dijo palabra alguna de desaprobación de estos sucesos;
al contrario, no ocultó su satisfacción: “todo lo que veo y oigo”,
escribe a Spalatin el 9 de diciembre, “me agrada inmensamente” (Enders,
op. cit., III, 253). El colapso y la degradación de la vida religiosa
siguieron a buen paso. En un capítulo de los frailes agustinos en
Wittemberg, el 6 de enero de 1522, se adoptaron unánimemente seis
resoluciones sin duda inspiradas por el mismo Lutero, que apuntaban a la
subversión de todo el sistema monástico; cinco días después, los
agustinos quitaron todos los altares de su iglesia, excepto uno y
quemaron los cuadros y los santos óleos. El 19 de enero, Carlstadio,
ahora de 41 años de edad, se casó con una jovencita de 15, hecho que
Lutero aprobó de todo corazón; el 9 ó 10 de febrero, Justus Jonas y casi
al mismo tiempo Johann Lange, prior del monasterio agustiniano de
Erfurt, siguió su ejemplo. El día de Navidad (1521) Carlstadio “con
vestido civil, sin ningún hábito”, ascendió del púlpito, predicó la
“libertad evangélica” de tomar la comunión en las dos especies, se burló
de la confesión y de la absolución y despotricó contra el ayuno como
una imposición al margen de la Escritura. A continuación procedió hacia
al altar y dijo misa en alemán, omitiendo todo lo que se refería al
carácter sacrificial, suprimió la elevación de la Hostia y como
conclusión extendió una invitación general a todos para que se acercaran
a recibir la Cena del Señor , tomando individualmente la Hostia en sus
manos y bebiendo del Cáliz. La llegada de los tres profetas de Zwickau
(27 de diciembre) con sus ideas comunistas, comunicación personal
directa con Dios, extremo subjetivismo en la interpretación de la
Biblia, todo lo cual impresionó fuertemente a Melancthon, no hizo más
que añadir leña al fuego que ya ardía salvajemente. Llegaron para
consultar con Lutero, y con buena razón, porque “era él quien enseñó el
sacerdocio universal de los cristianos, que autorizaba a todos los
hombres a predicar; era él quien anunció la plena libertad de todos los
sacramentos, especialmente el bautismo, y de acuerdo con ello se
justificaron para rechazar el bautizo de los niños”. Es dudoso que se
asociaran íntimamente con Carlstad en estos momentos y que él
suscribiera completamente sus enseñanzas, es no sólo improbable sino
imposible (Barge, op. cit., I,402).


¿Qué atrajo a Lutero con tanta urgencia a Wittemberg? Parece
exagerado y no verdadero, a pesar de que ha sido aceptado universalmente
, que se debiera a que Carlstadio se había convertido en instigador de
la rebelión y líder del devastador “movimiento iconoclástico”
(Thudichum, op. cit., I,193, lo llama “una desvergonzada mentira "); la
afirmación de que Lutero fuera llamado a Wittemberg por el consejo de la
ciudad o congregación se descarta como insostenible (Thudichum, op.
cit., I,197). Tampoco fue reclamado por el elector “aunque el elector
recelaba de su vuelta, y por consiguiente no la consideraba necesaria,
al menos en lo referente a moderar el celo reformador de los habitantes
de Wittemberg; no sólo no prohibió a Lutero que volviera, sino que lo
permitió expresamente” (Thudichum, op. cit., I,199; Barge, op. cit.,
I,435). ¿Acaso la información de Wittemberg presagiaba la ascendencia de
Carlstadio, o había realmente causa de alarma en la propaganda de los
profetas de Zwickau?. Sea lo que fuere, el 3 de marzo salió Lutero de
Wartburg a caballo vestido como un caballero con la espada al cinto,
barba crecida y pelo largo. Antes de su llegada a Wittemberg volvió a
ponerse su hábito monástico haciéndose la tonsura y llegó al monasterio
abandonado vestido completamente de monje. No perdió el tiempo y predicó
ocho días sucesivos (9-17 de marzo) principalmente contra las
innovaciones de Carlstadio, cada una de las cuales, como es bien sabido,
adoptó después. La Cena del Señor volvió a ser la Misa, cantada en
latín en el altar mayor, con vestimentas litúrgicas, y aunque se
expurgue toda referencia al sacrificio, se retiene la Elevación, se
expone la Sagrada Forma y se invita a la a la congregación a la
adoración. Se administra la comunión bajo una especie en el altar mayor –
aunque se permite hacerlo bajo las dos especies en un altar lateral.
Aunque rara vez se encuentran en Lutero sermones caracterizados por la
moderación, ejerció la influencia de su acostumbrada elocuencia, pero no
sirvió de nada. El sentimiento popular suprimido o intimidado,
favorecía a Carlstadio. La enemistad entre Lutero y Carlstadio
continuaba y mostraba al primero “deslumbrando en su forma más
repelente” " (Barge, I, op. cit., VI), y sólo terminaría cuando el
segundo, exiliado y empobrecido gracias a las maquinaciones de Lutero,
pasó a la eternidad acompañado por las acostumbradas bendiciones de
Lutero a sus enemigos. Lutero tenía un prominente rasgo de carácter que
ensombrecía a todos los demás, en esto coinciden sus estudiosos: tenía
una presuntuosa confianza y una voluntad indomable apoyada en un
dogmatismo inflexible. No reconocía a superior alguno, no toleraba
rivales, no aguantaba que le llevaran la contraria. Esto era una
evidencia constante, pero ahora se convierte en un estorbo sobresaliente
en sus intensivos intentos de arrastrar a Erasmo, a quien observaba
hacia tiempo con mirada envidiosa, a la arena de la controversia.
Erasmo, como todos los dedicados al conocimiento humanístico, amantes de
la paz y amigos de la religión, sentía hacia el Lutero de los comienzos
de la reforma un completo acuerdo y simpatía, pero las irritantes e
incontrolables afirmaciones apodícticas, la amargura y brutalidad de su
discurso, su alianza con el radicalismo político de la nación, le
crearon una repulsión instintiva que, al ver que todo el movimiento
“desde su mismo principio era una rebelión nacional, un motín del
espíritu y conciencia germánicos contra el despotismo italiano”, y él,
temeroso por naturaleza, de espíritu vacilante, se abstuvo de toda
controversia, y se retiró tímidamente a sus estudios. Erasmo era popular
con los papas, honrado por los reyes, exaltado extravagantemente por
los humanistas y respetado por los más íntimos amigos de Lutero, y a
pesar de sus conocidas proclividades racionalísticas, su mordaz crítica
de los monjes y de lo que era un término controvertible, el
escolasticismo, era el más eminente de los sabios de su tiempo. Sus
escritos satíricos que, según Kant, hicieron más bien al mundo que la
suma de las especulaciones de todos los metafísicos y que en la mente de
sus contemporáneos pusieron el huevo que lutero incubó – le dieron una
gran fama en todos los aspectos de la vida. Se supuso que las
convicciones de tal hombre corrían paralelas a las de Lutero y si Lutero
no logró conseguir su cooperación, a pesar de todos los intentos, al
menos había que asegurarse su neutralidad.
Forzado por los oponente de Lutero, y aguijoneado por la militante
actitud de Lutero, casi un desafío formal, no solo rehusó la petición
personal de que se abstuviera de toda participación en el movimiento y
convertirse en un pasivo “espectador de la tragedia” sino que salio al
público con su tratado latino sobre “La libre voluntad”. En él
investigaría los testimonios aportados por el Antiguo y el Nuevo
Testamento respecto a la “libre voluntad “del hombre y para establecer
el resultado de que a pesar del profundo pensamiento del filósofo o la
erudición del teólogo, el tema está aún envuelto en oscuridad, y que su
solución definitiva solo ha de buscarse en la plenitud de la luz
difundida por la Visión Divina. Era una cuestión puramente escolática
que tocaba problemas filosóficos y exegéticos que eran entonces, y son
ahora, puntos discutibles en las escuelas. En ningún momento antagoniza
con Lutero en su guerra con Roma. El trabajo se difundió ampliamente y
fue de general aceptación. Melancthon escribió aprobatoriamente al autor
y a Spalatin. Tras el lapso de un año, Lutero respondió “Sobre la
esclavitud de la Voluntad”. Lutero “nunca en toda su vida abordó un tema
desde un punto de vista sólo y puramente científico, y menos aún en
este escrito. “(Hausrath, op. cit., II, 75). Consiste en un “torrente de
gruesos improperios a Erasmo” (Walch, op. cit., XVIII, 2049-2482 – lo
da traducido al alemán) y evoca el lamento del humanista perseguido, y
que él, amante de la paz y de la tranquilidad debe ahora convertirse en
un gladiador y luchar contra las “bestias salvajes” (Stichart, op. cit.,
370).
El retrato que su pluma hace de Lutero en sus dos réplicas es magistral,
de manera que hasta hoy tienen el reconocimiento de todos los
estudiantes imparciales.
Sentencias como “Donde florece el luteranismo perece la ciencia”, que
sus seguidores eran hombres “con sólo dos fines en la vida: dinero y
mujeres” y aquél: “evangelio que afloja las riendas” y permite que cada
uno haga lo que quiere, todo ello prueba que Erasmo es ajeno al
movimiento de Lutero por algo más profundo que por sus insultos. Los
subsecuentes esfuerzos de Lutero para reestablecer unas relaciones
amigables con Erasmo, a que alude en una carta (11 de abril, 1526) no
hallaron otra respuesta que un lacónico rechazo.
Los tiempos estaban preñados de sucesos importantes para el movimiento.
Los humanistas se retiran de la controversia uno tras otro. Mutianus
Rufus, Crotus Rubianus, Beatus Rhenanus, Bonifacius Amerbach, Sebastian
Brant, Jacob Wimpheling, que jugaron un papel tan importante en la
batalla de los Hombres Oscuros volvían ahora al redil de la Vieja
Iglesia. Ulrich Zasius de Freiburg, y Christoph Scheurl de Nürnberg, los
dos juristas más ilustres de Alemania, al principio amigos y
cooperadores con él, con previsión de hombres de estado se dieron cuenta
de la complejidad política de los asuntos, la creciente anarquía
religiosa y oyendo los distantes ruidos de la Guerra de los Campesinos,
abandonaron su causa. El primero halló su predicación mezclada con
veneno mortal para el pueblo alemán, el último definió a Wittemberg como
un sumidero de errores, un semillero de herejías. El último ataque de
Sickingen contra el Arzobispo de Tréveris (27 agosto, 1522) resultó
desastroso para su causa y para él mismo. Abandonado por sus
confederados, derrotado por sus asaltantes, su madriguera – la fortaleza
de Landstuhl – cayó en manos de sus enemigos y el mismo Sickingen
resultó horriblemente herido y murió poco después de firmar su
capitulación (30 Agosto, 1523). Hutten, desamparado y solo, pobre y
olvidado, cayó víctima de su prolongada corrupción (agosto, 1523) a la
temprana edad de treinta y cinco. La pérdida de estos apoyos fue
incalculable para Lutero, especialmente entonces, uno de los períodos
más críticos de la historia alemana. Las rebeliones de los campesinos,
que habían sido previamente controladas por no ser excesivamente
violentas ahora se hicieron tan enormes y tanto se agudizaron que
amenazaron hasta la pervivencia de Alemania como nación.
Las principales causas del conflicto previsto e inevitable fueron el
excesivo lujo y amor desordenado del placer en todas las situaciones de
la vida, la codicia del dinero por parte de la nobleza y los mercaderes
ricos, las extorsiones desvergonzadas de las corporaciones comerciales,
el aumento artificial de los precios , la adulteración de las
necesidades de la vida, la decadencia del comercio, la paralización de
la industria que resultaron de la disolución de los gremios y, sobre
todo, la opresión largamente sufrida y la miseria cada día mayor de los
campesinos, que eran las víctimas principales en las guerras no
declaradas y luchas que asolaron Alemania durante más de un siglo. Ardía
por toda la nación un fuego de desasosiego y rebelión reprimida. Lutero
convirtió esas brasas en un incendio incontrolable con sus turbulentos e
incendiarios escritos, leídos con avidez por todos y por nadie más
vorazmente que por los campesinos que miraban al “hijo de campesino” no
sólo como un emancipador de las imposiciones romanas sino como precursor
de avances sociales. “Su invectivas arrojaban aceite a las llamas de la
revuelta”. Verdaderamente, cuando ya era demasiado tarde para evitar la
tormenta publicó “Exhortación a la Paz” que contradice de forma
imborrable a su segunda y sin precedentes explosión “Contra la chusma de
campesinos rapaces y asesinos”, con la que cambia al bando contrario,
“mojando su pluma en sangre” (Lang, 180), reclama a los príncipes que
aniquilen a los campesinos rebeldes como a perros rabiosos,
acuchillando, estrangulando y matando lo mejor que puedan, y
prometiéndoles además el cielo por hacerlo. Las pocas frases en las que
hay alusiones a la simpatía y misericordia para ellos son contenidas y
están relegadas a un segundo plano. ¡Y qué profunda desilusión hay en el
hecho de que Lutero tuviera la desfachatez de ofrecer como disculpa por
el terrible manifiesto decir que si hablo así fue porque Dios se lo
ordenó! (Schreckenbach, "Luther u. der Bauernkrieg", Oldenburg, 1895,44;
"Sammtl. W." XXIV, 287-294). Sus consejos fueron seguidos al pie de la
letra. El proceso de represión fue terrible. En vez de batallas, los
encuentros fueron verdaderas masacres. Los indisciplinados campesinos
con sus rudos instrumentos de trabajo como armas fueron masacrados como
animales en el matadero. Más de 1000 monasterios y castillos fueron
derruidos, cientos de pueblos incendiados, las cosechas destruidas y
100.000 campesinos muertos. Uno de los comandantes presumía de haber
colgado a “40 predicadores evangélicos y ejecutado a 11.000
revolucionarios y herejes” Sin voces discrepantes, se atribuye la causa
de esta guerra a Lutero, demostrando donde se originó y donde está la
responsabilidad
Mientras Alemania estaba anegada en sangre, las gentes paralizadas por
el horror, y los llantos de viudas y de huérfanos se oían por doquier,
Lutero, con 42 años y de luna de miel con Catalina von Bora, una monja
de S. Bernardo de 26 años que había abandonado el convento, (se habían
casado el 13 de junio de 1525). Lutero regalaba a sus amigos con mucha
sangre fría con chistes sobre la catástrofe, confesando y reprochándose
avergonzado, y dando detalles circunstanciales de sus placeres
matrimoniales que avergüenza reproducir. La famosa carta en griego de
Melancthon a su amigo del alma Camerarius, el 16 de junio de 1525 sobre
el tema, refleja sus sentimientos personales, que sin duda eran
compartidos por la mayoría de los amigos sinceros del novio. Este paso,
junto con la Guerra de los Campesinos, marcaron el punto de inflexión en
la carrera de Lutero y el movimiento que controlaba. “La onda expansiva
de la Reforma había perdido su momento. Lutero ya no avanzaba de éxito
en éxito, como en los primeros siete años de su actividad…La
conspiración para una completa anulación de la supremacía romana en
Alemania por un levantamiento popular torrencial resultó un a quimera”
(Hausrath, op. cit., II,62). Hasta después del estallido de la
revolución social, ningún príncipe o gobernador había dado su adhesión
formal a las nuevas doctrinas. Hasta el elector Federico (muerto el 5 de
mayo de 1525) cuya falta de resolución permitió el cambio sin
obstáculos, no se había aún separado de la Iglesia. El impulso
radicalmente democrático de la agitación luterana, sus despreciativas
alusiones a los príncipes alemanes, “generalmente los tontos más grandes
y las peores sabandijas sobre la tierra” (Walch, op. cit., X, 460-464),
no eran algo calculado para lograr alianzas o favores. La lectura de un
pronunciamiento tan explosivo como el de 1523 “Sobre el poder seglar” o
su “Exhortación a la Paz” de 1525, especialmente a la luz de los
sucesos recientes, les impresionó como si respirasen el espíritu de
insubordinación, si no de insurrección. Lutero “aunque era la más
poderosa voz que había hablado nunca en alemán era una “vox et praeterea
nihil”, porque se admite que no poseía ninguna de las cualidades del
estadista y proverbialmente del prudente atributo de la coherencia. Su
campeonato “de las masas parece haber estado limitado a las ocasiones en
las que veía en ellas una arma útil para levantarla sobre las cabezas
de sus enemigos”.
El trágico fracaso de la Guerra de los Campesinos le hacen sufrir una
transformación abrupta y precisamente cuando en este momento de
situación penosa debilidad y desamparo debería recibir sus consejos y
simpatía, él y Melancthon proclamen por primera vez la hasta entonces
desconocida doctrina del poder ilimitado del gobernante sobre el
súbdito, demandado sumisión total a la autoridad, predicando y
formalmente enseñando el espíritu de servidumbre y despotismo. La
lección de la Guerra de los Campesinos tenía la intención de atraer la
atención de los príncipes para que aplicaran la ley con todo el rigor.
Las masas habían de ser cargadas con impuestos para quebrar su
resistencia; el pobre había de ser “forzado y obligado, como se obliga y
lleva a los cerdos o ganado salvaje” (Sammtl. W., XV, 276). Melanchton
encontraba que los alemanes eran “un pueblo salvaje, incorregible,
sediento de sangre” (Corp. Ref., VII, 432-433), y que sus libertades
deberían ser recortadas por todos los medios empleando drásticas y más
severas medidas. Ese poder autocrático no se debía limitar sólo a los
asuntos políticos, sino que los príncipes habían de emplear “el
Evangelio” como instrumento para entrar en los asuntos religiosos.


Lutero buscaba subvertir todo el viejo orden católico con la
creación del “sacerdocio universal de todos los cristianos”, al delegar
la autoridad “para juzgar todas las doctrinas a la Asamblea cristiana o
congregación, “al darle poder para nombrar o despedir a los maestros o
predicadores”. No le pareció extraño que establecer una nueva iglesia,
fundar una organización eclesiástica sobre bases tan volátiles fuera
imposible por su misma naturaleza. Las semillas de la anarquía yacían
durmientes en tales principios. Pero él tenía esto claro cuando en ese
momento dijo (1525) “Hay casi tantas sectas como cabezas” (De Wette, op.
cit., III, 61). Esta anarquía en la fe era concomitante con la
decadencia de las actividades espirituales, caritativas y educacionales.
Tenemos una enorme cantidad de evidencias del mismo Lutero sobre este
asunto. La situación era tal que la imperativa necesidad forzó a los
líderes del movimiento reformador a pedir ayuda al poder temporal. Así
“toda la reforma fue un triunfo del poder temporal sobre el espiritual.
El mismo Lutero, para escapar de la anarquía, colocó la autoridad en las
manos de los príncipes”. Y esta ayuda les fue dada inmediatamente,
puesto que se ponía a disposición del poder temporal las vastas
posesiones de la vieja Iglesia, y sólo exigía la condición de que se
aceptara la nueva opinión e introducirla como religión estatal o
territorial. Las ciudades libres no pudieron resistir la tentación de
conseguir las mismas ventajas: exenciones de todo impuesto episcopal y
de corporaciones religiosas, la enajenación de las propiedades de la
iglesia, la suspensión de la autoridad episcopal y su transferencia al
poder temporal. En esto está el fundamento del decreto nacional de la
Dieta de Ausgburgo, 1555, “ marcada para la eternidad con la maldición
de la historia” (Menzel, op. cit., 615) e incorporada en el axioma Cujus
regio, ejus religio: la religión del país está determinada por la
religión de quien lo gobierna, “un fundamento que era una consecuencia
de la política de Lutero “ (Idem, loc. cit.). La libertad de religión se
convirtió en monopolio de los príncipes gobernantes e hizo a Alemania
“poco más que un nombre geográfico y muy vago por añadidura” (Cambridge
Hist. II, 142); naturalmente “la esclavitud permaneció allí durante más
tiempo que en ningún otro país civilizado excepto en Rusia” (ibid.,
191), y fue “una de las causas de la debilidad nacional y esterilidad
intelectual que marcó a Alemania durante la última parte del siglo
dieciséis”(ibid.). Naturalmente se encuentran “tantas iglesias nuevas
cuantos principados o repúblicas (Menzel, op. cit., 739).


Un suceso teológico , el primero de verdadera magnitud real y que
tuvo una marcada influencia en el movimiento reformador aún más que la
guerra de los Campesinos, fue el amenazador descontento levantado por la
perentoria condena y supresión por el mismo Lutero de toda innovación,
doctrinal o disciplinaria, que no estuviese de completo acuerdo con las
suyas. Esta debilidad de carácter era bien conocida por sus admiradores
ya entonces, así como es completamente admitida hoy en día. Carlstadio, a
quien por una extraña ironía se había prohibido predicar o publicar en
Sajonia y de quien se exigió una retractación, que fue exiliado de su
casa por su opiniones – Lutero mismo se encargó personalmente de que se
hicieran cumplir todas estas condenas – desafió se opuso a todo ello de
forma injuriosa. Qué grado de culpabilidad había entre Lutero que había
hecho lo mismo y aún con mayor temeridad y audacia contra la prohibición
imperial – o Carlstadio que lo hacía de forma tentativa contra la
prohibición del señor local, no parece haber causado sospecha alguna de
incongruencia. Sin embargo, Carlstadio precipitó una contienda que
removió los mismos cimientos de la fábrica de la reforma. La
controversia fue el primer conflicto decisivo que convirtió el campo los
separatistas en un campo de batalla de combatientes hostiles. El casus
belli fue la doctrina de la Eucaristía. Carlstadio en sus dos tratados
(26 febrero y 16 marzo, 1525), tras asaltar al “Nuevo Papa”, hizo un
juicio exhaustivo de sobre su doctrina de “la Cena del Señor”. Rechaza
la interpretación literal de las palabras institucionales de Cristo
“esto es mi cuerpo” y la presencia real claramente negada. La doctrina
de la transubstanciación de Lutero, según la cual, el cuerpo está allí,
con y bajo el pan, carecía para él todo soporte escritural. La Escritura
ni dice que el pan “es” mi cuerpo ni “dentro del “pan está mi cuerpo,
de hecho no dice absolutamente nada sobre el pan. El pronombre
demostrativo “este” no se refiere al pan en absoluto, sino al cuerpo de
Cristo, presente en la mesa. Cuando Jesús dijo “este es mi cuerpo”, se
señalaba a si mismo y dijo:”este cuerpo será ofrecido, su sangre
derramada por vosotros”. Las palabra “tomad y comed” se refieren al pan
ofrecido y las palabra “este es mi cuerpo”, al cuerpo de Jesús. Va más
allá y mantiene que “esto es” realmente quiere decir “esto significa”.
Consecuentemente la gracia ha de buscarse en Cristo crucificado, no en
el sacramento. Entre todos los argumentos presentados ninguno resultó
más embarazoso que el deíctico “esto es”. Fue la insistencia en la
identica interpretación de “este” refiriéndose el Cristo presente, que
Lutero usaba en sus más cerrados al dejar a un lado la primacía del papa
en las Disputas de Leipzig. Los escritos de Carlstadio fueron
prohibidos con el resultado de que Sajonia, Estrasburgo, Basilea y
Zurich prohibieron su circulación y venta. Esto atrajo al líder de la
reforma suiza, Zwinglio, a la controversia como apologista de
Carlstadio, abogado de la libertad sin trabas expresión y pensamiento e
ipso facto adversario de Lutero
El movimiento de reforma presentaba el espectáculo de los dos mas
formidables oponentes de Roma, las dos mentes más conocedoras y más
autorizados exponentes del pensamiento separatístico contemporáneo,
enfrentadas abiertamente en una guerra sobre la Cena del Señor.
Zwinglio, en general, compartía las doctrinas de Carlstadio, con algunas
divergencias, que no es necesario ampliar aquí. Pero lo que dio una
importancia, mística, semi–inspirada a su doctrina de la Cena del Señor,
fue la relación que hizo de sus dificultades y dudas sobre las palabras
institucionales, que encontraron la solución en un sueño. No recordaba,
al contrario que Lutero en Wartburg, si esa aparición era en blanco y
negro [ Monitor iste ater an albus fuerit nihil memini (Planck, op.
cit., II, 256)]. Si Lutero siguió su costumbre de nunca leer “los libros
que los enemigos de la verdad han escrito contra mí” (Mörikofer,
"Ulrich Zwingli", II, Leipzig, 1869, 205), o si había una pizca de celos
“de que los suizos estaban ansiosos de ser los más preeminentes” en el
movimiento reformista, el caso es que el mero hecho de que Zwinglio fue
confederado de Carlstadio y tuviera un desafortunado y dudoso sueño,
añadieron suficiente madera al fuego para que Lutero desplegara lo mejor
de sus conocidos métodos dialécticos. No se podía tener “una discusión
científica con Lutero puesto que él atribuía al diablo cualquier
oposición a su doctrina” " (Hausrath). Esto envenenaba la controversia
en sus mismas raíces porque él “no llegaría a una tregua con el diablo”
(Hausrath, op. cit., II, 188-223). Y que los ojos de las masas se
estuvieran volviendo de Wittemberg a Zurich, era una evidencia que
confirmaba el engañodiabólico. Las contestaciones de Lutero a la
heterodoxa carta privada de Zwinglio a Alber (16 de noviembre de 1524) y
a sus irritantes provocadores llegaron en 1527 y mostraron que “la
injusticia y barbaridad de sus polémicas” no estaban reservadas sólo
para el papa, para los monjes o para los votos religiosos”. Sobrepasaron
en ” causticidad y desprecio del oponente todo lo que había escrito
hasta entonces”, “eran las expresiones de un hombre enfermo que había
perdido todo control de sí mismo”. Traza una descripción cronológica de
de las políticas de Satán y las arteras maquinaciones de Príncipe del
Mal desde sus incursiones en las herejías de la primitiva iglesia hasta
Carlstadio, Zwinglio y Oecolampadio. Eran estas tras agencias satánicas
que habían planteado el problema de de la Cena del Señor para frustrar
la obra del “Evangelio recuperado”. Maldice con el abismo del infierno
las profesiones de paz y amor del suizo, porque son parricidios “No se
puede decir que sea una respuesta furiosa, es desgraciada en la forma en
que arrastra por el fango las más sagradas representaciones de sus
oponentes “. Epítetos oprobiosos y indiscriminados como cerdo, perro,
fanático, asno, tonto “ve a tu pocilga” , ” arrástrate entre tu
porquería” ("Sammtl. W.", XXX, 68), son algunas de las ocurrencias que
iluminan la contestación.
Sin embargo, en pocos de sus escritos polémicos, vislumbramos mejor sus
conocimientos teológicos, familiaridad con los Padres, reverencia por la
tradición - restos de su antigua formación – que en este documento, que
causó pena y consternación por todo el campo de la reforma. “La mano
que había hecho caer a la Iglesia Romana en Alemania realizó la primera
escisión en la iglesia que había de sustituirla” (Cambridge History, II,
209).
El intento por parte del Landgrave Felipe para reunir a las fuerzas
contendientes y llegar a un compromiso en el Coloquio de Marburg (1 al 3
de octubre de 1529) estaba condenaba al fracaso antes de ser convocado.
La voluntad de hierro de Lutero rehusó cualquier concesión, y su
despedida de Zwinglio “tu espíritu no es nuestro espíritu” (De Wette,
op. cit., IV, 28) no dejó ninguna esperanza de posteriores negociaciones
y los insultos que dirigió a sus contendientes “no solo son mentirosos,
sino la encarnación de la mentira, engaño e hipocresía” (Idem, op.
cit.) cerró el capítulo de de una posible reunión. Zwinglio volvió a
Zurich para encontrar la muerte en el campo de batalla de Kappel (11
octubre de 1531) La maldición que Lutero “acompañó a su rival en la vida
y en la muerte (Menzel, II, 420). La siguiente reunión de de las dos
alas de la reforma ocurrió cuando se hicieron hermanos de armas contra
Roma en la Guerra de los Treinta Años.
Mientras estaba ocupado en estos diversos y acuciantes deberes, todos
ellos realizados con celo infatigable y energía agotadora, alarmado por
los excesos y atendiendo a las sacudidas de la vida social y
eclesiástica, su movimiento de reforma visto en general desde el punto
de vista más destructivo, sin embargo no descuidó los elementos
constructivos designados para dar cohesión y permanencia a su tarea. De
nuevo se mostró su aprehensión intuitiva de las susceptibilidades
raciales de la gente y su sagacidad y oportunidad política al utilizar
las fuerzas de los príncipes. Su reclamación de escuelas y educación iba
a equilibrar el caos intelectual creado por la supresión de deserciones
de las escuelas monásticas y de la iglesia; su invitación a la
congregación a cantar en lengua alemana en los servicios litúrgicos, a
pesar de los más de 1400 himnos en lengua vernácula que existían antes
de la Reforma, resultaron ser un golpe maestro y le dieron un magnífico
apoyo a su predicación. Abandona ahora la misa en latín, que retuvo, más
para fastidiar a Carlstadio que por otra razón comprobable;
introduciendo modificaciones en la misa en alemán. Pero aún más
importante y de más largo alcance era el plan que Melancthon, bajo su
supervisión, había hecho para dar a la nueva iglesia la maquinaria y
conjunto de regulaciones para que funcionara. Para introducir ésto con
efectividad “los príncipes evangélicos con sus poderes territoriales
entran en escena” (Köstlin-Kawerau, op. cit., II, 24). El elector de
Sajonia especialmente mostró una disposición para actuar de una forma
sumaria y drástica, que fue aprobada por Lutero “ No solo se privó de
sus beneficios a los sacerdotes que no estaban de acuerdo, sino que a
laicos recalcitrantes, que tras ser instruidos aun se mantenían
obstinados, se les dio un plazo para vender sus propiedades y abandonar
el país” (Beard, op. cit., 177).


Se invocaba al poder civil para dirimir controversias entre
predicadores y se solucionaban controversias teológicas con el brazo
secular. La publicación de un catecismo popular en un alemán simple y
coloquial tuvo una influencia tan grande que apenas puede ser
sobreestimada, a pesar de las muchas obras catequéticas católicas
existentes.


La amenazadora guerra religiosa entre los que aceptaban el
“Evangelio” y la ficticia Liga Católica (15 de mayo, Breslau), formada
ostensiblemente para exterminar a los Protestantes, y que con una
sospechosa precipitación de su líder, el landgrave Felipe, había
declarado formalmente la guerra(15 de mayo, 1528), pudo evitarse. Se
demostró que se había basado en un documento falsificado de Otto von
Pack, un miembro de la cancillería del Duque. Lutero que se había
apartado primero de la guerra y aconsejado la paz, con una de sus
reacciones características “Ahora que se ha establecido la paz, comenzó
una guerra con verdadero ímpetu contra la Liga” (Planck, op. cit., II,
434) en cuya existencia creía firmemente, a pesar de haber sido expuesta
sin duda alguna su falsedad.
La Dieta de Espira (21 de febrero – 22 de abril 1529) presidida por el
rey Fernando como representante del emperador, como la celebrada tres
años antes, llegó a un compromiso real. Las dos “Proposiciones” o
“Instrucciones” aprobadas iban a ser la solución. El decreto permitió a
los estados luteranos la práctica y reforma de la nueva religión dentro
de las fronteras de sus territorios, pero reclamaba los mismos derechos
para aquellos que iban a seguir en la iglesia católica. Melancthon
expresó su satisfacción y declaró que no buscarían dificultades y que
estos decretos “les protegerían más aún que los decretos de la Dieta
anterior (Speyer, 1526; Corp. Ref., I, 1059). Pero a estas alturas no
iba a darse sin más no ya una aceptación sino una sumisión a los
decretos, y los cinco príncipes más afectados, entregaron el 19 de abril
una protesta, circunstancia a la que Melancthon llamó un “terrible
asunto”. Esta protesta ha hecho historia, puesto que dio la nomenclatura
específica de Protestante a todo el movimiento de oposición a la
Iglesia Católica. “La Dieta de Espira inaugura la división actual de la
nación alemana” (* Janssen, op. cit., III, 51).


A pesar del éxito de la invasión turca de Hungría, los asuntos
políticos fueron conformándose felizmente: la reconciliación del papa y
el emperador (Barcelona, 29 de junio de 1529), la paz con francisco I
(Cambrai, 5 de agosto de 1529), de manera que el emperador pudo ser
coronado por el hasta ahora enemigo Clemente VII ( Bolonia 24 feb 1530).
Sin embargo en Alemania las cosas seguían siendo irritantes y
amenazadoras. A la hostilidad entre protestantes y católicos había que
añadir ahora la amarga lucha entre los protestantes y los seguidores de
Zwinglio. La Dieta de Espira no servia para nada, prácticamente letra
muerta, puesto que los príncipes protestantes mostraban en público y en
privado un espíritu rebelde. Carlos intentó de nuevo conseguir paz y
armonía religiosa tomando en sus propias manos tan enmarañado asunto.
Convocó la Dieta en Ausgburgo que se reunió en 1530 (del 8 de abril al
19 de noviembre), presidida por el mismo para que las partes religiosas
en conflicto y discutieran con calma sus diferencias y llegaran a un
compromiso o arbitraje para restablecer la paz. Lutero, que estaba
proscrito por el imperio “por ciertas razones” (De Wette, op. cit.,
III,368), no apareció; permaneció en la fortaleza de Coburg, a una
distancia de cuatro días de viaje, desde donde permaneció en contacto
permanente con Melancthon y otros líderes protestantes. Fue Melancthon
quien bajo la influencia dominante de Lutero y provisto de las Artículos
de Marburg ( 5 Oct., 1529), Schwabach (16 Oct., 1529), Torgau (20 Marzo
1530) y el Gran Catecismo, redactó la primera profesión autoritativa de
la iglesia luterana. Este documento religioso es La Confesión de
Ausgburgo (Confessio Augustana), el libro simbólico del luteranismo


Lutero sancionó la versión original, que consiste en una
Introducción o Preámbulo y dos Partes. La Primera consta de 21
artículos, hace una exposición de las principales doctrinas del credo
protestante y apunta a un arreglo amistoso, mientras que la Segunda, de
siete artículos, trata de los “abusos”, sobre los que hay una
“diferencia”. La confesión es en general una invitación, un espíritu de
irenismo, a la unión más que a una provocación a la desunión. En un tono
digno, moderado y pacífico, pero que permite que las insinuadas
concesiones lleguen a ser tan indefinidas y poco concisas que dejan una
vaga sospecha de no ser sinceras. Las diferencias doctrinales
fundamentales e irreconciliables se minimizan en exceso. Nadie estaba
mejor calificado por temperamento o educación para revestir la
fraseología apodíctica y brusca de Lutero como atractiva vestidura de la
verdad. Los artículos sobre el pecado original, justificación por la
sola fe, la voluntad libre, aunque muy similares en el sonido y
terminología, carecen del sonido del verdadero metal católico. Muchos de
los puntos en que hacen concesiones, algunos de carácter asombroso y
sorprendente, hasta haciendo abstracción de la sospechada ambigüedad, se
mostraban tan diametralmente opuestos a lo que enseñaban, predicaban y
escribían enseñaban en el pasado y en contradicción con comunicaciones
orales y escritas que se pasaban en el momento de las deliberaciones,
que hacen sospechar de toda la obra. Y que esas sospechas no eran
infundadas lo demuestra lo que pasó tras la Dieta. La corrección de los
llamados Abusos, de la que se trató en la Segunda Parte bajo los
epígrafes: Comunión bajo dos especies, el matrimonio de los sacerdotes,
la Misa, la confesión obligatoria , distinción de los alimentos y la
tradición, votos monásticos y la autoridad de los obispos, ni se trató
en profundidad ni mucho menos se llegó a un acuerdo. Los intentos de
Melanchton de hacer otras concesiones fueron inmediata y
peremptoriamente rechazados por Lutero. La “Confesion” se leyó en una
sesión pública en la Dieta ( 25 de junio) en alemán y latín, se le
entregó al emperador quien a su vez le envió a 20 teólogos católicos,
incluidos los antiguos antagonistas de Lutero Eck, Cochlaeus, Usingen, y
Wimpina, para su examen y refutación.


La primera respuesta, debido a su prolijidad, tono amargo e
irritado fue rechazada inmediatamente; el emperador no permitió que se
leyera ante la Dieta la “Refutacion de la Confesion de Ausgburgo” ( 3 de
agosto) hasta que se podó y suavizó en nada menos que cinco revisiones.
La “Apología de la Confesión de Ausgburgo” de Melancthon que era más
bien una contestación a la “refutación” y que pasa por tener la misma
autoridad oficial que la misma “Confesión”, no fue aceptada por el
emperador. Todos los intentos posteriores para encontrar una salida
favorable resultaron baldíos y el edicto imperial que condenaba la
contienda protestante se publicó el 22 de septiembre, lo que permitía a
los lideres reconsiderar el asunto hasta el 15 de abril de 1532. El
receso se leyó el 13 de octubre a los Estados católicos que al mismo
tiempo formaron la Liga Católica. A los protestantes se les leyó el 11
de noviembre, lo rechazaron y formaron la Liga de Esmalkalda (29 de
Marzo 1531) una alianza defensiva y ofensiva de todos los luteranos. Los
seguidores de Zwinglio no fueron admitidos. Se pidió a Lutero, que
regresó a Wittemberg en un estado de extrema irritación por los
resultados de la Dieta, que preparase al pueblo para que aceptara la
posición de los Príncipes, que en principio parecía una rebelión en toda
regla. Lo hizo en una de sus explosiones de rabia cuando se requería
calma y deliberación, caridad religiosa, prudencia política, desafiando
abierta y flagrantemente cualquier intento de compromiso social.
Las tres publicaciones populares fueron: “Advertencia al Querido Pueblo
Alemán” (Walch, op. cit., XVI, 1950-2016), “Glosas al putativo Edicto
Imperial” (Idem, op. cit., 2017-2062), y el ya muy superado “Carta
contra el Asesino de Dresde” (Idem, op. cit., 2062-2086), que su
principal biógrafo caracteriza como “uno de sus más salvajes y violentos
escritos” (Kostlin-Kawerau, op. cit., II, 252). Todos ellos, y
particularmente el último, sin duda alguna establecieron sin discusión
que sus métodos de controversia eran “literal y completamente sin
decoro, conciencia, gusto o miedo” (Mozley, "Historical Essays", London,
1892, I, 375-378). Su loca embestida contra el duque Jorge de Sajonia
“El asesino de Dresde” , al que la historia proclama como “el más
honesto y consistente carácter de su época” (Armstrong, op. cit., I,
325), “uno de los príncipes más estimables de su tiempo” (Cambridge
Hist., II, 237), fue una fuente de mortificación para sus amigos, un
golpe para la sensibilidad de todo hombre honesto, que ha tenido a sus
apologistas muy ocupados desde entonces tratando de justificarlo. La
alianza que proyectó con Francisco I, el enemigo mortal de Carlos V, fue
bien aceptada. No es necesario hablar de su aspecto patriótico. Enrique
VIII de Inglaterra, que estaba entonces muy ocupado con los
procedimientos de su divorcio de Catalina de Aragón, fue menos
favorable. La opinión sobre el divorcio que se había pedido a las
universidades también había llegado a Wittemberg, donde Robert Barnes,
un fraile agustino que había abandonado su monasterio intentó influir
para lograr una opinión favorable. Así lo fue la de Melancthon, Osiander
y Oecolampadius, aunque Lutero, en una carta exhaustiva mantuvo que “
Antes de permitir un divorcio preferiría que el rey tomara otra esposa"
(De Wette, op. cit., 296). Sin embargo, el memorable enfrentamiento
teológico que el rey había tenido con Lutero, la rastrera apología de
éste, habían dejado una sensación de aversión, si no de desprecio, en el
alma de su reformador rival, que la invitación fue completamente
ignorada.


A principios de 1534, Lutero, tras doce años de trabajos
intermitentes, completó y publicó en seis partes la traducción al alemán
de toda la Biblia.
Por otra parte, durante años, se había había agitado en los círculos
eclesiásticos el asunto de un Concilio General. Carlos V lo reclamaba
constantemente, la Confesión de Ausgburgo lo exigía enfáticamente y
ahora con el acceso de Paulo III ( 13 de octubre 1534) que sucedió a
Clemente VII (fallecido el 25 de septiembre de 1534), se dio un impulso
al movimiento que por primera vez apareció como algo realizable. El papa
lo sancionó, con la condición de que los protestantes aceptaran sus
decisiones y enviaran sus credenda en una forma concisa e inteligible.
Para asegurarse de las posturas de las cortes alemanas, envió a
Vergerius como legado, quien para hacer un estudio de la situación lo
más completo posible, no dudó, de paso por Wittemberg de camino hacia el
elector de Brabdenburgo, entrevistarse con Lutero en persona ( el 7 de
nov. De 1535). Su descripción de la vestimenta del reformador “vestido
de fiesta, oscuro, mangas con llamativos gemelos de Atlas, chaqueta de
estameña con pieles de zorro, varios anillos en sus dedos y una enorme
cadena de oro alrededor de su cuello” le muestra bajo una luz inusual.
La presencia del hombre que iba a reformar la antigua iglesia, vestido
como un petimetre, dejó una impresión en la mente del legado que se
puede conjeturar fácilmente. Consciente del carácter polémico de Lutero
logró evitar las discusiones con prudencia proclamando su poco
conocimiento de teología y desvió la entrevista hacia lugares comunes.
Lutero trató la entrevista como una comedia, un punto de vista en el que
estaba de acuerdo el astuto italiano.
Surgió la cuestión de qué participación debieran tener los protestantes
en el concilio que se iba a reunir en Mantua. Tras considerable
discusión Lutero quedó encargado de elaborar un documento en el que
manifestaría sus opiniones y doctrinas. Lo hizo y lo envió al elector
para conseguir su visto bueno y el de un cuerpo especial de teólogos
nombrados ad hoc. El documento contiene los Artículos de Esmalkalda“,
una verdadera postura opuesta contra la iglesia romana (Guericke), que
fue incorporado al libro Formula de Concordia (Concordienfomel, “Formula
concordiae”) y aceptado como libro simbólico. En conjunto es un rechazo
tan brusco y una filípica tan burda contra al papa como “Anticristo”,
que no nos asombra que el mismo Melancthon se inhibiera de firmarlo


La grave enfermedad de Lutero durante la Convención de Smalkalda,
auguraba un final fatal de sus actividades, pero ni la perspectiva de
la muerte suavizó sus sentimientos hacia el papado. Precisamente en este
momento de afrontar la eternidad (24 Feb., 1537) cuando expresó su
deseo de que el chambelán del Elector escribiera su epitafio: "Pestis
eram vivus, moriens ero mors tua, Papa" “ Cuando vivía fui para ti como
la peste, y cuando muera seré tu muerte, Papa” (Kostlin-Kawerau, op.
cit., II, 389)].Es cierto que la historicidad de este epitafio no está
en acuerdo cronológico con la narración de Mathesius, que mantiene que
la oyó en la casa de Spalatin el 9 de enero de 1531 o que se encontraba ,
con idénticas palabras en su “ Al Clero reunido en la Dieta de
Ausgburgo” en el que devolvía las burlas que se hacían a los sacerdotes
que le habían seguido y se habían casado. Sin embargo está en
consonancia con la bendición de despedida que, inválido, repartió desde
su carroza a los amigos reunidos con ocasión de este viaje de vuelta a
casa: “Que el Señor os llene con sus bendiciones y con odio al papa”, o
las palabras escritas con tiza en las paredes de de su habitación la
noche anterior a su muerte.


No hace falta decir que los Estados protestantes rehusaron la
invitación al Concilio, con lo que tenemos la primera renuncia pública
positiva al papado.
“Lo que Lutero reclamaba para sí contra la iglesia católica, él se lo
negó a Carlstadio y a Zwinglio. No vio que posición de ellos era
exactamente como la suya propia, con diferente resultado, que para él
era toda la diferencia del mundo” (Tulloch, "Leaders of the
Reformation", Edinburgh and London, 1883, 171). Esto nunca fue tan
manifiesto como en la guerra de los Sacramentos. Bucero, en quien cayó
el peso del liderazgo tras la muerte de Zwinglio, a la que pronto siguió
la de Oecolampadio ( 24 nov. 1531) intentaba con insistencia para
hubiera una reunión o al menos un entendimiento en el asunto de La Cena
del Señor, el punto principal de ruptura entre los protestantes suizos y
alemanes. Pero política y religiosamente esto hubiera significado un
paso adelante en el progreso del zwinglianismo. Al principio los
protestantes suizos no fueron aceptados en la Liga de Esmalkalda ( 28 de
marzo, 1531); tras un plazo de seis años lo intentaron de nuevo ( 29 de
marzo 1537). Por fin Lutero, que en todo ese tiempo no pudo ocultar su
oposición a los zwinglianos, yendo hasta el extremo de pedir al duque
Alberto de Prusia que no tolerara su presencia, ni la de los seguidores
de Münzer, en sus territorios, cedió a la reunión de una conferencia de
paz. Conociendo su importancia, utilizó amenazas ocultas de exclusión de
la Liga para persuadirles de que aceptaran sus puntos de vista. A esta
conferencia, que se celebró en su propia casa de Wittemberg, debido a su
enfermedad, asistieron once teólogos por Zwinglo y siete luteranos. El
resultado fue un compromiso teológico, apenas se le puede llamar
reunión, conocido como “Concordia de Wittemberg” (21-29 Mat, 1536).


Los opositores, modificando técnicamente sus puntos de
diferencia, suscribieron la doctrina luterana de la Cena del Señor, el
bautismo de los niños y la absolución. Pero que los teólogos de Zwinglio
“que firmaron la Concordia y declararon que su contenido era verdadero y
según las Escrituras, abandonaran sus convicciones anteriores y se
convirtieran en devotos seguidores de Lutero nadie que los conozca puede
creérselo" (Thudichum, op. cit., II, 489). Simplemente cedieron a la
indomable determinación de Lutero y firmaron para escapar de la
hostilidad del Elector Juan Federico, que era una criatura de Lutero,
para no perder la protección de la Liga de Esmalkalda , se sometieron a
lo inevitable para escapar de peligros mayores” (Idem, op. cit.). En
cuanto a Lutero, que la llama “pobre e infeliz Concordia” no recibió
reconocimiento alguno de él. En 1539 unió los nombres de Zwinglio y
Nestorio de una manera que ofendió profundamente a Zurich. En Wittemberg
los nombres de Zwinglio y Oecolampadio eran sinónimos de hereje y con
el sarcasmo de Lutero “de que rezaría y enseñaría contra ellos hasta el
fin de sus días” (De Wette, op. cit., V, 587), la ruptura se consumó de
nuevo.


Las controversias internas de la Iglesia Luterana que iban a
destrozar su desarticulada unidad con la fuerza de una erupción
explosiva tras su muerte, y que ahora solo por su coraje, su poderosa
voluntad e imperiosa personalidad se mantenían bajo los límites
contenidos de las murmuraciones, iban creciendo como una cosecha por
todas partes, encontraron su camino a Wittemberg y afectaron hasta a sus
más íntimos amigos. Aunque la unidad era imposible, al menos había que
mantener una apariencia de uniformidad. Cordatus, Schenck, Agricola
veteranos en la causa de la Reforma cayeron en aberraciones doctrinales
que le causaron mucha inquietud. El hecho de que Melanchton su amigo más
dedicado y fiel, estaba bajo sospecha de mantener puntos de vista
sospechosos, y aunque no totalmente compartidos por él, le causaba no
poca irritación y tristeza. Pero todos estos líos domésticos eran
triviales y desaparecieron comparados con el problema más crítico que
hasta entonces había ocurrido a la nueva iglesia y que de repente les
saltó a los líderes, sobre todo a su hierofante: el doble matrimonio del
landgrave Felipe de Hesse.
Felipe el Magnánimo (nacido el 23 nov 1504) se había casado antes de
cumplir 20 años con Cristina, de 18 años, hija de Jorge, duque de
Sajonia. Tenía la reputación de ser “el más inmoral de los príncipes”,
que se arruinó a sí mismo, en el lenguaje de los teólogos de su corte
“por su libertinaje descontrolado y promiscuo”. El mismo admitía que no
podía permanecer fiel a su mujer por tres semanas consecutivas. El
maligno ataque de una enfermedad venérea, que le obligó a un cese
temporal de su libertinaje, y también a pensar en una gratificación más
ordenada de su pasión. Su afecto se dirigía hacia Margarita der Saal,
una damita de diecisiete años, y llegó a la conclusión de que iba a
recurrir a Lutero para hacer un matrimonio doble. Cristina era “una
mujer de excelentes cualidades y noble mente, a la que, en excusa por
sus infidelidades, él (Felipe) atribuía toda clase de enfermedades
corporales y hábitos ofensivos (Schmidt, "Melancthon", 367). Ella le
había dado siete hijos. La madre de Margarita solo aceptaría la idea de
que su hija se convirtiera en “segunda esposa” a condición de que
estuvieran presentes en la boda ella misma, su hermano, la mujer de
Felipe, Lutero, Melancthon y Bucero y al menos dos prominentes teólogos.
Se confió a Bucero la misión de asegurar la presencia de Lutero,
Melancthon y de los príncipes sajones. Y tuvo mucho éxito. Pero tod
había de hacerse en el mayor secreto. Este secreto se lo impuso al
landgrave una y otra vez hasta que en su viaje a Wittemberg ( 3
diciembre 1539) “ que todo redundase en la gloria de Dios” (Lenz, op.
cit., I,119). Conocía claramente la postura de Lutero, que captó
inmediatamente la importancia del asunto. Era una cuestión de
conveniencia y necesidad más que de legalidad y decencia. Si se permitía
la poligamia simultánea, sería un acto sin precedentes en la historia
del cristianismo, y más aún, haría que Felipe fuera conocido en el
futuro por ese crimen nefando, que bajo la legislación vigente estaba
castigado con la decapitación. Si rehusaba, peligraba el apoyo del
landgrave, y sería una calamidad más allá de cualquier conjetura para la
causa protestante. Evidentemente, ante este dilema comprometedor,
Lutero y Melancthon fijaron sus posiciones conjuntamente (10 dic.,
1539). Tras expresar reconocimiento por la recuperación de la salud del
landgrave, “porque la pobre, miserable Iglesia de Cristo es pequeñe y
desamparada, y tiene necesidad de los señores y dirigentes
verdaderamente devotos”…y continúa diciendo que no puede publicarse una
ley general para que el “hombre pueda tener más de una mujer”, pero que
se puede conceder alguna dispensa. Había de enterrar en profundo
silencio todo lo referente al matrimonio y a la dispensa para que no
saliera a la luz pública. “Toda murmuración sobre el tema ha de ser
ignorada, mientras tenemos una conciencia recta y esto que defendemos es
correcto”, porque “lo que se permite en la Ley Mosaica, no está
prohibido en el Evangelio” (De Wette-Seidemann, VI, 239-244; "Corp.
Ref.", III, 856-863). Ni se menciona ni se insinúa la ilegalidad del
segundo matrimonio mientras permaneciera sin tocar la legalidad del
primero. Su mujer, aconsejada por su director espiritual “de que no era
contrario a la ley de Dios” dio su consentimiento, aunque en el lecho de
la muerte confesó a su hijo que su consentimiento le fue arrancado con
engaños y felonía
Felipe le dio su palabra de príncipe de que ella sería “la primera y
principal esposa” y que su obligaciones matrimoniales” le serían dadas
con más devoción que antes”. Los hijos de Cristina” deberían ser
considerados los únicos príncipes de Hesse (Rommel, op. cit.). Después
de que se hubiera completado este arreglo, Cristina tuvo una hija, el 13
de febrero de 1540, en presencia de Bucero, Melancthon y el predicador
de la corte Melander, que ofició la ceremonia. Melander era un agitador
malhumorado con una reputación moral desagradable”, una de sus
deficiencias morales era que tenía tres esposas dos de ellas abandonadas
sin preocuparse en absoluto por las legalidades de una separación
legal. Felipe vivió con ambas mujeres, ambas le dieron hijos, la primera
esposa, la landgrave, dos hijos y una hija y Margarita seis hijos.


¿Qué decir de esta oscurísima mancha en la historia de la Reforma
alemana? ¿Era política, “biblicismo”, visión distorsionada,
precipitación, miedo del a inminente Dieta que jugó tan importante papel
en la pecaminosa caída de Lutero? ¿O era la consecuencia lógica de las
premisas mantenidas durante años en los discursos y publicaciones, sin
entrar en la ética de aquel extraordinario sermón sobre el matrimonio?
El mismo escribe desafiante que “no se avergüenza de sus opinión”
(Lauterbach, op. cit., 198). El matrimonio, a pesar de todas las
precauciones, entredichos y garantías de secreto, salió a la luz y causó
una gran sensación y escándalo nacional y puso en marcha una
correspondencia intensa entre todos aquellos que estaban implicados,
para neutralizar el impacto en la opinión pública. Melancthon “casi
muere de vergüenza pero Lutero quiso defenderse descaradamente con una
mentira” (Cambridge Hist., II, 241). El secreto “si” debía ser un “no”
publico por el bien de la Iglesia Cristiana (De Witte-Seidemann, op.
cit., VI, 263) “¿Qué daño hay en que un hombre para conseguir cosas
mejores y por el bien de la Iglesia Cristiana dice una buena y rotunda
mentira? (Lenz, "Briefwechsel", I, 382; Kolde, "Analecta", 356). Esa fue
su extenuante pretexto ante los consejeros de Hesse, reunidos en
Eisenach (1540), un sentimiento que los estudiosos familiarizados con
sus palabras y acciones recordarán que está en completo acuerdo con la
mayor parte de sus políticas y muchas de sus afirmaciones. “Estamos
convencidos que el papado es la sede de anticristo real y actual y
creemos que contra sus engaño e iniquidad todo está permitido para la
salvación de nuestras almas” (De Wette, op. cit., I, 478).


Carlos V, metido en una guerra triple, con las arcas vacías, con
numerosos intentos de establecer la paz religiosa en Alemania, creyó ver
un rayo de esperanza en la concesión a regañadientes de una reunión en
Esmalkalda de teólogos protestantes (15409) según la cual ellos
permitirían la jurisdicción episcopal siempre que los obispos toleraran a
la nueva religión. Basándose en ello permitió que se reuniera un
coloquio religioso en Espira (6 junio, 1540). Pero el tono de la
respuesta protestante a la invitación dejó poco margen para un acuerdo.
La mortal epidemia que se cernía sobre Espira obligó a cambiar a Hagenau
donde durante dos meses hubo un debate irregular y poco efectivo (del 1
de junio al 28 julio), que acabó en Worms (28 de octubre). Lutero, no
tenía ninguna confianza, desde el principio, en esa reunión “ que sería
una pérdida de tiempo, de dinero y una negligencia de los deberes del
hogar” (De Wette, op. cit., V, 308). Resultó una interminable y estéril
esgrima verbal de los teólogos como puede colegirse del hecho de que
después de tres meses de constante palabrería, sólo se llega a acuerdos
en un punto, y con tantas condiciones que resultaba absolutamente
devaluado. Del 5 de abril al 22 de3 mayo se reunió la Dieta de
Ratisbona, con la presencia del emperador y del delegado papal
Contarini. El coloquio se reunió allí con el mismo inútil resultado.
Melancthon, supuestamente a favor de la reunión, fue colocado por el
elector Juan Federico, bajo una vigilancia policial estricta, que no le
permitía ni entrevistas privadas ni paseos en solitario. El elector, así
como el rey Francisco I, temiendo la ascendencia política del
emperador, pusieron todos los obstáculos que pudieron a un compromiso y
cuando los artículos rechazados fueron enviados a Lutero con una
embajada especial. El primero le advirtió por carta que no los aceptara y
acudió urgentemente a Wittemberg para poner toda su influencia personal
para lograr que los planes de paz se frustraran.
La vida y la carrera de Lutero iban llegando a su fin. Su matrimonio con
Catalina von Bora fue feliz en general, como puede deducirse de sus
confesiones y apariciones públicas. El monasterio agustiniano, que le
fue donado por el elector tras su matrimonio, se convirtió en su hogar.
Allí nacieron sus seis hijos
Juan (7 junio, 1526),
Isabel (10 dic., 1527),
Magdalena (4 mayo, 1529),
Martin (9 nov,., 1531),
Pablo (28 Ener., 1533), y
Margarita (17 dicicembre, 1534).


Catalina resultó un esposa frugal y normal: su interés era
absorbido más por las labores de la casa, las aves del corral, los
cerdos, los pescados de la alberca, la huerta, la elaboración de cerveza
casera, que por los más gigantescos proyectos de su marido. Algunos
pequeños altercados ocasionales con los vecinos y la intervención de su
marido en intereses personales dieron suficiente pábulo a las lenguas y
murmuraciones públicas. Murió en Torgau (20 dic.., 1552) relativamente
desconocida, pobre y olvidada, habiendo encontrado Wittemberg frío y
poco agradable para la familia del reformador. Ya lo había predicho
Lutero: ”Después de mi muerte los cuatro elementos de Wittemberg no te
tolerarán, después de todo”
.
“La salud de Lutero comenzó a mostrar signos de que la vitalidad se
apagaba y aparecían síntomas de enfermedad. Ataques prolongados de
dispepsia, dolores de cabeza de origen nervioso, enfermedad granular
crónica renal, gota, reumatismo ciático, abscesos en el oído medio;
sobre todo vértigo y cólicos intermitentes por piedras biliares
intermitentes o dolencias crónicas que hicieron de él la encarnación de
un hombre supersensitivo nervioso y prematuramente envejecido. Estos
impedimentos físicos se agravaban por su notorio desprecio de toda
restricción normal higiénica y dietética. Hasta prescindiendo de su
herencia congénita de irascibilidad inflamable y rabia incontrolada,
enfermedades que se hicieron más profundas y crecieron con la edad, su
condición física en si misma explicaría su creciente irritación,
explosiones pasionales, acosadoras sospechas que en el final de su vida
se convirtieron en un problema más de interés patológico o psicopático
que de importancia biográfica o histórica. Fue ese “terrible
temperamento” que trajo la tragedia de la enajenación, que hizo que se
alejaran de él sus más dedicados amigos y celosos colaboradores. Toda
contradicción le hacía estallar. “Ninguno de nosotros “, se lamenta uno
de sus devotos, escapa del furor de Lutero y de su hostigamiento en
público” (Corp. Ref., V, 314).
Carlstadio rompió con él en 1522, tras lo que amenazó con convertirse en
un tropiezo personal; Melancthon se lamenta de su violencia pasional,
terquedad y tiranía y no ahorra palabras al confesar la humillación de
su innoble servidumbre; Bucero acepta lo inevitable por motivos
políticos y diplomáticos, “de la misma forma que el Señor nos lo
concedió”.


De Zwinglio, decía Lutero que “se ha convertido en un pagano ”
Oecolampadio …y otros herejes se han convertido en corazones corruptos
por el diablo y en bocas mentirosas y nadie debiera rezar por ellos”
…todos ellos “murieron por las flechas y lanzas demoníacas” (Walch, op.
cit., XX, 223); Calvino y los Reformados tiene unos corazones
completamente poseídos por el demonio”; Schurf, el eminente jurista, fue
convertido de aliado a oponente con una brutalidad que desafía toda
explicación o apología; Agrícola se convirtió en presa de su repugnancia
que no se suavizó con el tiempo; Schwenkfeld, Armsdorf, Cordatus, todos
incurrieron en su desagrado, perdieron su amistad y se convirtieron en
objeto de sus hirientes discursos. “El Lutero que desde lejos era aún
honrado como héroe y líder de la nueva iglesia, era solamente tolerado
en la cercanía en virtud de sus pasados servicios” (Ranke, op. cit., II,
421). La celosa banda de hombres que una vez se habían arremolinado
alrededor de su portaestandarte quedó reducida a unos pocos
insignificantes en número, insignificantes intelectualmente y en
prestigio personal. Una sensación de aislamiento y soledad envolvía los
días de su declinar, lo que no sólo afectaba a su forma de actuar sino
también a su memoria. Cuando más detalla a sus compañeros de mesa - los
fieles cronistas de sus "Tischreden", (charlas de sobremesa) – los
horrores del papado, más y más vacías de estrellas aparece la noche de
su vida monástica. “La descripción de su juventud aparece más y más
oscura. Finalmente se convierte en un mito para si mismo. No solamente
cambia fechas, sino también hechos. Cuando el viejo comienza a contar
cuentos, el pasado se convierte en algo a lo que se puede dar forma como
la cera. Asigna las mismas palabras de forma promiscua ahora a éste
ahora a aquel amigo o enemigo” (Hausrath, op.cit., II, 432). Fue este
período el que dio lugar al nacimiento de distorsiones, contradicciones,
exageraciones, inconsistencias, que hacen sus últimos escritos un
ovillo imposible de desenredar y que durante trescientos años ha
proporcionado a la historiografía no crítica con una serie de fábulas
que han sido aceptadas sin más.


Los horrendos resultados de la Reforma le causaron” soledad y
dolor inexplicables”. La sobria contemplación de las incurables heridas
internas de la nueva iglesia, las disputas sin fin de los predicadores,
el descarado despotismo de los gobernadores temporales, el creciente
desprecio del clero, el servilismo a los príncipes, le hacían debatirse
entre la angustia. Sobre todo, la desintegración de la vida moral y
social, las oleadas epidémicas de vicio e inmoralidad y en la misma cuna
de la Reforma, hasta en su casa, le enloquecían. “Vivimos en Sodoma y
Babilonia, las cosas están cada vez peor”, se lamenta. (De Wette, op.
cit., V, 722). En todo el distrito de Wittemberg, con sus dos ciudades y
quince parroquias, encuentra” solo un campesino y no más que conforma
su vida doméstica con la palabra de Dios y el catecismo, los demás se
lanzan de cabeza al diablo” (Lauterbach, "Tagebuch", 113,114,135;
*Dollinger, "Die Reformation", I, 293-438). Estuvo dos veces a punto de
abandonar esta “Sodoma”, habiendo encargado a su esposa (28 julio, 1545)
la venta de sus cosas. Hizo falta el esfuerzo combinado de la
universidad, de Bugenhagen, Melancthon y de los burgomaestres para que
cambiara de opinión.


En diciembre, de nuevo, sólo la poderosa intervención del elector
impidió que se alejara de su proyecto. Después llegaron los
torturadores asaltos del demonio que no le “dejaban reposo ni un solo
día”. Sus encuentros nocturnos ”le agotaban y martirizaban con tal
intensidad que apenas era capaz de respirar”, Do todos los asaltos “
ninguno era más severo o más grande que aquellos acerca de mi
predicación ,; me venía al pensamiento “Toda esta confusión causada por
ti”. (Sammtl. W., LIX, 296; LX. 45-46; 108-109, 111; LXII, 494). Su
último sermón en Wittemberg (17 de enero de 1546) muestra desesperación y
abatimiento…”Usura, embriaguez, adulterio, muertes y asesinatos, todos
están ahí y el mundo entiende que son pecados, pero la novia del diablo,
la razón, esa prostituta respondona entra pavoneándose y será lista y
quiere decir lo que dice, que ella es el Espíritu Santo “(op. cit., XVI,
142-48). El mismo día escribe la patéticas líneas: Soy viejo,
decrépito, indolente, fatigado, frío y ahora solo puedo ver con un ojo.”
(De Wette, op. cit., V, 778). Sin embargo no tenía paz. Y fue
precisamente en esta agonía de cuerpo y tortura de la mente en la que su
inigualable e irreproducible zafiedad llegó a su punto más alto en sus
panfletos antisemíticos y antipapales A “Contra los Judíos y sus
Mentiras” siguió en una rápida sucesión “Von Schem Hamphoras” (1542) y
“Contra el papado establecido por el Diablo” (1545). Especialmente en
éste último, el pensamiento coherente y su expresión son enterrados en
un diluvio torrencial de vituperios” para los que no se ha encontrado
pluma y menos aún imprenta” (Menzel, op. cit., II, 352). Su maestría en
este método de controversia seguía sin tener rival. Invadía a sus amigos
“un sentimiento de pena. Sus regañinas seguía sin ser contestadas, pero
también sin ser notadas (Ranke, op. cit., II, 121). Se publicaron nueve
caricaturas muy celebradas, dibujadas por Lucas Cranach, acompañados de
versos escritos por Lutero. Y acompañando a esta ultima erupción
volcánica, una suerte de comentario ilustrado: “para que el hombre
común, que es incapaz de leer, pueda ver y entender lo que él pensaba
del papado” (Forstemann). Estas caricaturas “los más burdo dibujos qua
ha producido la historia de la caricatura de todos los tiempos”(Lange,
"Der Papstesel", Gottingen, 1891,89), eran tan viles que un impulso
común de decencia por parte de sus amigos pedía su inmediata supresión.


Su último acto, como había predicho y rogado, fue en ataque al
papado. Llamado a Eisleben, su lugar de nacimiento, y poco después de
que actuara como árbitro para los hermanos Albrecht y Gebhard von
Mansfeld, la muerte le llegó rápida, pero no repentinamente y dejó esta
vida hacia las tres de la tarde el 18 de febrero de 1546 , en presencia
de algunos amigos. Su cuerpo fue llevado a Wittemberg donde fue
sepultado el 22 de febrero en la iglesia del castillo. Yace allí junto a
Melancthon.


H. G. GANSS


Transcrito por Marie Jutras
Traducido por Pedro Royo


Selección de imágenes:José Gálvez Krüger





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