martes, 15 de noviembre de 2016

El verdadero judío, el Israel de Dios

El verdadero judío, el Israel de Dios

El verdadero judío,

el Israel de Dios

y

La simiente de Abraham



Romanos 2:28-29; Gálatas 6:16 y 3:26-29



En el presente estudio vamos a considerar un número de expresiones utilizadas por aquellos que se oponen a la verdad dispensacional con el objeto de sostener la errónea idea de que la iglesia es «la continuación de Israel», el «Israel espiritual» y que es el tema de las profecías del Antiguo Testamento. Estas expresiones incluyen “el verdadero judío”, “el Israel de Dios” y “la simiente de Abraham”.



Dividiremos el estudio en tres partes:



(I) ¿Es el cristiano un verdadero judío?

(Romanos 2:28-29)



“Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios” (Romanos 2:28-29).



Es interesante que aquellos que comprenden las Escrituras a la luz de la verdad dispensacional, son acusados de judaizar por decir que los sacrificios serán reinstituidos en el Milenio, para Israel; pero los mismos objetores pretenden que un cristiano sea un verdadero judío [1] . La falsa idea de que un cristiano es un verdadero judío proviene de la idea de que la iglesia es «el Israel espiritual», «la continuación de Israel». Junto con esto está la noción de que la iglesia es “el Israel de Dios”. Este esquema es judaico; y así también lo que tales personas denominan «la ley moral», se dice que es la regla de vida [2] .



En realidad, aquellos que dicen que un cristiano es un verdadero judío y que forma parte del Israel de Dios, han asumido por cierto lo que aún precisa ser probado. Romanos 2:1-16 se dirige a gentiles, en tanto que Romanos 2:17-29 se dirige a judíos. Para muchos cristianos, es un proceder inaceptable hallar en Romanos 2:17-29 que Dios esté diciendo que un cristiano gentil es un verdadero judío.



“Mas si tú eres llamado judío, y te apoyas en la ley, y te jactas en Dios…” (Romanos 2:17, Interlineal de Lacueva).



Ahora bien, si frente a estas explícitas declaraciones, hay personas que son capaces de encontrar en los versículos 28 y 29 que los creyentes gentiles son verdaderos judíos, entonces nunca se acabaría lo que uno podría pretender hallar en pasajes de las Escrituras con el simple objeto de querer defender un sistema teológico. Es obvio que el pasaje, en su contexto, está dirigido a los judíos y concierne a ellos. La ley no puede hacer que un judío responda interiormente al significado de la circuncisión. Él es tan sólo judío «exteriormente» (v. 28). Un judío (es decir, uno que es la simiente física de Abraham), es un verdadero judío si es un israelita que responde espiritualmente al significado que Dios tuvo en vista respecto a la circuncisión. No obstante, aunque un creyente gentil responde espiritualmente al significado de la circuncisión, no se sigue que él sea «un verdadero judío»: es una falsa inferencia.



Consideraremos el significado de la circuncisión y luego retomaremos la distinción entre un verdadero judío (uno que pertenece al “Israel de Dios”), y un creyente gentil. El Morrish’s Bible Dictionary nos proporciona un provechoso resumen en cuanto al significado de la palabra “circuncisión”:



Circuncisión: El rito designado por Dios para ser señal del pacto que hizo con Abraham y su simiente, así como también el sello de la justicia de su fe. Todo varón en la casa de Abraham debía ser circuncidado, y luego todo varón de su simiente, el octavo día después de su nacimiento. Significó la separación de un pueblo respecto del mundo para Dios. Durante los cuarenta años de jornada en el desierto, este rito no fue practicado, pero al entrar en la tierra de Dios, todos fueron circuncidados en Gilgal, cuando el oprobio de Egipto fue quitado. Josué 5:2-9. La circuncisión llegó a ser un sinónimo para Israel, de modo que se podía decir de ellos que eran “los circuncisos” y los paganos eran los “incircuncisos” (Jueces 14:3; Ezequiel 31.18; Hechos 11:3). Contrariamente al plan de Dios, la circuncisión llegó a ser un acto meramente formal, cuando el pacto mismo fue desconsiderado, y Dios entonces habla de Israel como teniendo “corazones incircuncisos”. Esteban acusó al concilio judío de ser “incircuncisos de corazón y de oídos” (Levítico 26:41; Hechos 7:51). En el capítulo 4 de Romanos, a Abraham se lo muestra como “el padre de la circuncisión”, es decir, de todos los que creen como el pueblo de Dios verdaderamente separado.



Por eso la circuncisión es un tipo de quitar el cuerpo de carne por aquellos que aceptan la cruz como el fin de toda carne, por cuanto Cristo fue allí cortado en cuanto a la carne: véase Colosenses 2:11: “En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo”, y también: “Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne” (Filipenses 3:3). “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros” (Colosenses 3:5).



Un verdadero judío es un israelita que responde espiritualmente al significado de la circuncisión. Un creyente gentil también responde espiritualmente al significado de la circuncisión. De ahí que todos los creyentes, ya judíos o gentiles, respondan espiritualmente al significado de la circuncisión. Por eso, Pablo, hablando de todos los cristianos en contraste con otros que confían en la carne, escribió:



“¡Guardaos de los perros!, guardaos de los malos obreros!, ¡guardaos de los mutiladores del cuerpo!. Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne” (Filipenses 3:2-3).



Pero el hecho de que Pablo escribiese de todos los creyentes “nosotros somos la circuncisión”, no implica que todos los creyentes sean verdaderos judíos. Algunos creyentes son verdaderos judíos (la descendencia física de Abraham, o sea judíos, creyente), y otros creyentes (gentiles) no lo son.



(II) ¿Quiénes constituyen “el Israel de Dios”? (Gálatas 6:16)



Gálatas 6:16 es utilizado por aquellos que pretenden demostrar que «la iglesia es el nuevo Israel». Se pretende que la expresión «el Israel de Dios» signifique la iglesia. Pero no existe necesidad de entender así la frase.



“Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios” (Gálatas 6:13-16).



Andar por “esta regla” significa andar por la regla de la nueva creación, por Cristo mismo y no por la ley. Cuando se lea Gálatas 6:16 y se busque la regla, es preciso fijarse, no en Éxodo, sino en el v. 15.



Los cristianos no siempre son vistos en la Palabra solamente como el Cuerpo de Cristo unidos a Él; si bien, naturalmente, todo santo sellado con el Espíritu está, de hecho, unido a Cristo como Su cuerpo. Ellos son también vistos de otras maneras. Gálatas 6:16 constituye un ejemplo de esto:



PREGUNTA—: Gálatas 6:16. ¿Confiere este texto alguna autoridad a la idea de que nosotros, creyentes de entre los gentiles, seamos ahora “el Israel de Dios”? ¿Cuál es la verdadera fuerza del texto?



RESPUESTA—: El versículo claramente indica dos clases: una clase general constituida por los santos que andan como cristianos según la regla de la nueva creación en Cristo, y la otra que se especifica, no constituida por Israel ahora el que ya no es más por el momento el pueblo de Dios, sino por aquellos de entre los israelitas que por ser fieles a Cristo fueron bautizados en un cuerpo (donde no hay judío ni griego, sino que todos son uno en Él), los que, por consecuencia, son designados como “el Israel de Dios” [3]



La distinción se ve también en otras partes, como en Romanos 2:28 donde vimos que un judío era uno que lo era no meramente en lo exterior, sino también interiormente. Fijémonos en las encomiables palabras del Señor dirigidas a Natanael: “He aquí un verdadero israelita” (Juan 1:47). Romanos 9:6 también nos muestra que hay verdaderos judíos de sangre judía, es decir, que el apóstol distingue un cuerpo judío creyente dentro del amplio círculo de toda la simiente física de Israel (compárese con Juan 8:33-39). Romanos 11:7 claramente distingue a los creyentes judíos [4], denominados como “la elección” (es decir, “los escogidos”), de “los demás” que fueron endurecidos. ¿Por qué no entender, pues, que únicamente los primeros constituyen “el Israel de Dios”?



Además, la verdad es que en todo el Nuevo Testamento, Israel quiere decir, siempre y en todos los casos, Israel y nunca significa la iglesia. La teología impone por la fuerza sobre la palabra “Israel” el significado de “iglesia”, y luego recién dice: «fijaos que hay pruebas de que la iglesia es Israel y que fue tema de las profecías del Antiguo Testamento».



La manera en que la iglesia es transmutada en el Israel de Dios en este pasaje, tiene lugar mediante la siguiente traducción de καὶ (“y”) —el cual precede a la expresión ἐπὶ τὸν Ἰσραὴλ τοῦ θεοῦ (“sobre el Israel de Dios”—: “aún (καὶ) el Israel de Dios” (o directamente eliminan el “y”, el cual testifica en su contra). John Eadie plantea si es posible que el “y” καὶ, en vez de tener el usual sentido de conjunción entre dos nombres o proposiciones —a los cuales distinguiría—, pudiera entenderse como una palabra que liga un nombre o proposición con su explicación (es decir, si el “y”, en vez de conectivo, pudiese ser explicativo haciendo así que la expresión “el Israel de Dios” constituya, no una entidad separada por la conjunción, sino una explicación de “todos los que andan conforme a esta regla”, permitiendo así amalgamar a la Iglesia con Israel). Él concluye diciendo que no existe otro ejemplo tan peculiarmente distintivo como Gálatas 6:16 entendido en su sentido usual de conectivo. Prosigue escribiendo:



2. El simple significado copulativo no ha de ser abandonado, excepto que hubiere muy sólidos motivos que lo justifiquen. Y no existe ninguna razón para apartarse de ese simple sentido aquí, de modo que “el Israel de Dios” constituye un sector incluido dentro de algo mayor y, sin embrago, distinto de οσοι (“cuantos”).



3. El apóstol no tiene la costumbre de llamar a la iglesia, constituida de judíos y de gentiles, Israel. Israel es usada once veces en la epístola a los Romanos, pero en cada ocasión en que aparece, se refiere al propio Israel; y así también el término ισραηλιτη (israelitas) en toda otra porción del Nuevo Testamento. En el Apocalipsis, los 144.000 sellados de Israel están en contraste con la “gran multitud, la cual nadie podía contar” de entre las naciones gentiles o razas no israelitas (Apocalipsis 7:9). El “verdadero israelita” es también uno de sangre (Juan 1:47, compárese con 1.ª Corintios 10:18). El término ὅσοι (“cuantos”) al comienzo de Gálatas 6:16, no necesariamente son creyentes gentiles como tales, y en oposición a creyentes judíos, sino el entero número que anda conforme a esta regla; mientras que Pablo define entre ellos a una cierta clase específica a quienes su corazón se vuelve con instintiva ternura: “el Israel de Dios”. La distinción que hace Jatho es infundada, en cuanto a que uno de los grupos está formado por aquellos que, advertidos por esta epístola, deben renunciar a su error y andar conforme a esta regla; y el otro grupo, formado por aquellos que han sostenido uniformemente la sagrada doctrina del Evangelio. Puede que se diga que, por un lado, el apóstol ha estado probando que el judío, como judío, no tiene ningún privilegio sobre los gentiles, que tanto judíos como gentiles están sobre el mismo plano de igualdad, de modo que tanto creyentes judíos como gentiles pueden ser llamados, por consecuencia, Israel. A este argumento contestamos, sin embargo, que el apóstol nunca, en ningún lugar, usa el nombre Israel de esta manera, nunca asigna el nombre de la antigua y grande teocracia a nadie excepto al pueblo escogido.



4. Para el apóstol había dos Israel: “no todos los que descienden de Israel son israelitas” (Romanos 9:6); y él dice aquí que no lo es el Israel “según la carne” (κατα σαρκα) (9:3, 8), sino “el Israel de Dios” o el verdadero Israel creyente: sus propios hermanos en virtud de un vínculo doble, esto es, por el lazo sanguíneo, y sobre todo por la gracia. ¿Acaso no era natural que el apóstol hiciera esto, especialmente después de reprender al falso Israel —los viles judíos— que ciertamente no eran el Israel de Dios? [5].





Resumen y conclusión



La Iglesia nunca es llamada Israel en ningún sentido en el Nuevo Testamento, sino que siempre se la distingue cuidadosamente de Israel (1.ª Corintios 10:32). De ahí que expresiones tales como «el verdadero Israel», «el Israel espiritual» o «el nuevo Israel», carecen de todo fundamento. El único versículo citado a menudo para tratar de sustentar esta falsa noción, es Gálatas 6:16, el cual es en realidad crasamente mal entendido. Dice: “Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios.”



William Kelly señaló en cuanto a este versículo:



"En Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación. Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios" (Gálatas 6:16). Se distinguen aquí dos expresiones: En la primera —"todos los que andan conforme a esta regla"— el apóstol se refiere, creo, especialmente a los creyentes gentiles, como lo eran los gálatas. "Esta regla" se refiere a la regla de la nueva creación, o sea, Cristo mismo. Entonces agrega: "Paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios”. La única parte de Israel reconocida por Dios, consiste en judíos verdaderamente creyentes, es decir, aquellos judíos (descendientes naturales de Abraham) que han repudiado sus propias obras de justicia, y han hallado justificación solamente en Cristo Jesús. Aquí se habla, pues de dos grupos, y no de uno solo:



a) "Todos los que andan conforme a esta regla": Son los creyentes gentiles, y



b) "El Israel de Dios": Son los santos judíos, y no el mero Israel literal, sino "El Israel de Dios", los israelitas a quienes la gracia los hizo deseosos de recibir al Salvador Jesucristo» (W. Kelly, Lectures on the Epistle to the Galatians, pág. 196-197).





Es claro, pues, que aquellos que andaban “conforme a esta regla”, eran gentiles salvos, y “el Israel de Dios”, eran judíos salvos, nada más ni nada menos.



Thy Precepts vol. 6, #6, 1991





(III) La simiente de Abraham (Gálatas 3:26-29)



El asunto en Gálatas 3



Revoltosos que “queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman” (1.ª Timoteo 1:7), habían estado influenciando a los santos de Galacia (Gálatas 1:7-9; 3:1; 4:9, 17-21; 5:7-10: 6:12-13). Por eso, la epístola a los Gálatas trata con el hecho de que, estar bajo la ley, no aprovecha en nada para el cristiano. Uno de los temas es si es que la herencia es nuestra o no por la ley o por la promesa. En Gálatas 3 vemos el efecto de la ley sobre uno que está bajo ella (Gálatas 3:10). Lo otro que vemos es el absoluto contraste entre la ley y la promesa, estableciéndose que la herencia es por la promesa y que no puede ser por la ley. Darby, en su escrito «No la ley, sino la promesa, Gálatas 3» escribió:



«La ley y la promesa en gracia nos son presentados como dos sistemas, ambos de Dios, pero puestos en contraste en su naturaleza y opuestos en sus resultados, así como absolutamente exclusivos el uno del otro; ambos existen en tiempos separados, aunque el segundo no podía anular al primero, y cuya coexistencia, como fundamento de la posición del hombre delante de Dios, es, por la misma naturaleza de ambos, imposible. Ambos son caminos diferentes de Dios para con el hombre que él ha revelado, cada cual según su género…



Los gálatas no rechazaban la promesa de Cristo; sino que añadían la ley a Cristo como algo que completaba la voluntad de Dios. A esto es a lo que el apóstol opone resistencia, y declara la incompatibilidad de los dos. No que la ley estuviese en contra de las promesas (porque si hubiese sido dada una ley que hubiese podido dar vida, la justicia habría podido sido por ella), sino que un sistema era de hecho opuesto en sus principios al otro. Ellos eran dos caminos distintos propuestos para tener vida, justicia y la herencia. El uno trae maldición y nada más que eso; el otro, bendición según el corazón de Dios, y nada más. El uno está fundado en la responsabilidad del hombre; el otro, en el don de Dios, cuando el hombre había fracasado por completo bajo esa responsabilidad»[6].



Lo que caracteriza al cristianismo es Cristo en la gloria y el Espíritu Santo enviado a la tierra como consecuencia de ello (Hechos 2:32-33); mientras que lo que caracteriza al judaísmo del Antiguo Testamento es la ley.



Bendiciones comunes y privilegios especiales



En vista de que algunos confunden todas las bendiciones, como es característico en los esquemas antidispensacionales, debemos observar el hecho de que hay bendiciones que son comunes a todos los santos, y hay también privilegios especiales para aquellos santos que son miembros del Cuerpo de Cristo.



Dos versículos son empleados por algunos para intentar probar que la Iglesia es la heredera espiritual de todas las promesas hechas a Abraham, y no así el Israel físico:



“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:28-29).



“Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa” (Gálatas 4:28).



W. Kelly observó:



«“Porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.” Esto significaba que los gálatas no tenían que pasar bajo la circuncisión ni por ningún otro rito de la ley para obtener las promesas. El Espíritu Santo los introduce en estas promesas por el hecho de tener a Cristo. Si estáis luchando a fin de obtenerlas por la ley, las perderéis; mas si recibís a Cristo, ellas serán seguramente vuestras. Cristo es la verdadera simiente de Abraham, y, teniéndolo a Él, yo tengo todas las promesas de Dios. “Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios” (2.ª Corintios 1:20). [7]



«La Epístola a los Gálatas no trata jamás de lo que es propiamente la posición de la Iglesia (como es el caso de Efesios, por ejemplo) y ella no va más allá de la herencia de la promesa.

Hay ciertos privilegios que tenemos en común con todos los santos. “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia” (3:6). Nosotros también creemos, y somos así justificados. Fundamentalmente, la fe tiene exactamente las mismas bendiciones en todos los tiempos. Somos hijos de la promesa, y entramos a tomar parte de la fe tal como lo hicieron los santos del pasado antes que nosotros; y esto es lo que encontramos en la epístola a los Gálatas, aunque con cierto aumento de bendición para nosotros. Pero si nos remitimos a la epístola a los Efesios, el gran punto en esa Epístola es que Dios saca a luz privilegios totalmente nuevos y celestiales. Esto no es en ningún sentido aquello de lo que trata la epístola a los Gálatas. Allí nos hallamos sobre el terreno común de las promesas. “Si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (3:29). Pero en la epístola a los Efesios hay ciertos privilegios distintos y suplementarios, de los que Abraham jamás había pensado ni oído hablar: me refiero a la formación de la Iglesia de Dios, el Cuerpo de Cristo, la verdad de que judíos y gentiles serían sacados de sus respectivas posiciones terrenales, y hechos uno con Cristo en el cielo. Éste era el misterio respecto de Cristo y de la Iglesia, misterio que había permanecido “oculto desde los siglos y generaciones” (Colosenses 1:26), pero que ahora ha sido revelado por del Espíritu Santo (1.ª Corintios 2:10).



De modo que, para tener un panorama correcto de la plena bendición del cristiano, debemos tomar a la vez la bendición de la epístola a los Efesios junto con la de los Gálatas. La particularidad de este tiempo, consiste en que Cristo está a la diestra de Dios. ¿Creéis acaso que los santos del milenio gozarán de todo lo que nosotros tenemos ahora? ¡Lejos de ello! Ellos poseerán muchas cosas que nosotros no poseemos ahora, como la gloria manifestada de Cristo, la ausencia de aflicción y de sufrimientos, etc. Pero nuestro llamamiento es totalmente diferente y opuesto. Nosotros amamos a Aquel a quien no hemos visto (1.ª Pedro 1:8); nos regocijarnos en la tribulación (Romanos 5:3) y el vituperio (Lucas 6:22). Si uno fuese a formar sus pensamientos de lo que es el cristianismo únicamente basado en la Epístola a los Gálatas, bien podría confundir a los santos de la época actual de la Iglesia con los santos del Antiguo Testamento; pero es menester siempre tener presente la diferencia que encontramos aquí: “que entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo” (4:1), mientras que en el cristianismo nosotros somos introducidos en la plena posesión de nuestros privilegios. Pero en la epístola a los Efesios, hay otras cosas, más elevadas, llamadas el eterno propósito de Dios, o que al menos derivan de él. Bueno es, pues, distinguir esta doble verdad: la comunidad de bendición a través de todas las dispensaciones, por un lado, y la especificidad del privilegio que se vincula a aquellos que son llamados ahora por el Espíritu Santo enviado del cielo» [8].



En esta cita se señaló al comienzo que «La Epístola a los Gálatas no trata jamás de lo que es propiamente la posición de la Iglesia» (aunque hay una referencia en Gálatas 3:28; y la nueva creación es, naturalmente, mencionada ), queriéndose decir que el tema de la posición de la Iglesia no es desarrollado en la Epístola a los Gálatas. También se señaló que esta Epístola «no va más allá de la herencia de la promesa». En relación con el hecho de que la herencia de la promesa sea un tema de la epístola a los Gálatas, W. Kelly también señaló:



«Otro escritor… hizo referencia a Romanos 11 y Gálatas 3 como prueba de que la Iglesia existía realmente como tal en los tiempos del Antiguo Testamento. Pero esto es evidentemente confundir cosas que difieren, por cuanto la herencia de las promesas hechas a Abraham, de lo cual tratan sus capítulos, no es idéntica al goce de los privilegios de la Iglesia; mientras que en el argumento se da por hecho la identidad de estos dos. Se reconoce, por cierto, que los santos del Nuevo Testamento heredan efectivamente aquellas promesas, pero eso es una cosa esencialmente diferente de las bendiciones reveladas, por ejemplo en la epístola a los Efesios. El árbol de olivo (Romanos 11), no es la Iglesia celestial, sino el árbol terrenal de la promesa y el testimonio, del cual los judíos eran las ramas naturales. En el lugar de las ramas infieles que fueron arrancadas, ahora han sido injertados los gentiles; pero, a causa de su infidelidad, la escisión es el seguro trato de Dios para con ellos, y entonces los judíos serán nuevamente reinstaurados en su propio olivo, esto es, para la herencia milenaria. Ésta es la clara y sencilla enseñanza de Romanos 11; y aun cuando como gentiles bien podemos ser injertados, y como individuos podemos ser la simiente de Abraham, sin embargo la especial posición del Cuerpo de Cristo, como se revela en 1.ª Corintios, Efesios, Colosenses, etc., es demasiado distintiva para requerir argumentación. Cuando se habla “del cuerpo”, nunca se habla de arrancar miembros ni de injertarlos[9]. Aquí no hay judíos ni gentiles: todo en el Cuerpo está por encima de lo meramente natural.»



¿Qué es la herencia? Romanos 4:13, 16 nos da la respuesta:



“Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia[10] la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe…Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros.”



Thy Precepts vol. 7, #1, 1992



(Continuará)

NOTAS



[1] N. del E.― «Sólo aquellos que son judíos interiormente, sólo creyentes…» R. B. Yerby, The Once and Future Israel, Swengel: Reiner, 1978, pág. 56 y véase la página 61. L. De Caro señaló: «Aun si fuésemos a excluir la connotación cristiana…», Israel Today: Fulfillment of Prophecy? Presbyterian and Reformed, 1974, pág. 120. Así si no se logra poner a los gentiles dentro de los versículos 28 y 29, ¡al menos se puede tener la connotación!



C.E.B. Carnfield escribió: «Es claro que en estos versículos Pablo está en algún sentido negando el nombre de judío a aquellos que son sólo judíos exteriormente y no también secreta e interiormente, y al mismo tiempo conforme a ello a aquellos que son secreta e interiormente judíos pero no judíos exteriormente en absoluto», Romans, A Shorter Commentary, Grand Rapids: Eerdmans, 1985, pág. 59.



[2] N. del E.― En realidad, el Nuevo Testamento no hace ninguna distinción entre la ley ceremonial y la ley moral.



[3] N. del E.― The Bible Treasury 20:252. Véase también 12:366.



[4] N. del E.― Los reconstruccionistas postmilenarios se ponen más bien violentos sobre este tema, declarando que: «Santiago designa a los cristianos como “las doce tribus que están en la dispersión” (1:1). Pedro llama a los cristianos a quienes escribe, la ‘diáspora’ (véase el griego en 1.ª Pedro 1:1)», Greg L. Bahnsen y K. L. Gentry, Jr., House Divided, The Breakup of Dispensational Theology, Tyler: Institute for Christian Economics, 1989, pág. 169.



[5] N. del E.― The John Eadie Greek Commentaries, Grand rapids: Baker, reedición 1979, págs. 416-417.



Arnold G. Fruchtenbaum en el artículo The Use of Israel in the New Testament de su libro Israelology–the Missing Link in Systematic Theology, dice que el término “Israel” aparece un total de 73 veces en el Nuevo Testamento. Da la lista de todos los versículos donde aparece y dice que, en todos los casos, sin excepción, el término se refiere al Israel étnico, y que nunca el Nuevo Testamento lo utiliza con respecto a la Iglesia en general ni con respecto a gentiles salvos en particular. Ahora bien, sólo tres de esos pasajes son utilizados por los «teólogos del pacto» para tratar de justificar su ecuación de que «la Iglesia es igual a Israel», a saber, Romanos 9:6;11:26 y Gálatas 6:16. Pero sobre los dos primeros pasajes de Romanos, no hay unanimidad entre ellos, unos lo toman como el Israel étnico, y otros lo definen como la Iglesia. Pero el único versículo del Nuevo Testamento en el que todos ellos son unánimes es Gálatas 6:16, al cual le hacen decir lo que su sistema quiere que diga, es decir, «que el ‘Israel de Dios’ es la Iglesia, o ‘el Israel espiritual’, o que los gentiles creyentes se convierten en ‘judíos espirituales’» (N. del T.).



[6] Collected Writings 21:299,300



[7] Lectures on the Epistle to the Galatians pág. 85



[8] Lectures on the Epistle to the Galatians pág. 116-117



[9] N. del E.― O.T.Allis (amilenarista) escribió: «Según Pablo hay un solo árbol de olivo bueno. Algunas de las ramas han sido arrancadas. Ramas procedentes de un olivo silvestre, son injertadas entre las ramas que quedaron, para ser “participantes de la raíz y de la rica savia del olivo” (Romanos 11:17). Las nuevas ramas representan a los gentiles cristianos. Sería difícil afirmar de manera más clara que los gentiles, al entrar en la Iglesia Cristiana, vienen a ser miembros de un cuerpo, una iglesia o teocracia, que tiene sus raíces en el pacto abrahámico y al cual pertenecen todos los verdaderos descendientes de Abraham. El árbol representa el verdadero Israel. La fe es el vínculo de unión. Algunas de las ramas naturales han sido arrancadas a causa de incredulidad. Ramas de un olivo silvestre son injertadas entre ellas (es decir, entre las buenas ramas restantes) sobre la base de la fe. De esto Pablo saca dos importantes inferencias. La primera es que, puesto que la incredulidad hizo que fuesen desgajadas algunas ramas naturales, las ramas del nuevo injerto deben su nuevo estatus, su participación en la raíz y la grosura del árbol de olivo, solamente a la fe. Si ellos se vuelven incrédulos, serán cortados» (Prophecy and the Church, Presbyterian and Reformed, 1947, pág. 108-109).



Se sigue de esto que para Allis toda la nación de Israel estaba en el árbol de olivo y eran «el verdadero Israel», lo cual es obviamente falso. La participación presente, pretende él, que se debe «solamente a la fe»; pero dice que cabe la posibilidad de que «si ellos se vuelven incrédulos», lo que hace que nos preguntemos si cree que la salvación se pierde. Un miembro del Cuerpo de Cristo, nunca «se vuelve» incrédulo. Nótese también que él iguala a los «miembros de un cuerpo» con una «teocracia». La verdad es que Allis no entiende lo que es el árbol de olivo a causa de su sistema teológico que encuentra a la Iglesia en las profecías del Antiguo Testamento.



[10] N. del T.— Dios le hizo a Abraham promesas incondicionales. El apóstol Pablo confirma en Romanos 11 que “Dios no ha desechado a su pueblo” (v. 1). “En cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios" (11:28-29); y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, Que apartará de Jacob la impiedad" (v. 26).



En Génesis vemos que Dios llama a Abraham de en medio de la idolatría (Josué 24:2) a la tierra que le mostraría y, sin ponerlo bajo condiciones, prueba ni responsabilidad alguna, le hace promesas de pura gracia incondicional. Veamos estas promesas:



“Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:1-3).



“Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra” (12:7).



“Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre” (13:14-15).



En cuanto a los límites prometidos de la tierra a Abraham, leemos:



“En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates” (Génesis 15:18).



Luego Dios confirma las promesas incondicionales a su descendencia natural:



“Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre” (26:3).



“Y he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella, el cual dijo: Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia” (28:13).



Y en el pueblo también confirma el pacto hecho con Abraham:



“Jehová dijo a Moisés: Anda, sube de aquí, tú y el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto, a la tierra de la cual juré a Abraham, Isaac y Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré; y yo enviaré delante de ti el ángel, y echaré fuera al cananeo y al amorreo, al heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo” (Éxodo 33:1-2).



Para resumir acerca de las promesas hechas a Abraham:



A Abraham se le hacen promesas incondicionales e irrevocables. Dios establece un pacto perpetuo (Génesis 17:7). Hay tres clases de promesas hechas a Abraham:



(a) Individuales

(b) Nacionales: Son dadas sólo a su simiente: Se le promete una nación grande que heredará la tierra

(“Heredad perpetua” Génesis 17:8).

(c) Universales (incluye a los gentiles: “todas las familias de la tierra”).



Lo que vemos en la epístola a los Gálatas con respecto a nosotros, se relaciona con el aspecto universal de las promesas, y no con el aspecto nacional, el cual aguarda su cumplimiento aún futuro exclusivamente por la simiente natural de Abraham convertida a Cristo, una vez que haya entrado “la plenitud de los gentiles” (Romanos 11:26-27).



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